31 mayo 2009

Barcelona

Soportando cada vez más a Woody Allen, detractora acérrima de sus películas en mis inicios Woodyenses, cuando la edad no me alcanzaba a comprender algunas cosas (Bananas me pareció horrenda), me aventuro con Vicky, Cristina y Barcelona, habiendo quedado prendada especialmente de La Rosa Púrpura del Cairo, Poderosa Afrodita y Scoop; conocedora y por lo mismo temerosa del boom sensacionalista que rodeó la película antes y durante: rodada en España; dos actores oscarizados españoles; la participación de una hollywoodense rubísima; el homenaje de Allen a una ciudad española… Mucho ruido y pocas nueces.

Veo un reportaje, digno de cualquier agencia de viajes, para promocionar el turismo en el Mediterráneo (testigo de mi nacimiento) a su paso por Barcelona y una historia simplona, con actores (de estatuilla dorada) anunciando frases en lugar de interpretando a personajes. Si Bardem (por su persistente inexpresividad) y Pe (por su voz floja y temblorosa) no me gustaban, doblados al castellano, resultan guiñoles gesticulando a la italiana, mientras Allen tocaba distraído el saxofón en algún garito de la ciudad, oculto detrás de una gafas negras.

Un poquito de Parque Güell; de La Pedredrera; de las Ramblas; del Barrio Gótico; de La Sagrada Familia; de Pedralbes (barrio pudiente barcelonés), de mar y de genuina botiga (tienda) barcelonesa de comestibles, amenizado con guitarra española (una sardana no hubiera estado de más, para terminar de hacer tierra), como guitarra española se toca en Oviedo, dónde van a parar los personajes, para dar a conocer un poquito más de España al mundo, y dónde también se muestran típicos lugares visitados por turistas y por alumnos en excursiones escolares.
Típicos tópicos, por una vez, sin toros ni tortilla de patatas, ni cerveza… eso sí, con rosado de buena bodega para las cenas.

Los pueblos, las ciudades, no son lo que cualquiera puede descubrir de un vistazo, sino lo que se oculta en sus calles; la historia que no se cuenta; la esencia no captada por el director que una vez se dejó seducir por un lugar para el que creó una pantomima comercial.

Lo que podrá llegar a hacer cuando su amor por un kiwi sea tan grande que sienta la necesidad de expresarlo en una película… En el papel de besugo que acompaña al Kiwi, se me ocurre que repita con cierto producto español con aires celestiales.





24 mayo 2009

Oscuridad

No tengo móvil. No me gustan, pero me veo obligada a utilizarlos en el trabajo, sí, en plural, “utilizarlos”, pues a falta de entender el manejo de uno, tengo que “vérmelas” con dos: el azul por las mañanas y el negro por las tardes. Tarifas especiales para aumentar el ahorro empresarial.

Desde hace varias semanas, además, el negro me acompaña a todas partes. Al jefe se le ocurrió que sería buena idea que estuviera siempre localizable, por si algún día se le olvidaban las llaves y tenía que llevárselas a casa. “Utilízalo como quieras, los fines de semana las llamadas son gratis”, me dijo, incentivándome a que diera botes te alegría y en uno de esos botes una triple voltereta mortal.

Era de noche, casi la media. Leía un libro, de esos que no son recomendables leer antes de ir a dormir porque luego la mente los reproduce con detalle en sueños (“La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina”, de Stieg Larsson, el segundo de la trilogía que a algunos nos ha enganchado).

Sola en casa. Sin vecinos. Se va la luz… Y yo leyendo esas cosas… Vuelve a los pocos segundos. Respiro aliviada. Sólo ha sido un mini apagón puntual. Sigo leyendo. El libro reclama mi atención. Tengo que acabar el capítulo, aunque el corazón siga disparado (tensión literaria). Ya se calmará.

Pasan cinco minutos. Apagón. Volverá otra vez, sólo es otro mini apagón… No creo en mis pensamientos, porque un presagio, uno muy malo, me dice esta vez no volverá hasta que el cielo no se encienda por la mañana. Cierro el libro. Palpo la cama no sé con que fin, mirando el horizonte con ojos de gata. Pero por más que miro y miro no veo nada. Oscuridad.

Sola en una casa con historia. Historia que agudiza mis sentidos. En la noche, los muebles se comunican entre sí. Ignoro sobre que versa su conversación, pero crujen en el silencio; y los fantasmas del pasado aparecen. Los que crea mi mente para mantenerme alerta. Instinto de supervivencia.

Me levanto de la cama y saco el móvil del bolso. Bendito móvil. Se ilumina cuando toco una tecla. Bendita idea. Abro la puerta. No me apetece adivinar los espacios que conozco, pero a lo Audrey Hepburn en “Sola en la oscuridad”, me envalentono y salgo de la habitación.

Me dirijo directamente a los contadores y los alumbro. Todo está bien. Voy a la cocina. La oscuridad dibuja formas, caras alargadas. Busco en los armarios velas. Alguien las ha cambiado de sitio sin avisarme donde encontrarlas en caso de emergencia. Esto es una emergencia. Quiero ver lo que ocurre a mí alrededor, aunque lo que ocurra no sea nada.

Vuelvo a la habitación. Antes paso por el baño, pero la parte de lo que ocurre allí me la salto, para evitar abundar en lo escatológico.

En mi deambular por el pasillo y resto de las estancias (para asegurarme de que continuo sola, y que ninguna “banda organizada” de “apropiadores de lo ajeno”, me acompaña, y que en los últimos tiempos está actuando en el pueblo, imitando lo que sucede en otros puntos de la geografía), voy tocando insistentemente las teclas del móvil para que no se apague…

Devuelta a la cama, con los muebles mandándose mensajes codificados que se escapan a mi entendimiento y el móvil bien cerquita de mí, bendito sea siempre, pienso seriamente (pues sueño no tengo) en lo vaga que es la mente a veces, pues confunde formas y sonidos con realidades inexistente, por no emplearse más a fondo y se queda con lo sencillo y lo sencillo siempre es lo que asusta porque resulta desconocido. TODO, tiene una explicación científica, y para lo que no lo hay, es que aún no se ha encontrado.

Siguen sin gustarme los móviles, pero desde esa noche, al menos ahora sé que pueden llegar a ser muy útiles como linternas.

17 mayo 2009

Nosostras, esas grandes desconocidas

Claves para entender el funcionamiento de una mente femenina “Standard”


1º Observamos todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Perderse algo equivale a no tener esa información… aún.

2º Escuchamos cuanto oímos. A veces con tanta discreción, que se nos cree en Los mundos de Yupi.

3º Analizamos minuciosamente aquello que nos llega, en un proceso que dura menos de tres segundos.

4º Barajamos varias alternativas, utilizando el descarte de opciones hipotéticas, como herramienta eficaz.

5º Ganamos tiempo mientras el punto 4º se está ejecutando, distrayendo al contrario con banalidades bien construidas que lo ahuyentan.

6º Actuamos. La pasividad (ausencia de actividad regular), es una forma de actuar inteligente. Activarse con rapidez, puede confundirse con reacción desproporcionada.

7º NUNCA mentimos. Interpretamos la verdad con criterio exhaustivo y la divulgamos intencionadamente a nuestro favor.

8º Entre nosotras no existe competitividad. Puntos de vistas distintos, únicamente.

9º JAMÁS no enfadamos. Adoptamos una actitud enojosa para minar la paciencia del contrario, satisfaciendo así nuestro ego.

10º En la vida desvelaríamos nuestras armas. Teniéndolas en nuestro conocimiento es suficiente. Al enemigo, agua de lluvia caida en tormenta arenosa.

Pd: no todas somos iguales, aunque algunos piensen que lo parezcamos; ni somos ininteligibles, ya serán otros los torpes. Sólo somos nosotras.

10 mayo 2009

Lo que sé de mí

Pienso, luego existo. Y si existo es porque vivo; y si vivo es porque quiero; y si quiero vivir, existir y pensar, es porque aunque a veces las adversidades nos acechan, hundiéndonos en lo peor que la mente puede llegar a crear para darle forma a una película de terror de las que asustan con consecuencias escatológicas, éstas no son insuperables. Sólo obstáculos que sortear. El exceso de sal de la vida. Poder es querer. Querer es conseguir. Conseguir es YA.

Sin Descartes, el ensombrecimiento de profundos abismos y el azar al devolverme un recuerdo sonoro, éste instante no habría sido pensado, luego tampoco existiría.



03 mayo 2009

Monsieur et Madame


El líder de los diestros en tierras napoleónicas, de revoluciones, manifestaciones y libertades, con brío suficiente para plantarse al otro lado del Atlántico, al más genuino estilo norteamericano en película de exaltación egocentrista anglosajona, para enfrentarse a los raptores de los montes; y su esposa, carita de ángel, de pequeños ojos vivarachos, zurda declarada, amante de hombres, del arte y del postín, mezcla del país de la bota y del vecino, atravesando los pirineos, nos han visitado.

Monsieur, con alzas en los zapatos para estar a la altura, y Madame, se vieron, se interesaron el uno en el otro y firmaron un contrato de colaboración que pasean por el mundo bajo la universalidad del amor.

Se miran, se sonríen se tocan con fingida complicidad, en la nueva versión de La belle et la bête (La bella y la bestia), donde él, es el poder, la posición, el dinero; y ella, además de la que susurra a las ovejas, belleza, porte, glamour europeo… Juntos, creadores de intereses comunes; lo que un presidente necesita para llegar a las lectoras de revistas del corazón, y la consorte, para codearse con primeras damas.

Han trascendido supuestas rivalidades entre la anfitriona y la nuera de la anfitriona; almuerzos; visitas culturales; modelitos lucidos; cenas de gala en palacios… Mientras la pareja de moda se fotografía unas ochocientos setenta y cuatro veces, posan otras tantas y se hacen guiños, un poco de terrorismo, de G-20 y empalagosidades dialectales en discursos interminables, como marca el protocolo del politiquismo global.

Monsieur et Madame, bon voyage.