Solo ocurre una noche al año, la que le sigue al día más largo. Una hermosa dama, de piel pálida y mejillas sonrosadas, peina sus largos cabellos cobrizos con un peine de oro, frente a un arroyo donde ve reflejado su triste rostro y el de la luna más amarga.
Encantada por una hechicera al servicio de un malhechor al que prometida estaba, hasta que el amor descubrió en un simple pastor con el que se fugó, aparece su alma en pena la noche de las hogueras, en las que fuegos altos se procuran para darle vigor al sol, y así su luz no se vaya apagando día tras día, en el solsticio de verano.
La dama, ente errante se volvió, cuando abandonando la vida solo dejó al pastor, penoso de su desgracia, y esperanzada de que la rescaten de su maldición, la misma pregunta formula al ajeno que en el arroyo la descubre: ¿qué preferís a la dama o el peine?
Nadie la ha elegido todavía, pues más que su belleza puede la ambición de quienes no conocen su historia y el peine de oro quieren en posesión.
Si la veis en noche de fuegos en un arroyo, cerca de un castillo, o a la entrada de una cueva, liberadla de su prisión, para que reunirse con su amado en otro mundo pueda y les vaya mejor.
Conocí a un hombre… No a un hombre cualquiera sino a uno interesante, cuatro meses después de separarme. Para no violentar a la verdad, le conocí el mismo día que firmamos la separación, pero como todo estaba muy reciente, no quería que nadie pensara que nuestra ruptura era fruto de una infidelidad por mi parte, por eso esperé un tiempo prudencial para coquetearle al juez. Él era mayor que yo (me adelantaba en veintitrés años un Pierce Brosnan de ensueño, de esos que no se encuentran con frecuencia) lo que me atrajo desde el principio.
Le invité a cenar… a mi casa. Para averiguar qué tipo de interés se ha despertado en un hombre, hay que llevarlo al terreno donde más segura nos sintamos. El tiempo que permanezca pisando tierras familiares le delatará.
En la pescadería pedí una langosta (la elección de la cena no tenía nada que ver con lo que esperaba que sucediera en ella… Y no miento). La pescadera cogió una hermosa pieza rosada-anaranjada y me la enseñó en el aire.
Miré la langosta absorta. El manjar de dioses (donde los haya) se movía bruscamente, agitando la pinzas a lo Eduardo Manotijeras y contorsionándose como un acordeón… ¿pero no estaba muerta? -Fresca del día.-la pescadera sonrió alegremente. Y muy zalamera. Horrorizada presencié como después de pesarla en la báscula la metió en un cucurucho que hizo con el papel… ¡Viva! -¡Espere, espere! –desesperación en la voz- ¿No puede hacer que deje de moverse para siempre antes de llevármela? La pescadera me miró con desconcierto sin perder la sonrisa... Tan odiosa por otra parte. -Para que la langosta quede sabrosa tienes que meterla viva en una olla llena de agua hirviendo. -¿Recién matada no sirve? -Pierde gusto… -Y no podría darle un golpecito en la cabeza para atontarla y que no sufra. Soltó una carcajada hiriente. Me di cuenta que la pescadera me caía mal y que esa sería la última vez que me viera. -La primera vez da pena, pero ya te acostumbrarás –Ya, como si fuera a comprar langosta todos los días… Solo lo hacía por un hombre… Un hombre interesante, no por uno cualquiera. Zanjó la conversación dándome el ticket de compra. Que tirria me dio.
Le llevé la langosta a mi madre, ella sabría qué hacer. No estaba. La llamé… “Hija, pero ¿no te acuerdas que te dije que iba a pasar todo el día fuera de casa con la “Asociación de Marujas por el Medio Ambiente”?”. No, no me acordaba. La mayor parte del tiempo no presto atención a lo que dice mi madre, ni entonces, ni mucho menos ahora que han pasado veintidós años.
Acudí con el animalito balanceándose al restaurante que solía frecuentar los jueves por la noche con mi ex marido. Quizás allí me la pudieran preparar. Estaban acostumbrados a acabar con la vida de pequeños seres inocentes para satisfacer la gula de comensales sin escrúpulos, y con estos argumentos traté de convencerles (además de por estar dispuesta a ofrecer una fuerte suma por su amabilidad), pero se negaron rotundamente, alegando que ellos se hacían responsables de la comida que se servía en su restaurante, no de la que salía preparada de él, añadiendo que la langosta llevaba varias horas a temperatura ambiente y corría el riesgo de empezar a oler muy mal.
Cada vez se movía menos. Con la bolsa de plástico en la mano volví a casa pasando por el parque apesadumbrada. Me senté delante del lago con la langosta al lado. La miré. Casi me daba pena. Era verdad que cada vez el olor era más fuerte. La destapé un poco para que respirara un poco de aire puro. Quizás estaba mareada… “Qué voy a hacer contigo”. ¿Y se moría? Yo sería la única responsable de tan agonizante final. No sé que es peor, si morir hervida o asfixiada. Habíamos pasado gran parte de la tarde juntas. No podía dejar que se fuera sin intentar que siguiera en esta vida un poco más.
Saqué el cucurucho de la bolsa. Su vigor había desaparecido. Quien la había visto y quién la veía… no era la misma. Me acerqué al lago y la dejé caer al agua. La vi hundirse. Desaparecer. Acaba de tirar la cena por la borda. La noche sería distinta, sería otra.
A veces hay que sacrificarse para procurar el bien ajeno sin esperar reconocimientos por ello. La mayor satisfacción es saber que se ha actuado correctamente, y yo lo hice esa tarde.
En mi familia existe la tradición de poner los nombres de los abuelos a los nietos, siguiendo un ritual ancestral: al día siguiente del nacimiento de un recién llegado, se introduce en una bolsita de terciopelo (no importa del color que sea, solo la textura) los nombres de los abuelos, y la mano inocente, a veces pecadora , de la enfermera de turno (en tiempos de la Inquisición, la mano pertenecía a la partera y más tarde a la matrona), extrae un papelito con el nombre escrito que ocupará el primer lugar y que identificará al bebito.
Llevo los nombres de mis tres abuelas, y dos de ellas están casadas entre sí. Sin entrar en detalles ni identificar a las partes, pues la historia familiar es uno de esos trapos que se prefieren lavar en casa en lugar de airearlas al sol para que se sequen rápido, al abuelo le gustaba ponerse ropa de mujer cuando se quedaba solo, y en una ocasión, la abuela, que sospechaba que tenía una amante por el extraño comportamiento que tenía en determinados momentos, le tendió una trampa, volviendo a casa de misa antes de lo habitual.
La abuela encontró a una mujer en su casa, pero no la que esperaba y mucho menos contorneándose desnuda, sino al abuelo bailando como una descosida sin freno. Al verle con aquella indumentaria se disgustó sobremanera y todos hemos pensado alguna vez que le ofendió mucho ver a su marido con ropa femenina que no era suya, como si ella no tuviera gusto en el buen vestir.
El abuelo no negó la evidencia liberándose al instante del peso que le tenía medio jorobado. Empezó a vivir la noche cantando y bailando cuan vedette del Moulin rouge, utilizando como nombre artístico “Cinta la explosiva”.
No me hubieran puesto su nombre (jamás de los jamases) si el abuelo en su lecho de muerte, no les hubiera pedido a mis padres como última voluntad, entrar en el sorteo y marcharse al otro mundo sabiéndose perdonado por ser la primera mancha en una familia muy limpia.
Accedieron a su última voluntad esperanzados de que el azar le dejara en tercer lugar y el nombre quedase en desuso, pero para horror de todos, el destino quiso que fuera la segunda “explosiva” en la dinastía de los Van Heley de Haut Pérez (no utilizo mi segundo apellido nunca, pero esta vez era necesario para no identificar a las partes).
El abuelo no murió, se hizo actriz de prestigio y ha ganado importantes premios por el realismo que le da a sus interpretaciones. No solo me ha legado su nombre, también su creatividad y una manera muy particular de afrontar la vida.
Cuando algo no nos gusta, hay que cambiarlo y no perecer en ello. Hay formas de vidas paralelas a la que tenemos, encontrarlas está en nuestras manos. No somos lo que pensamos, somos más de lo que vemos.
Cintia Aurora María Van Heley de Haut. Historiadora.
Soy atípica por convicción. No me gusta hacer las cosas que los demás hacen aunque al final acabe haciéndolas, lo que me lleva a pensar, que todos nos parecemos más entre si (por más que pretendamos ser distintos por lo de la identidad propia y la autenticidad), de lo que quisiéramos, ya que en nuestra evolución pasamos por procesos similares.
Allí me vi, con las rodillas rozando la puerta del retrete sentada sobre el inodoro, leyendo lo que otras niñas del colegio habían escrito o rayado sobre el trozo de madera verde que cerraba aquel diminuto habitáculo por el que tantos traseros habían pasado antes del mío, para dar privacidad al momento de las despedidas.
Me estaba enamorando del modo que se enamoran los niños, con esa clase de amor que deja de parecerlo cuando crecemos y nos damos cuenta que es más que “eso”, pero yo sentía cosas que se reflejaban en mi cara sonrosada y en mi voz dubitativa, cuando mi compañero de pupitre me miraba o dirigía sus sabias palabras hacia mí (y eso ocurría todo el rato, teniéndole al lado era inevitable).
Aquel niño que desprecié (como al resto) en el pasado (unos meses antes) por saberle hombre en el mañana (algunos son detestables y éste proyectito me lo iba a parecer porque apuntaba maneras… se le veía venir), me atrapó sin tener que hacer nada; sin juegos de seducción en los que tanto he participado años posteriores y que luego él practicaría con asiduidad, cuando se hizo gigoló para costearse los viajes que hacía a lo ancho y largo del mundo, como cooperante de ONGS que ofrecían ayuda humanitaria a los peores tratados por la vida (vida de mandatarios sin escrúpulos)
Su “yo” me gustaba tanto que sembró en mi una semillita (esa no, otra, que solo éramos críos), que fui alimentando hasta que floreció y florida me encontraba cuando saqué del estuche de la mochila un compás y con la punta escribí dentro de un recuadro que tracé (los corazones me parecen cursis), esas letras que harían más amena la evacuación (del tipo que fuera) a futuras generaciones:
TU Y YO AMOR ETERNO
Las pintadas en las puertas de los aseos son deplorables, pero cuando la necesidad aprieta, el mundo no puede dejar de saber lo que gritar nos delataría: que amamos a alguien.
Las cosas del corazón (ese órgano tan feo, húmedo y vibrante) nos cambia, haciendo que nos comportemos de formas semejantes y sintamos parecido los unos a los otros.
En el amor y el desamor soy tan típica (mis convicciones no me sirven de mucho) como los demás, porque nuestros cuerpos están diseñados para actuar de la misma manera cuando identifican incidencias en el funcionamiento habitual.
No señalaré a nadie con el dedo porque está muy feo, pero a uno de los tiernos de la foto (ambos compañeros de trabajo, deportistas y sin preocupaciones por la jubilación) se le pregunta por la imagen tomada y en actitud defensiva, con un deje entre ofensivo y despectivo en su voz, se luce como las grandes estrellas del firmamento:
-Ven a mi casa y verás lo mari…ón que soy.
Algunos continúan creyendo que la “hombría” se demuestra practicando la equitación con una fémina y que “hombre” no es el que elige a las personas sin fijarse o importarle la combinación de sus cromosomas, si no el que discrimina a sus semejantes por tener más pellejo susceptible a la fuerza de la gravedad que ellas.
Estos mismos son los que se ofenden cuando los pensamientos de los demás van encaminados a apropiarle una pluralidad que no quieren (la escena es extraída de una secuencia con intención, mostrando la sensibilidad nada presumible, de los de las pelotas). Esa clase de pluralidades no gustan, porque en mentes arcaicas las comidas no se mezclan, o tomas carne, o te inclinas por el pescado, pero sin combinaciones “raras”, no vaya a ser que a uno le tomen por glotón.
El primer año de facultad decidimos una amiga y la conocida de una conocida que conocía una conocida nuestra, alquilar un piso y vivir como los de “Sensación de Vivir”, en pecado perpetuo. De haberse tratado de extrañas, la idea de compartir piso (yo que soy tan independiente) a cinco kilómetros de casa, no me hubiera resultado tan seductora, pero como todo quedaba entre conocidas me entusiasmé en dos segundos y medio, el tiempo que tardé en oír la propuesta.
Dejé que ellas eligieran el piso sin mi participación para apurar mis vacaciones en La Toscana. Acostumbro a ir todos los veranos al mismo lugar, pero me produce más tedio la rutina diaria que no hacer nada frente a una piscina tumbada en una hamaca con un zumo con mucho hielo.
Encontraron un ático nuevo, con muebles sobrios y funcionales muy afines a mis preferencias decorativas, que con unas cuantas velas aromáticas de colores aquí y allá, lo convertirían en nuestro hogar hasta que nos cansáramos de él y tuviéramos que mudarnos a otro sitio.
Tuvieron muy buen gusto con la elección, pese a que me llevé un tremendo chasco con los baños, no tenían jacuzzi ¡ninguno de los tres!, ni siquiera una ducha de hidromasaje tan gratificante para la circulación. Por suerte, los fines de semana tenía pensado pasarlos en casa, disponiendo de dos días, a lo sumo tres si me saltaba las clases de los viernes (ya se sabe que los viernes en ninguna parte se hace nada), para resarcirme de las carencias de la “madurez”.
Nos sentamos en los sillones de estructura metálica negra con cojines blancos, para establecer las normas básicas de convivencia:
-Respetar la ropa, accesorios y en definitiva, lo enseres de las demás y no cogerlos prestados salvo expresa autorización de la propietaria.
-Fijamos horarios para el uso del baño grande, acordando no exceder las dos horas de baño con burbujas y sales minerales. Transcurrido ese tiempo, quien infligiera el tiempo permitido, no tendría derecho durante cuatro días a más de una hora.
-La elección de la programación de televisión quedó determinada en una vez por semana. El resto de los días ésta se sometería a votación, ganando la mayoría.
Hubo un punto en el que no estuve de acuerdo en absoluto, el reparto de las tareas domésticas y la preparación de las comidas. Daba por sentado que contrataríamos a una profesional de tales labores para que se encargara de ello, pero las muy insensatas, pretendían quedarse con parte del dinero que nuestros padres nos darían para pagar el alquiler y la manutención, en fiestas, salidas y regalitos para sus chicos… No iba a irme de casa, donde siempre alguien se había ocupado de esas vicisitudes para ponerme a faenar como si realmente fuera necesario. Para toreros, los apretados con coletilla. Yo la vaca que pasta ancha.
Comprendí casi al instante (no soy tan rápida, demasiado empleo de energía para acabar en el mismo sitio), que nuestras diferencias inconciliables respecto a dicho tema pulcro, era una “señal del destino” y que aún no había llegado el momento de compartir piso con otras personas, por muy amigas mías que fueran.
Desde entonces, cuando no estoy completamente segura de querer hacer algo, opto por no llevarlo a cabo. Hay quienes prefieren arriesgar y perder en un acto de valentía, yo no pierdo ni aún quedando la última en una carrera de obstáculos porque el camino lo habré hecho paseando.
Cintia Aurora María Van Heley de Haut. Especialista en escala de valores.
Me casé a los veintitrés años después de terminar Bellas Artes, con un vestido largo y pomposo azul cielo (el blanco lo dejo para las de las apariencias), cumpliendo así mi mayor deseo desde niña, divorciarme de mi marido.
Tarde más tiempo en hacerlo del previsto, dos meses (le concedí esa pequeña ventaja a mi ex) y como no habían motivos para disolver nuestra unión, me los inventé, alegando incompatibilidad de caracteres; inmadurez en el momento de contraer matrimonio y desamor… El amor ni siquiera había llegado, por lo menos por mi parte, él parecía a veces enamorado, pero creo que en realidad estaba deslumbrado por mi persona (ocurre con frecuencia que la gente se ciegue cuando me ve), y confundió lo que sentía, de lo que me valí para prosperar en mis intenciones casamenteras.
No me acuerdo cuando conocí a mi ex (rescoldo que me quedó de mi sueño realizado), probablemente fue en una fiesta (no me perdía una, daban de comer y beber gratis y era fácil comprometer a un chico, porque muchos, la mayoría de las veces, al día siguiente no se acordaba de lo que había hecho la noche anterior), o en la enseñanza secundaria, en algún pasillo o en el patio.
Sea como fuere, empezamos a frecuentarnos al finalizar las clases, o a veces incluso cometíamos la insensatez de escaparnos el tiempo que duraban las asignaturas más aburridas y con menos repercusión para nuestro futuro, por más que los profesores coincidieran en que “todo conocimiento es fundamental, bien canalizado” (a saber…). Lo que sí recuerdo bien es que un día, se me pasó fugazmente por la mente la idea de que mi ex era el chico adecuado para casarme y luego divorciarme de él, mientras me comía una hamburguesa en un Burger.
Estaba tan ensimismado conmigo que estaría dispuesto a llevarme al altar (en nuestro caso fue ante la mesa del Teniente de alcalde ya que el alcalde estaba de pre-campaña electoral y en su agenda, entre mítines, almuerzos, comidas, meriendas y cenas, no había hueco para unir nuestras vidas burocráticamente), desbaratando la creencia de que a los chicos les asusta el compromiso y huyen de él como de una mofeta. Eso ocurre cuando no han encontrado la persona apropiada, como lo era yo.
El hecho es que me casé y me divorcié en sesenta días (el proceso duró mucho más, pero dejamos de vivir juntos en la casa que nos compramos, pues lo único que quedaba de nuestro enlace, eran viejas fotos y los momentos que pasamos juntos, los buenos, los malos, si los hubieron, mejor no recordarlos, que hacen daño y una no estar por la labor de auto herirse), sin que él acabe de entender con propiedad que ocurrió y me lo siga preguntando después de veintidós años, las veces que quedamos para comer (conviene llevarse bien con el ex, por el bien de los hijos, nosotros no los tuvimos dentro del matrimonio, pero en caso de que hubiéramos sido padres, nuestros hijos se merecerían que nuestra relación fuera buena para no traumarse y como consecuencia de ello, su vida caer en un caos terrible). La última vez que nos reunimos me sorprendió la observación que hizo: -Nunca me quisiste. Si me caracterizo por algo, es por no mentir, pese a quien pese. -Pues mira, ahora que lo dices, no, no te quise, pero deberías sentirte feliz por haber sido “el elegido”. Había varios candidatos, pero solo tú podías ostentar el título de “ex”. Créeme, eso es más de lo que podré ofrecer jamás a nadie… Hijos a parte.
Desde mi experiencia sé que hay que perseguir los sueños hasta atraparlos, y que los daños colaterales ocasionados a terceros, no son responsabilidad nuestra, sino de quienes no saben ver más allá y no ponen límites a su vuelo.
Cintia Aurora Maria Van Heley de Haut. Realizadora de sueños.
Buscando en el desván de casa (en tierras extremeñas se llama “doblao”) un libro (a veces me da por buscar cosas que echo de menos. Las tengo en las manos varios minutos y luego las vuelvo a poner en su lugar), encuentro mis memorias (diarios escritos durante una época estrechamente relacionada con el pavo genérico sin discernir si es real, verde, ocelado, salvaje o de matorral) y en uno de ellos aparece un recorte con la fotos de él (sí, hasta esos extremos llegaba mi empecinamiento por dejar constancia de mis emociones-sentimientos-vivencias).
Apollo (entre aves andamos) fue el primero de todos en gustarme (platónica-televisivamente). Era el protagonistas en “Galáctica, estrella de combate”, emitida cuando tenía siete u ocho años, descubriéndome que los chicos podían gustarme (esos malvados serecillos que me hacían rabiar en el colegio, de naturaleza corrupta, todos ellos menos mi amigo del “alma”, que por ser amigo mío no era chico. Los amigos son como los ángeles, unos indefinidos) y que se podían sentir cosas distintas y agradables hacia un trozo de carne viviente (definición muy aproximada de lo que consideraba a los niños, en aquellos inicios míos por la vida, con uso de razón, sin su uso, no recuerdo nada).
Apollo ya no mí estimado Apollo (pronúnciese Apolo, si no gustan las plumas). Los años le han cambiado y han cambiado mi percepción sobre su endiosada belleza (cuerda soy mucho más objetiva que bajo la influencia de unos ojitos azules y un corte de pelo favorecedor).
Su imagen no me dice nada (no es que antes mis conversaciones con Apollo fueran distendidas, pero él me miraba y yo suspiraba. Había “complicidad”, aunque que creo que él nunca lo llegó a saber porque estaba demasiado ocupado en las estrellas), pero abrió la vereda hacia éste instante, donde empieza a haber más pasado que futuro, y si no hubiera “marcado” mi joven existencia, después de haber hecho una bolita de papel con el recorte, no lo hubiera desdoblado con cuidado, con cierto arrepentimiento.
Hay historias que no merece ser tiradas y recuerdos que merecen seguir guardados, como parte de lo que somos, hasta que estemos preparados para prescindir de ellos.
Haiku, composición poética japonesa (dejarse fluir deliberadamente) de 17 sílabas, distribuidos en tres versos de 5-7-5 sílabas respectivamente, que versa sobre la naturaleza (florecitas, arbolitos…), paisajes (montañitas, marecitos…) y animales (pajaritos, ranitas…) originariamente.
La mínima expresión para no decir nada o decirlo todo sin que los demás lo entiendan. Escribirlos relaja al tiempo que oculta realidades calladas.
Uno de los Grandes Maestros de las Artes Dudosas, alecciona a su discípula más aventajada (y única):
-Tu escuchar bien, superhipermegaaprendiz en ciernes, porque ésta canción que no gustarte en tiempo presente, será tu bandera cuando la madurez te alcance y tu su precursora a no muchos años más tardar.
Escucho… Reescucho… Redeescucho… Redequeescucho… Redequeteescucho… Y asiento.
-Cierto, Gran Maestro de las Artes Indefinibles, el tema será bueno para oídos ajenos más habituados a los malos ruidos que los míos, pero no me gusta… No solo no me gusta, sino que además no me gusta nada… No solo no me gusta nada, sino que además me parece horrendo, horripilante, horroroso, espantoso, espeluznante, aterrador, terrorífico, pavoroso, monstruoso; apocalíptico y tremebundo.
-Educanda de los buenos conocimientos adquiridos gracias a mi persona sabia, tu no saber bien que decir, porque tu ser pequeñita aún, pero tu enloquecer cuando darte cuenta que encantada estarás cuando tu mente haya crecido tanto como tus arrugas aumentado. Sé paciente y verás.
-…
Varios días después, habiéndola padecido varias veces a voluntad propia, sigo pensando que el Maestro de las Artes Fructuosas se equivoca (hecho que ocurre con frecuencia alarmante para el aprendizaje de la inteligentísima discípula). NO ME GUSTA... Ahora.
Personas anónimas que ocultan sus rostros, para que nadie sepa quiénes son y que dependiendo de cómo han actuado durante el año (subjetivo del todo), van descalzos en procesión, cargando cruces o arrastrando cadenas, en día y noche penitente. Por sus colores los reconocerás: Blanco: simboliza la pureza, la inocencia, el gozo (de ser puro e inocente, no de regocijarse en la alegría) y por tratarse de penitentes, también es símbolo de Dios). Muy utilizado por santos (no mártires, a estos les va más el marrón), no desentonará en fiestas del Señor y la Virgen María, así como también es muy propio para la Navidad y la Pascua.
Rojo: fuego y sangre (tomates y pimientos aparte, pues son propensos a emular el color de la lechuga). Ideal para impartir el sacramento de la confirmación, es un color muy agradecido, ya que en Pentecostés, Domingo de Ramos, Viernes Santos; Misas votivas personalizadas del Espíritu Santo, la Preciosísima Sangre y la Pasión del Señor; fiestas de Apóstoles y Evangelistas y en las celebraciones de santos mártires (cuando no usan el marrón), se puede llevar sin desentonar un ápice.
Verde: significado de la esperanza, vestirlo en caso de asistir a Oficios (no confundir con empleo o labores) y Santas Misas, solo si se tratan del Tiempo Ordinario.
Negro: elegante donde los haya, se puede utilizar el día de todos los fieles santos (el día posterior al día de todos los santos a secas) y en Misas de réquiem (misas musicadas).
Morado: humildad y penitencia, en ocasiones sufrimiento y dolor. Para tiempo de Adviento y de Cuaresma es indispensable, aunque a falta del verde, éste se puede sustituir por el lila para asistir a Oficios y Santas Misas.
Rosa: flor del rosal, hermosa y de fragancia suave, también conocida como de Alejandría o Pitiminí, es un encarnado poco subido recomendable para el Domingo de Adviento y el cuarto Domingo de Cuaresma. Es de suma importancia no confundirse de domingo, si la tendencia de la indumentaria no es vanguardista.
Se rumorea en círculos nazarenezcos, que el amarillo podría empezarse a emplear en señal depoderío y riqueza, en conferencias clericales, así como en reuniones privadas monásticas.
Servicio técnico de la empresa con quien tengo contratada la línea ADSL (quebradero de cabeza que no tenía, hasta que decidí renovarme a morir tecnológicamente).
OPERARIO: Buenas tardes, le atiende Perico el de los palotes, ¿en qué puedo ayudarle? (La tarde no puede ser muy buena siendo sábado y estando delante de un ordenador con un auricular con micrófono atendiendo las llamadas de “poco duchos en aspectos informáticos” como yo)
YO: No tengo conexión a internet… ¿Es posible que tenga que ver con el hecho de que me hayan aumentado la velocidad? (Con mi consentimiento pero sin mi iniciativa. Me hubiera conformado toda la vida con mi único Mb, pero mi tarifa se había quedado obsoleta, según me explicó la agente que me llamó tan diplomáticamente como pudo, cuando la finalidad es cobrarme cinco euros más por “ampliación de servicio”. Me cogió de buenas, en caso contrario mi negativa hubiera sido tan rotunda como en las últimas ochenta y siete veces y mi advertencia de cambiar de compañía si seguían molestándome con ese tema, creíble fingiendo enojo).
OPERARIO: Dígame su nombre para dirigirme a usted y su número de teléfono para comprobar que no hay ninguna incidencia en la línea. (Todos los operarios y agentes de las líneas 900-901-902, se aprenden el mismo texto para tratar a sus usuarios).
YO: Hiparquia y mi número es el… (Cuando enciendes el ordenador y algo no funciona como debería, se recomienda hacer uso del sarcasmo después de la rabieta, e Hiparquia ha sido mí patrón durante mucho tiempo, no por ser considerada la primera mujer filósofa, antes de ella seguro que había muchas pensantes anónimas, sino por conseguir que se lo reconocieran, “los escasos de imaginación”).
OPERARIO: La línea está correcta, Doña Hiparquia (me encanta) posiblemente con el aumento de velocidad se haya desconfigurado el router. Hay algunos sistemas operativos susceptibles de desconfigurarse… (En este punto sabía dos cosas: la primera que pronto iba a empezar a perderme con tantos tecnicismos y la segunda, que la llamada iba a costarme cara) OPERARIO: … Probemos una cosa, Doña Hiparquia, apague el ordenador y cuando lo encienda pulse rápidamente F8. (El contorsionismo sin previo calentamiento puede ser contraproducente. De cuclillas delante del USB… -lo que toda la vida que conocemos hemos llamado torre-, con un dedo sobre el botón ON/OFF, sujetando el inhalámbrico entre la oreja y el hombro y la otra mano escalando por el teclado para alcanzar F8, a punto estoy de descoyuntarme).
YO: No ocurre nada, se enciende con normalidad. OPERARIO: Vuelva a intentarlo Doña Hiparquia. Tiene que ser un movimiento rápido… (Refunfuño… más rápida… Tengo brazos, no tentáculos… ¡Lo consigo!) YO: Sigue sin ocurrir nada… (Que no ocurra “nada”, significa que no aparece el menú con las opciones descritas por Perico). OPERARIO: Pruebe con F5, algunos sistemas funcionan con esta tecla. YO:(Eureka, ocurre algo distinto, pero no lo que esperamos). Bien, me remite a F8, pulso la tecla y aparece el menú que me describía. Clico sobre la opción B (creo que era conexión segura a redes), como acordamos antes y… OPERARIO: Escriba Portugal, Italia, Noruega y Grecia… (Parte de Europa en mis dedos en un solo PING) A continuación escriba Cataluña (Quizás porque mi niñez sigue jugando en tu playa y … ), Oviedo, Navarra, Fraga… ¿Qué aparece? (Cinco minutos después seguimos en las mismas). YO:(exhaustiva descripción) pierde paquetes (no explicaré esto). OPERARIO: Doña Hiparquia, ¿cuántos puertos tiene su router? (A saber…) YO: Cuatro (después de contarlos) OPERARIO: vaya cambiando de puerto y escribiendo la numeración que ha me ha dado antes (esta parte va incluido en los cinco minutos de maniobras de más arriba. Puerto por puerto, y sigue sin funcionar. El paciente técnico, tenía una tranquila tarde hasta que aparecí yo, más que torpe en lindes informáticas, poco interesada y ni la poca experiencia que voy adquiriendo en estos vericuetos, harán que preste más atención a lo que le pase a mi “equipo”, en adelante. Soy una paria de la informática).
OPERARIO: Doña Hiparquia vamos a enviarte un router nuevo (A estas alturas nos hemos dejado de convencionalismos y nos tuteamos. Los veintitrés minutos que llevamos hablando y la intensidad de los mismos no da para menos) Necesito que me facilites los datos del modelo que tienes (esa es otra... ¿Qué se yo de modelos de aparatejos que ni siquiera miro?. Me meto debajo del escritorio y leo todo cuanto aparece escrito en el router, números y letras)…
YO: Perico, ¿tendrá algún coste adicional el envío del router? OPERARIO: Ninguno, doña Hiparquia. Lo recibirás la próxima semana. YO: Gracias. OPERARIO: ¿Tienes alguna otra duda doña Hiparquia? (¿Bromeará?) YO: Ninguna, gracias por tu atención. (Alivio al otro lado de hilo telefónico. Lo noto) OPERARIO: Pasa una buena tarde, doña Hiparquia. YO: Gracias, Perico, tu también. Buenas tardes. (…) Han pasado tres semanas (no una) y vuelvo a tener conexión, aunque la historia continuó durante ese tiempo (de otra forma). He descubierto que sin internet la vida transcurre tranquila y he dedicado una buena porción de mis minutos a hacer otras cosas (que ver tienen con el aire libre). De nuevo con conexión, pienso en lo que echaba de menos estos ratitos delante del monitor... Ya estoy de vuelta.
A Lisís (1) no le gustaban los conflictos. Era lo que más detestaba de su época (2) y de su país (3). Le hastiaba que su marido pasara más tiempo matando a otros soldados que como él, dejaban a sus esposas en casa, comandados por “amigos de palabras parcas”, y que entre el amor (en todas y cada una de sus acepciones) y la guerra, eligiera lo segundo.
Demasiado tiempo sola. Demasiados ratos perdidos pensando, sólo pensando en cómo sería vivir en paz; en ver a su marido ocupar todas las noches una alcoba que sin él parecía más grande. El vacio se la comía; los sueños se desvanecían, mientras ella permanecía como la una.
Cruzó las piernas a la desesperada (4). Difundió sus propósitos a otras mujeres, que al principio se escandalizaron, pues si duro era vivir lejos de sus maridos, más duro sería recibirles a su vuelta cerradas de miras e intransigentes (5) . Sacrificar sus ansias y deseos en favor de la paz. Conseguirla significaría caminar hacia adelante. Desterrar la cruz de su existencia. Satisfacer su vitalidad.
Lisís no cejó hasta convencer a las esposas de los soldados de los bandos en conflictos, de que la forma de lograr que aquello que negarían (y se negarían) fuera dado, era convocando una huelga indefinida. Sin la firma de la paz, paz no habría en el hogar.
Los esposos aguantaron. Eran soldados. Los soldados luchan. Sus mujeres solo estaban enfadadas, pero acabarían cediendo y accediendo a sus voluntades. Los enojos pasan, ellos estaban entrenados para resistir, pero hasta la resistencia tiene un límite y el fondo eran ellas.
Abandonaron la lucha, faltos de lo que necesitaban, de lo que les hacía querer volver a casa, de lo que hacía que marcharan a la guerra para reencontrarse con ellas tras la batalla. La paz fue firmada.
El espíritu de Lisís permaneció en otras mujeres más adelante(5), que propugnaron “libertad, igualdad y fraternidad”. Ser una voz, ser un voto. Poder elegir a los mandatarios, sometiéndose a ellos por decisión propia, y no solo del hombre que duerme al lado.
El mundo despierta tarde, y aun medio dormido asume que tal vez se nos pueda oír, con o sin razón; sin la necesidad de celebrar días internacionales que conmemoren la lucha de mujeres que perecieron bajo la escasa compresión de sordos profundos, y que nos hagan diferentes por tener día propio, cuando lo que defendemos es IGUALDAD PARA TODOS.
La libertad acaba cuando empieza la de el de al lado.
A tener en cuenta:
(1) Lisístrata, famosa obra de teatro en la Grecia Clásica, escrita por Aristófanes.
(2) Antigua Grecia, siglo primero, a.C. (3) Grecia, donde las guerras eras continuas entre las distintas regiones. Son especialmente conocidas las que tuvieron lugar entre Atenas y Esparta. (4) En la obra Lisístrata, se denomina a la rebelión de las mujeres, como la huelga de piernas cruzadas. (5) Las mujeres de los soldados (de los bandos implicados), se negaron a mantener relaciones íntimas con sus maridos, hasta que estos no
desistieran de ellas (de las guerras, no de las mujeres) firmando la paz. (6) Revolución Francesa: las parisinas dirigieron sus pasos hacia Versalles, pidiendo libertad (tener los mismos derechos que los hombres), igualdad (tener la misma consideración que ellos) y fraternidad (ser tratadas como hermanas, no como hijas) y exigiendo el sufragio femenino.
Xynthia llegó, nos despeinó (en el mejor de los casos) y se fue con aire de señoritiña, a ejercer su despotismo a otra parte. La “tormenta perfecta” nos dejó algo desperfectos, pero tras su marcha, he vuelto a ver el sol, al que creía desterrado desde principios de diciembre.
Cuando lo habitual se torna poco probable, es el momento de las pequeñas cosas, esas que todos tenemos y a las que no les prestamos atención, porque están demasiado cerca.
Después de la tormenta, siempre sale el sol (aunque no sepamos cuanto tiempo tarde en hacerlo).
Anoche me cautivó una película que desconocía, con que el azar distrajo mi desvelo. No creo en el destino, pero esa película se hizo para que yo también la viera y una tarde cualquiera escribiera sobre ella. Vivir lejos de casa hace que queramos estar más cerca de ella, de la forma en que sea, y a veces no nos damos cuenta de que lo que deseamos está a nuestro lado, aunque no sea como lo pensamos. La nostalgia no se sufre, se siente; los sueños, no se tienen, se crean; las historias no empiezan cuando se viven, sino cuando se inventan. Perseguir ilusiones es intentar llegar a algún lugar, y si ese lugar no existe, convencernos de que no se está tan mal donde estamos.
Nació en Roma (1), hijo de la gerente de una agencia matrimonial (2) y de un militar experto en conflictos bélicos(3), que pasaba más tiempo lejos que cerca de casa, para ahorrarse batallitas internas.
Incomprendido se sentía por no “ser” como los “demás”, aproximándose a la identidad propia a temprana edad. Su madre le recriminaba continuamente que pasara tanto tiempo revoleteando entre las nubes, en lugar de caminar por la acera como hacían todos los niños y siempre le repetía lo mismo: “A ver cuando dejas de hacer el indio y creces un poco”.
El tiro con arco era su especialidad, y menos cuando se equivocaba (hecho que ocurría con bastante frecuencia) daba en blanco…
Fue alumbrado en Grecia (4), de padres desconocidos, le criaron una “madame” que regentaba una empresa de citas a ciegas a la carta (5) y un intendente del ejército (6). Se sospechaba que sus padres podrían haber sido una mendiga (7) y un millonario (8) que se conocieron en la casa de la madame; una sereno (9) y un mulato (10), arrecíos de frío en un portal; la cartero (11) y un meteorólogo (12) (esa es historia para otro momento); o incluso la madame y el intendente, que aun habiéndose hecho cargo de su educación y manutención, la coquetería de la señora, no le permitía confesar su maternidad al mundo y discreción pidió al intendente, a cambio de proporcionarle las mejores citas.
Joven empezó a trabajar para su madre postiza (o real), en el departamento de recursos humanos (selección de personal) , y desarrollando su labor oyó hablar por vez primera de una psicóloga (13), que le estaba quitando la clientela a su madre, porque la belleza de sus palabras hacían que los señores que demandaban sus servicios, prefirieran escuchar los consejos de la muchacha, a pagar por efímera compañía.
Preocupada (envidiosa) la madame por el devenir de la empresa, le encargó al hijo que contratara a un gigoló para que sedujera a la facultativa, haciéndola perder así toda credibilidad delante de sus pacientes, pero cuando el putativo la vio, se enamoró de ella, y ese mismo día empezaron a vivir juntos.
Las hermanas de ella, celosas por haberse conseguido al chico por el que todas las mujeres suspiraban y algunas de ellas hasta más de tres veces seguidas, malmetieron en su relación hasta que él empezó a desconfiar de la chica, y la abandonó.
Ella no ha dejado de sufrir y luchar por su amor, pues el amor hizo que naciera su hija (14) ... Si el enano romano ese que se dedica a tirar flechas envenenadas, cuyo efecto sobre las hormonas es letal, no se hubiera equivocado de presa ese día, ella no padecería tanto... Y es que el amor duele.
A tener en cuenta: (1) Cupido: Dios del amor, indio de las flechas (Mit.Romana). (2) Venus: Diosa del amor, de la belleza y de la fertilidad. Narcisista total (Mit.Romana). (3) Marte: Dios de la guerra. Convicciones acérrimas (Mit. Romana). (4) Eros: Dios del amor y del sexo. Creador del popurrí sentimental (Mit.Griga). (5) Afrodita: Diosa del amor, la lujuria, belleza, prostitución y reproducción… La más madame entre madames. (6) Ares: Dios olímpico de la guerra y la violencia… Lo deportivo no hace daño (Mit.Griega). (7) Penia: Personificación de la pobreza y la necesidad, que junto a Amekhania (desamparo) y Potkhenia (mediocridad), son como el trío La, La, La. (8) Poros: personificación de la oportunidad, la conveniencia, y la utilidad… El fin justifica los medios (Mit.Griega). (9) Nix: Diosa de la noche… Mundo de los dormidos (Mit.Griega). (10) Érebo: Dios de la oscuridad y de la sombra, la buena y la mala (Mit.Griega). (11) Iris: Mensajera de los dioses… Mi predilecta 1 (Mit.Griega). (12) Céfiro: Dios del viento del Oeste… Mi predilecto 2 (Mit.Griega). (13) Psique: Personificación del alma, mujer, mujer, mujer (Mit.Griega). (14) Hedoné: Personificación del deseo sexual… Fuera botica (Mit.Griega).
El poco interés que muestro por algunas celebraciones (entre otras cosas), ha hecho que no sepa de donde proceden (aunque me lo pueda imaginar, pues casi todo tiene origen en el cristianismo… casi todo lo que tengo en mente), como es el caso del carnaval.
Probablemente me lo explicaron alguna vez (años ha…), pero como no suelo prestar atención a lo que me aburre, lo único que sé es que en el colegio, durante una semana (a finales de febrero) nos hacían cada día dar la nota de una forma distinta, ya fuera con calcetines de diferentes colores; con un bigote pintado en la cara; con sombrero vaquero; o con un pañuelo de un determinado color al cuello, complementos, que a quienes éramos tímidos y teníamos el sentido del ridículo muy desarrollado, nos apabullaba… La finalidad era hacer que la semana transcurriera distendida y menos sosa de lo acostumbrado, con las pintas que llevábamos y contagiarnos de un espíritu que a veces no existía en nosotros, hasta la culminación en una fiesta al aire libre, en que podíamos elegir el disfraz que quisiéramos.
Reconozco que el día de la fiesta al aire libre con orquesta infantil (y canciones – juegos de lo más ridículos, hasta para mí siendo niña) no me disgustaba, aunque como todas la fiestas me aburría solemnemente al cabo de dos minutos, pero lo que me gustaba era la idea de ser “otra persona”, durante tres horas.
En años consecutivos he sido bailarina (con un tutú que me daba un aspecto de repollo); china o japonesa (tengo una edad para diferenciar los trajes propios de cada país, pero tampoco me interesa, el caso es que por mis ojos rasgados, podía pasar por lo uno o por lo otro); reinita (sí, como casi todas las niñas, yo también quise serlo); reinita otra vez (los disfraces eran caros, y cuando no te los prestaban, se repetían. Fui con el mismo vestido dos años seguidos, solo que el segundo año era una reinita atípica, porque el vestido me llegaba por los tobillos (mala cosa eso de crecer) y se me veían las “bambas”); sevillana (así se llamaba en mi época al vestidito de lunares, complementado con pulseras de plástico y un clavel en la cabeza).
Recuerdo especialmente la vez que fui vestida de catalana, con el traje típico de mi tierra, y el pelo recogido en una redecilla. Esa vez fui de mi misma pero en bonito, y no pasé frío con las enaguas, faldones, chaleco y chal por encima de los hombros. Además como llevaba las “espardenyes” de esparto, con calcetines de lana, no se me enfriaron los pies como en otras ocasiones.
Es carnaval en algunas partes, del latín “carnelevare”, abandonar o quitar la carne, o lo que viene a ser lo mismo pero actualizado a nuestros tiempos, no probar la carne durante la Cuaresma (también debería conocer el origen, pero aún no me interesa, lo dejo para otro momento). Para mí no es ningún suplicio la “no ingesta” de carne, no la como nunca.
Celebración pagana (¿cómo no?), con un alto grado de permisividad, en la que el disfrute se puede llevar al límite que un quiera así como los excesos. Es decir, el carnaval es un fin de semana cualquiera pero disfrazado de lo que no se es o de lo que se es pero no se dice… A saber.
Me enfadaría tanto, pero tanto, tanto, que volvería del más allá (allí donde esté) para hacerles la colada añadiendo al suavizante tinta china, tiñendo así sus ropas del mismo color que tienen sus almas y fueran conjuntados… Exagero, no volvería de ninguna parte, cuando se emprende el viaje a la nada, no hay retorno (en caso contrario que me lo prueben… no, mejor no, no quiero saberlo).
Unos cuantos cientifiquillos e historiadorcillos italianos, pretenden exhumar los restos de Leonardo Da Vinci, para satisfacer su curiosidad científico-histórica (que es como les gusta denominarlo. “Cotilleo” de camilla, es poco categórico para el rango obtenido por sus pestañas quemadas delante de libros bien aprovechados) y desvelarle al mundo (enriquecerse) ocupado con sus quehaceres, si la sospecha sobre la Gioconda son ciertas y La Mona Lisa es el propio Nardo Da Vin, en una exaltación de sí mismo, demostrando así su gusto por los hombres.
Las otras dos opciones barajadas es que se trate de un retrato de su madre, explicando de esta forma el parecido con el artista todoterreno, o de la esposa de un comerciante, a la que también deben haberle visto airecillo a Leo, o de lo contrario la primera posibilidad carece de sentido. El aire está o no está, no lo manejamos según nos convenga (caigo en la soez, de algunos vientecillos si tenemos el control, otros se nos escapan).
Los apoderados del Castillo de Amboise -donde se presume que se encuentra Nardo, pese a la reyertas religiosas entre hugonotes y católicos, en las que esparcieron sus restos por quién recuerda dónde-, y las autoridades francesas están en conversaciones con los profanadores oficiales en potencia de la tumba del GENIO, con el fin de llegar a puerto (más bueno que malo), como si los dormidos permanentes, fueran propiedad de nadie y a falta de descendencia conocida o reconocida a quien solicitar permiso, tuvieran licencia para decidir desenterrar a los idos. ¡Ni muertos somos libres! Siempre habrá alguien que crea poder poseernos.
El Carbono 14, y el cotejo del ADN de los dientes del que, por suerte para ellos, no se quedó molejo, con el de algún descendiente masculino, más muerto que vivo, será clave para descubrir la verdad o liarse aún más.
Si los huesos pertenecen a quien creen que existe dónde lo encontraron (y no a otro somnoliento sin capacidad suficiente para demandarles por perturbar su sueño eterno), con su cráneo reconstruirán el rostro del divo y nos mostraran que, o bien tenían razón en sus credos de sobremesa, o bien que Garci les entusiasma en “Volver a empezar” y “Asignatura pendiente”, reflejo de su sino.
No me sorprendería que Da Vinci hubiera pensado en su trascendencia y la repercusión de su buen hacer hasta llegar a la mesa de un laboratorio y les tuviera algo preparado a los fisgones de la bota.
Podrán toquetear sus huesos, pero nunca nadie podrá descifrar la mente de Leonardo, y el misterio permanecerá como un halo oscurecido sobre nuestras cabezas (mientras aguanten sobre nuestros hombros).
La vida sin mí… no era. Pero llegué cerrando ventanas y abriendo puertas; aireando rincones repletos de dejadez concertada… Pareciéndome a mí, doblegándome en otra; aquella que apuntaba maneras de independencia.
La vida sin mí, he olvidado. Ya sólo puedo vivir conmigo. No quiero volver a la nada, conservando aún algo: un latido en el pecho; un suspiro al viento…
Yo en mí misma, fuera de mí aguarda lo extraño. Soy siendo; estoy… Aquí.
No es un acertijo ni un jeroglífico. Esto es lo que ocurre cuando no ocurre nada, o cuando todo pasa a la vez, pierdo flexibilidad y elasticidad, no doy más de sí y me entrego a lo experimental.
Anoche, tan tarde que casi ha sido esta mañana, desvelada, pensaba (nada recomendable si se pretende coger el sueño) en verso (como se piensa cuando no se quiere pensar demasiado, pero evitarlo tampoco) e iban saliendo florituras que memorizaba (ni loca me levanto a esas horas a escribirlas aun poniendo en peligro la fidelidad al original), con sentido sospechoso.
Por el orden en que aparecían las palabras tomé conciencia de que tenían mayor significado que el que les presumía, y de que eran la mínima expresión de mi semana pasada.
Hoy estoy más ausente que presente, pero estoy de algún modo y estando sigo...
Me encuentro con una conocida desconocida que me saluda con el entusiasmo propio de quien se alegra de volver a reencontrarse con alguien a quien no ha visto en mucho tiempo, a la salida de la oficina de correos.
La miro -fingiendo que sé quién es, aunque no tengo ni idea- y la remiro con todos mis sentidos alertas, para acordarme antes de ella y hacer desaparecer la extraña sensación de estar charlando con alguien con conocimiento de causa, cuando la causa anda despistadilla.
Mi mente trabaja a marchas forzadas tratando de evitar que el desconcierto interior se refleje en mi rostro. Si la conozco no sé de qué y si no la recuerdo es que, o bien hace tiempo que no nos vemos (tengo buena memoria, casi deshecho esa idea), o bien pasó por mi vida con distinta importancia que yo por la suya.
Elijo improvisar, a evidenciar mi confusión. Hay preguntas muy recurrentes que sirven de tanteo: ¿Qué tal la familia? Esperaba respuesta corta, pero me habla de sus padres jubilados de viaje en Cantabria con el Imserso, a los que no les ha dejado de llover ni un solo día; de que su hijo ya va al colegio (lo que me induce a pensar que al menos hace tres años que la conozco en caso de que sea así, pista); del nacimiento de su hija hace tres meses y de su marido…
¿Cómo va el trabajo? Se tenga o no, siempre hay algo que decir acerca de él. Me explica que pronto se reincorporará tras la baja maternal, pero no especifica a dónde (sus palabras no son nada esclarecedoras).
Continúo lejos del recuerdo de aquella extraña que no me suena nada, inmiscuida en una conversación de besugos a la que cada vez le encuentro menos sentido.
“¿Sigues allí?” Quiere saber. Deduzco que se refiere al trabajo. “Allí” tiene cierta connotación cómplice, como si ella supiera que estoy en alguna parte determinada o cree que lo estoy pensando que soy alguien que no soy. Me arriesgo… “Si, sigo allí”. "¿Y cómo va?" “Muy bien, todo va muy bien”. Nada va bien, oírla hablar de su vida era fácil, pero contestar a sus preguntas me hacen sentir ridícula porque no sé a lo que estoy contestando ni lo que espera que diga, y si descubre que no recuerdo o sé quién es, el ridículo se hará una gran bola de fuego que nos atrapará a las dos.
“¿Y los niños?” ¿¡Los niños!? Creciendo, creciendo en algún lugar lejos de mí. Tan lejos de mí que hace mucho tiempo que no los veo. De hecho, nunca los he visto porque no los he tenido, pero seguro que están en algún lugar, solo hay que buscarlos y traerlos… de allí. “Bien, muy bien”. Miento. Tengo claro que no la he visto en la vida y que la desconocida conocida, me ha confundido con otra persona. No la saco del error. Se ha alegrado de verme. Le he alegrado el día a alguien sin proponérmelo. Las probabilidades de que nos volvamos a ver son escasas, espero.
Nos despedimos afectuosamente: “Tengo tú móvil, te llamo y nos tomamos algo” me dice empezando a andar en dirección contraria a la mía. Ya, tiene mi móvil… No sé como habrá conseguido el número, teniendo en cuenta que no se lo doy a nadie, porque no tengo. Sonrío. “Cuando tú quieras”.
Respiro sosegada. Mi memoria sigue siendo infalible.
No es el primero, antes han habido otros –inocentes flirteos causados por la inexperiencia y el fervoroso anhelo de hallarle por fin, como si el tiempo me apremiase- con los que me ilusioné, llevando a tal extremo mi enajenación, que incluso sobre alguno medité más de dos noches de insomnio, si sería adecuado formalizar lo que empezaba a expandirse si no lo frenaba, e intención de hacerlo no sopesaba.
La voz de mi conciencia (mi madre), que me persigue aunque distraída la crea, me mantenía pegada a la realidad (más triste no podía parecerme), enemiga de precipitaciones y desvaríos ocasionados por agentes externos. Ninguno de ellos era para mí. Ahora sé que valió la pena el sacrificio que me supuso (pobre de mí) abandonar abruptamente mis sueños, porque “lo bueno” estaba por llegar…
Y llegó en forma de fotos –sí, las instantáneas son engañosas porque reflejan un momento calculado que alguien eligió como el oportuno para que permanezca y nos perezca. Son poses que nada tiene que ver con todos los días- el primer contacto, luego lo conocí físicamente y, entonces, aún sabiéndole de otra (que no lo valoraba como yo, o de lo contario no lo hubiera librado de sus viles garras tras seis años de convivencia), me enamoré sin que remedio mediase entre razón y corazón.
Enamorarse de “lo material” es exagerado, pero a veces, cuando algo nos entusiasma más allá de la cordura, se hace inevitable no caer en exabruptos necesarios para satisfacer nuestra complacencia.
Relajadas mis ganas y mermadas mis esperanzas, vino (de repente) acompañado del pánico. Lo quería, pero la culminación de nuestro pacto secreto trazado en silenciosos diálogos - que es el más efectivo cuando ajeno al conocimiento quieres estar- me mareó, distorsionando el suelo bajo mis pies. Quizás no fuera suficiente para él y necesitara mucho más de lo que yo podía ofrecerle para que me perteneciera íntegro. Demasiado tarde para pensar, demasiado pronto para dudar, caladita hasta el tuétano me tenía.
Una, cuando cae, ha caído. Y no hay más.
Alejado de cómo mi mente le había creado -¡Craso error! dejar ir la imaginación a su libre albedrío, pues el diseño realizado dista mares del original encontrado- pero ya no veía su ser, sino sus posibilidades de ser como me gustaría. Ser a mi lado y ser sin mí es distinto. Falta mi concepción, mi voluntad y mis manos.
La voz de mi conciencia dudada, no porque no le gustase –no puede no gustar a nadie, pues encanta con sus artes-, sino porque me alejaba. Luchaba por conservarle a mi lado, aunque fuera más de otra que mío, aún.
Me reconvertí. Me reconvirtió, desbaratando mis credos. El amor no se amarra. No atas a quien quieres con rúbrica que corte las alas de aquel que quiere alcanzar el horizonte solo. Dejas que se vaya, que viva su existencia sin interponerte entre su deseo y su libertad.
Le até a mí sin que el pulso me temblara, en ceremonia no religiosa (nada más faltaba, hasta ahí sí que no llego por amor a nada).
Ya es mío. Ella desapareció después de entregármelo, cubiertos sus intereses por un puñado de especias. Todo se compra, aun lo que no se quiere vender tiene un precio, encontrarlo te abre las puertas….
La puerta está abierta, la cierro tras de mí y me apoyo en ella mirando con detenimiento a mi alrededor -repasando cada instante hasta llegar a éste- lo que ya es solo mío… mi pisito.
Defiendo la pluralidad, pese a no compartir algunas opiniones singulares, pero cuando he visto la foto he sonreido maléficamente y he pensado que le estaba bien empleado al ursupador de ilusiones de Laponia. Deteniéndome en ella me ha entrado el remordimiento. Sólo es un pobre anciano con su mochilita, intentado hacer feliz a unos niños... Los niños no entienden de benefactores (todavía), reciben regalos a cambio de sonrisas. Y esos tres zafios del Oriente aprovechan que son más para atacar al ancianito de rojo, con el fin de monopolizar la entrega de presentes, y ganar en protagonismo a su antecesor de deseos cumplidos. Por una vez, me pongo del lado de Noël (el más débil), que en una sola noche, consigue lo que tres coronas no pueden. Y si este año no ha llegado a tiempo, es porque los tricolor le han dado aceite de ricino a los renos y Klaus ha tenido que tirar del carro solo. Santas o Reyes, que cada cual elija quién le hace feliz y deposite en él/ellos, sus ilusiones. El mundo es grande, cuantos más repartidores hayan, más niños molejos sonreiran.
Observando vengo, que los blogueros practicantes, acabamos abordando el mismo tema imbuidos por un sentimiento muy similar, o tal vez por la necesidad de querer compartir un poco más con los demás, porque los demás cada vez nos son más cercanos.
Hoy es mi turno… otra vez. Éste es mi segundo reencuentro con el momento en que determiné “tomarme en serio” aquel conato de blog desangelado que abandoné por falta de constancia y ganas. El año pasado batí mi record de resistencia (dada mi naturaleza a cansarme pronto de las cosas que emprendo, como ya expliqué en aquella ocasión), a lo largo de 365 días, escribí un post todas las semanas, desafiándome a mi misma, “misión cumplida”. Lo logré. No es ninguna hazaña comparándolo con la frecuencia con la que escribís algunos de vosotros (asombrada me tenéis), soy incapaz de escribir tanto, además de muy estricta con mis costumbres: de lunes a viernes, el único ordenador que enciendo es el del trabajo (demasiado pc para mis ojitos), y en el trabajo, solo trabajo (y pienso).
Mi particular “arjé” (me encanta esta palabra, la primera que me impactó en mis aproximaciones filosóficas de antaño), fue experimental y sobre todo diplomático. Probaba y probaba, procurando que nadie se molestase (mis dos o tres lectores, gracias), si no elegía bien las palabras. La experiencia me ha enseñado que hay sensibilidades que se hieren solas, y que cada quien, interpreta las palabras a su modo, sin que mi intermediación sea directa.
Ahora soy una exhibicionista más (yo, tan recatada en mi conducta), y he aprendido leyendo vuestros blogs y comentarios, a desprenderme de algunos lastres. Diplomática aún (nunca he dicho tacos, ni hago uso de partes de la anatomía femenina-masculina, para describir o valorar situaciones o circunstancias, aunque me divierte el uso que hacéis de ellos en la virtualidad del medio o realidad que hay más allá de las paredes que encierran éste instante), a lo largo de éste tiempo me he posicionado (antes era demasiado light), sin importarme demasiado (nada) el concepto que los demás se formen respecto a mí (soy así, y así seguiré, nunca cambiaré…)
Tengo un nuevo reto (secreto) que dosificando bien el tiempo libre (escaso), conseguiré (si no flaqueo en el intento). La falta de tiempo es relativa. Cuando las cosas son importantes, se encuentra el momento, y esto lo es. Lo es hoy. No sé mañana.
A todos gracias (a los fieles, a los casuales, a los causales, a los tímidos, a los ausentes, a los eventuales, a los que os marchareis, a los que no habéis llegado aún…), por vuestros minutos invertidos en una más.
Buscando el número de teléfono de la Oficina Comarcal de Vivienda del lugar donde moro, un enlace me remite a una página que desconocía, "QYPE" (portal ubicador), y en la primera entrada, donde reza (y nunca mejor escrito) “Negocios en QY…”, aparece el Obispado del pueblo, catalogado (además de cómo negocio… ¿negocio?) como “Arte (no desmereceré a los creadores de temática religiosa, pues artistas son) y entretenimiento” (diversión garantizadas del clero, aunque no estoy muy segura de si de puertas para adentro, como el mar, o para fuera, en otro acto de generosidad desinteresada para con los feligreses enganchados a sermones).
Tipo de negocio (sigo leyendo más abajo) religiosos y espirituales. Salvar almas tiene un precio (bautismos, comuniones, bodas, entierros, misas personalizadas; donativos…) y en época de crisis y posteriores brotes verdes (haberlos haílos), éstos se mantienen fijos (sin subidas escandalosas) para no ahogar a los feligreses, no sea que se les acabe el negocio y en sus dedos no puedan seguir luciendo el sello de oro del uniforme oficial de empresarios (¿emprendedores?)
Tras mi hallazgo, la polémica: el Vaticano (los del arriba más alto), nombran nuevo obispo en el norte cantábrico de la península y los curas se rebelan en tropel porque no creen que “el elegido” por los del ático, sea el más adecuado para ostentar (las palabras me viene solas) el cargo, ya que no comparte con el resto de sus colegas, ni sus inquietudes (de todo tipo) ni sus fines.
Politiqueo en la casa del Señor (invisible), donde sus hombres ya no tienen el único pensamiento (alguna vez ha sido ayudar al prójimo) y se dividen en distintos intereses (a saber).
La iglesia, es lo que era (ha cambiado el vestuario y las perchas, pues llamadas han sido éstas al armario del Señor a lo largo de los años) negocio (mis sospechas tenía al respecto, pero dada mi falta de fe, mi lupa es subjetiva) y política; diversión y lujuria… Y los curas, hombres; y los hombres susceptibles de ser corrompidos y corromper a los demás. Naturaleza maligna (Calvinismo).
Venimos y volvemos al mismo lugar (de la nada y a la nada) por los mismos caminos aunque no todos buscamos llenar nuestras arcas, sospechosos de ser pobres de espíritu.
Veo en tres noches la interminable “El curioso caso de Benjamin Button”, donde descubro que el efecto de la luz (o falta de ella) sobre las personas, hace variar su fisionomía (y un poco de látex alisador de arrugas también).
Dejando de lado la evidente ilusión del director en querer tener un pajal, día no muy lejano para poder hacer uso de él en sus películas (“Seven”, además de impactarme, me gustó), el planteamiento que Francis Scott Key Fitzgerald, en cuyo relato se basa, hace al invertir el crecimiento es interesante (aunque en la película no haya cuajado y parezca solo una anécdota sin importancia): nacer ancianos y morir bebes.
Rejuvenecer hasta que el primer latido desaparezca o ver envejecer a los hijos, mientras vamos camino de la infancia, con las patologías propias de un anciano, no dista demasiado de la realidad. Se produce un proceso evolutivo hacia lo irremediable y entre el principio y el final la vida transcurre como debe, siendo víctimas de nuestras acciones.
“Quién sabe si morir no será vivir y lo que los mortales llaman vida será la muerte”. Cita de Eurípides que aparece en El retrato de Jennie (la mayoría de nosotros no había nacido cuando se estrenó en 1948), de temática similar (con menos paja) en un ambiente artístico-romantico-irreal, y excelente adaptación del libro de Robert Nathan.
Paso toda la tarde del viernes escuchando flamenquito en el trabajo. Al camarero “lolailo” de la cafetería de enfrente (a un escaso metro de la oficina), le entra la vena jonda y se desmarca con lo que me parece un antiguo (por el sonido) cassette, de venta exclusiva en gasolineras y mercadillos.
“El profundo” (inusitado), nos ameniza las horas con el poderío de un llorón con voz gritona y desagradable (muy desagradable, excesivamente desagradable, perturbadoramente desagradable), al que acompaña un coro de plañideras mal afinadas.
El flamenco (la rumba) no me nace. No me gustan los lamentos musicalizados de nadie, si acaso tolero mis gorgoritos líricos, pues mientras torturo al silencio, al menos estoy sintiendo el peso de la pena en “mis adentros” más hondos.
Resultándome imposible concentrarme y algo crispadilla, presto atención a la letra convenciéndome de que todo sucede por alguna razón (ya) y si mis oídos se han unido a un género tan poco adecuado en horas laborales, es porque hay un mensaje oculto y mi misión es descifrarlo.
Rescato algunas frases que consigo entender entre “aies”, “ays”, “as” y “os” (la mayoría pertenecientes al estribillo, que es lo que más se repite).
“Tú pa’mí y yo pa’ti”, precisión suiza (como los relojes).
“Si te vas, te habrás ido”, y si llegas, habrás venido. La sencillez elevada a infinita potencia.
“La bandera de mi alma por ti ondea a media asta”, el alto contenido intelectual me abruma, lo reconozco. Me la apropio para dar calabazas y después suelto un “aaaay” “arrevenio”.
“Por ti me rompo, por ti emerjo”, por ti me sumerjo en un mar de dudas, pues roto, a la superficie salgo troceadito para que te llegue un pedazo.
“Morena, morena, con solera”, moreno, añejo te quiero, pues años habrán pasado dedicada a ti, moreno, moreno.
“La pasión me vence, tus brazos me envuelven” , y yo me dejo aunque no quiero. Malvada pasión.
No hay mensaje oculto, sólo moraleja: cuando una situación no nos gusta, mejor darle la vuelta y quedarse con el reverso (si la crispación no ha acabado con nosotros o nosotros con nuestro “lolailo” personal).