Conocí a un hombre… No a un hombre cualquiera sino a uno interesante, cuatro meses después de separarme. Para no violentar a la verdad, le conocí el mismo día que firmamos la separación, pero como todo estaba muy reciente, no quería que nadie pensara que nuestra ruptura era fruto de una infidelidad por mi parte, por eso esperé un tiempo prudencial para coquetearle al juez.
Él era mayor que yo (me adelantaba en veintitrés años un Pierce Brosnan de ensueño, de esos que no se encuentran con frecuencia) lo que me atrajo desde el principio.
Le invité a cenar… a mi casa.
Para averiguar qué tipo de interés se ha despertado en un hombre, hay que llevarlo al terreno donde más segura nos sintamos. El tiempo que permanezca pisando tierras familiares le delatará.
En la pescadería pedí una langosta (la elección de la cena no tenía nada que ver con lo que esperaba que sucediera en ella… Y no miento). La pescadera cogió una hermosa pieza rosada-anaranjada y me la enseñó en el aire.
Miré la langosta absorta. El manjar de dioses (donde los haya) se movía bruscamente, agitando la pinzas a lo Eduardo Manotijeras y contorsionándose como un acordeón… ¿pero no estaba muerta?
-Fresca del día.-la pescadera sonrió alegremente.
Y muy zalamera.
Horrorizada presencié como después de pesarla en la báscula la metió en un cucurucho que hizo con el papel… ¡Viva!
-¡Espere, espere! –desesperación en la voz- ¿No puede hacer que deje de moverse para siempre antes de llevármela?
La pescadera me miró con desconcierto sin perder la sonrisa... Tan odiosa por otra parte.
-Para que la langosta quede sabrosa tienes que meterla viva en una olla llena de agua hirviendo.
-¿Recién matada no sirve?
-Pierde gusto…
-Y no podría darle un golpecito en la cabeza para atontarla y que no sufra.
Soltó una carcajada hiriente. Me di cuenta que la pescadera me caía mal y que esa sería la última vez que me viera.
-La primera vez da pena, pero ya te acostumbrarás –Ya, como si fuera a comprar langosta todos los días… Solo lo hacía por un hombre… Un hombre interesante, no por uno cualquiera.
Zanjó la conversación dándome el ticket de compra. Que tirria me dio.
Le llevé la langosta a mi madre, ella sabría qué hacer.
No estaba. La llamé… “Hija, pero ¿no te acuerdas que te dije que iba a pasar todo el día fuera de casa con la “Asociación de Marujas por el Medio Ambiente”?”. No, no me acordaba.
La mayor parte del tiempo no presto atención a lo que dice mi madre, ni entonces, ni mucho menos ahora que han pasado veintidós años.
Acudí con el animalito balanceándose al restaurante que solía frecuentar los jueves por la noche con mi ex marido. Quizás allí me la pudieran preparar. Estaban acostumbrados a acabar con la vida de pequeños seres inocentes para satisfacer la gula de comensales sin escrúpulos, y con estos argumentos traté de convencerles (además de por estar dispuesta a ofrecer una fuerte suma por su amabilidad), pero se negaron rotundamente, alegando que ellos se hacían responsables de la comida que se servía en su restaurante, no de la que salía preparada de él, añadiendo que la langosta llevaba varias horas a temperatura ambiente y corría el riesgo de empezar a oler muy mal.
Él era mayor que yo (me adelantaba en veintitrés años un Pierce Brosnan de ensueño, de esos que no se encuentran con frecuencia) lo que me atrajo desde el principio.
Le invité a cenar… a mi casa.
Para averiguar qué tipo de interés se ha despertado en un hombre, hay que llevarlo al terreno donde más segura nos sintamos. El tiempo que permanezca pisando tierras familiares le delatará.
En la pescadería pedí una langosta (la elección de la cena no tenía nada que ver con lo que esperaba que sucediera en ella… Y no miento). La pescadera cogió una hermosa pieza rosada-anaranjada y me la enseñó en el aire.
Miré la langosta absorta. El manjar de dioses (donde los haya) se movía bruscamente, agitando la pinzas a lo Eduardo Manotijeras y contorsionándose como un acordeón… ¿pero no estaba muerta?
-Fresca del día.-la pescadera sonrió alegremente.
Y muy zalamera.
Horrorizada presencié como después de pesarla en la báscula la metió en un cucurucho que hizo con el papel… ¡Viva!
-¡Espere, espere! –desesperación en la voz- ¿No puede hacer que deje de moverse para siempre antes de llevármela?
La pescadera me miró con desconcierto sin perder la sonrisa... Tan odiosa por otra parte.
-Para que la langosta quede sabrosa tienes que meterla viva en una olla llena de agua hirviendo.
-¿Recién matada no sirve?
-Pierde gusto…
-Y no podría darle un golpecito en la cabeza para atontarla y que no sufra.
Soltó una carcajada hiriente. Me di cuenta que la pescadera me caía mal y que esa sería la última vez que me viera.
-La primera vez da pena, pero ya te acostumbrarás –Ya, como si fuera a comprar langosta todos los días… Solo lo hacía por un hombre… Un hombre interesante, no por uno cualquiera.
Zanjó la conversación dándome el ticket de compra. Que tirria me dio.
Le llevé la langosta a mi madre, ella sabría qué hacer.
No estaba. La llamé… “Hija, pero ¿no te acuerdas que te dije que iba a pasar todo el día fuera de casa con la “Asociación de Marujas por el Medio Ambiente”?”. No, no me acordaba.
La mayor parte del tiempo no presto atención a lo que dice mi madre, ni entonces, ni mucho menos ahora que han pasado veintidós años.
Acudí con el animalito balanceándose al restaurante que solía frecuentar los jueves por la noche con mi ex marido. Quizás allí me la pudieran preparar. Estaban acostumbrados a acabar con la vida de pequeños seres inocentes para satisfacer la gula de comensales sin escrúpulos, y con estos argumentos traté de convencerles (además de por estar dispuesta a ofrecer una fuerte suma por su amabilidad), pero se negaron rotundamente, alegando que ellos se hacían responsables de la comida que se servía en su restaurante, no de la que salía preparada de él, añadiendo que la langosta llevaba varias horas a temperatura ambiente y corría el riesgo de empezar a oler muy mal.
Cada vez se movía menos. Con la bolsa de plástico en la mano volví a casa pasando por el parque apesadumbrada. Me senté delante del lago con la langosta al lado. La miré. Casi me daba pena. Era verdad que cada vez el olor era más fuerte. La destapé un poco para que respirara un poco de aire puro. Quizás estaba mareada… “Qué voy a hacer contigo”. ¿Y se moría? Yo sería la única responsable de tan agonizante final.
No sé que es peor, si morir hervida o asfixiada.
Habíamos pasado gran parte de la tarde juntas. No podía dejar que se fuera sin intentar que siguiera en esta vida un poco más.
Saqué el cucurucho de la bolsa. Su vigor había desaparecido. Quien la había visto y quién la veía… no era la misma. Me acerqué al lago y la dejé caer al agua. La vi hundirse. Desaparecer. Acaba de tirar la cena por la borda. La noche sería distinta, sería otra.
A veces hay que sacrificarse para procurar el bien ajeno sin esperar reconocimientos por ello. La mayor satisfacción es saber que se ha actuado correctamente, y yo lo hice esa tarde.
Cintia Aurora María Van Heley de Haut.
Chef.
No sé que es peor, si morir hervida o asfixiada.
Habíamos pasado gran parte de la tarde juntas. No podía dejar que se fuera sin intentar que siguiera en esta vida un poco más.
Saqué el cucurucho de la bolsa. Su vigor había desaparecido. Quien la había visto y quién la veía… no era la misma. Me acerqué al lago y la dejé caer al agua. La vi hundirse. Desaparecer. Acaba de tirar la cena por la borda. La noche sería distinta, sería otra.
A veces hay que sacrificarse para procurar el bien ajeno sin esperar reconocimientos por ello. La mayor satisfacción es saber que se ha actuado correctamente, y yo lo hice esa tarde.
Cintia Aurora María Van Heley de Haut.
Chef.
7 comentarios:
Me identifico por completo con Cintia, para la cocina soy tan poco osada como ella y no se hable de destripar bichos o cocinarlos sin haber pasado antes a mejor vida de la que yo le voy a dar ¡ay de las almejas! :)
Un beso.
¿ Seguirá viva la Langosta??
un beso desde Macondo.
Huyyy y fresquita que estaba ¡qué desperdicio! Ya se la hubiera preparado yo...
La tisquimisquis ésta pirada a más no poder cada vez me sube un grado de locura ¿Tirar una langosta? ¡De locos! :(
Vaya boquita la de Cintia, ya no sé si dice lo que piensa o piensa lo que dice, más bien lo segundo no ocurre nunca.
No cocino nada que no sea de microondas, pero si el instituto no me dio pereza diseccionar una sepia o un juruel, cocinar una langosta sólo es un trámite más :)
Un beso.
El acto es muy noble y caritativo... lo que no sé yo si la langosta duró mucho viva en agua dulce.
Gracias a Dios que soy alérgica al marisco, si no...dado mi espíritu de disfrutona sin escrúpulos te hubiera caneado en este comentario.
:)
¡Sensacional!
Explícame lo de Cintia, que llevo mucho tiempo fuera del circuito y me pierdo.
Publicar un comentario