31 enero 2010

Misterios


Me enfadaría tanto, pero tanto, tanto, que volvería del más allá (allí donde esté) para hacerles la colada añadiendo al suavizante tinta china, tiñendo así sus ropas del mismo color que tienen sus almas y fueran conjuntados… Exagero, no volvería de ninguna parte, cuando se emprende el viaje a la nada, no hay retorno (en caso contrario que me lo prueben… no, mejor no, no quiero saberlo).

Unos cuantos cientifiquillos e historiadorcillos italianos, pretenden exhumar los restos de Leonardo Da Vinci, para satisfacer su curiosidad científico-histórica (que es como les gusta denominarlo. “Cotilleo” de camilla, es poco categórico para el rango obtenido por sus pestañas quemadas delante de libros bien aprovechados) y desvelarle al mundo (enriquecerse) ocupado con sus quehaceres, si la sospecha sobre la Gioconda son ciertas y La Mona Lisa es el propio Nardo Da Vin, en una exaltación de sí mismo, demostrando así su gusto por los hombres.

Las otras dos opciones barajadas es que se trate de un retrato de su madre, explicando de esta forma el parecido con el artista todoterreno, o de la esposa de un comerciante, a la que también deben haberle visto airecillo a Leo, o de lo contrario la primera posibilidad carece de sentido. El aire está o no está, no lo manejamos según nos convenga (caigo en la soez, de algunos vientecillos si tenemos el control, otros se nos escapan).

Los apoderados del Castillo de Amboise -donde se presume que se encuentra Nardo, pese a la reyertas religiosas entre hugonotes y católicos, en las que esparcieron sus restos por quién recuerda dónde-, y las autoridades francesas están en conversaciones con los profanadores oficiales en potencia de la tumba del GENIO, con el fin de llegar a puerto (más bueno que malo), como si los dormidos permanentes, fueran propiedad de nadie y a falta de descendencia conocida o reconocida a quien solicitar permiso, tuvieran licencia para decidir desenterrar a los idos. ¡Ni muertos somos libres! Siempre habrá alguien que crea poder poseernos.

El Carbono 14, y el cotejo del ADN de los dientes del que, por suerte para ellos, no se quedó molejo, con el de algún descendiente masculino, más muerto que vivo, será clave para descubrir la verdad o liarse aún más.

Si los huesos pertenecen a quien creen que existe dónde lo encontraron (y no a otro somnoliento sin capacidad suficiente para demandarles por perturbar su sueño eterno), con su cráneo reconstruirán el rostro del divo y nos mostraran que, o bien tenían razón en sus credos de sobremesa, o bien que Garci les entusiasma en “Volver a empezar” y “Asignatura pendiente”, reflejo de su sino.


No me sorprendería que Da Vinci hubiera pensado en su trascendencia y la repercusión de su buen hacer hasta llegar a la mesa de un laboratorio y les tuviera algo preparado a los fisgones de la bota.

Podrán toquetear sus huesos, pero nunca nadie podrá descifrar la mente de Leonardo, y el misterio permanecerá como un halo oscurecido sobre nuestras cabezas (mientras aguanten sobre nuestros hombros).


24 enero 2010

Delirio


La vida sin mí… no era.
Pero llegué cerrando ventanas y abriendo puertas;
aireando rincones repletos de dejadez concertada…
Pareciéndome a mí, doblegándome en otra;
aquella que apuntaba maneras de independencia.

La vida sin mí, he olvidado.
Ya sólo puedo vivir conmigo.
No quiero volver a la nada, conservando aún algo:
un latido en el pecho; un suspiro al viento…

Yo en mí misma, fuera de mí
aguarda lo extraño.
Soy siendo; estoy… Aquí.

No es un acertijo ni un jeroglífico. Esto es lo que ocurre cuando no ocurre nada, o cuando todo pasa a la vez, pierdo flexibilidad y elasticidad, no doy más de sí y me entrego a lo experimental.

Anoche, tan tarde que casi ha sido esta mañana, desvelada, pensaba (nada recomendable si se pretende coger el sueño) en verso (como se piensa cuando no se quiere pensar demasiado, pero evitarlo tampoco) e iban saliendo florituras que memorizaba (ni loca me levanto a esas horas a escribirlas aun poniendo en peligro la fidelidad al original), con sentido sospechoso.

Por el orden en que aparecían las palabras tomé conciencia de que tenían mayor significado que el que les presumía, y de que eran la mínima expresión de mi semana pasada.

Hoy estoy más ausente que presente, pero estoy de algún modo y estando sigo...



17 enero 2010

Besugueando


Me encuentro con una conocida desconocida que me saluda con el entusiasmo propio de quien se alegra de volver a reencontrarse con alguien a quien no ha visto en mucho tiempo, a la salida de la oficina de correos.

La miro -fingiendo que sé quién es, aunque no tengo ni idea- y la remiro con todos mis sentidos alertas, para acordarme antes de ella y hacer desaparecer la extraña sensación de estar charlando con alguien con conocimiento de causa, cuando la causa anda despistadilla.

Mi mente trabaja a marchas forzadas tratando de evitar que el desconcierto interior se refleje en mi rostro. Si la conozco no sé de qué y si no la recuerdo es que, o bien hace tiempo que no nos vemos (tengo buena memoria, casi deshecho esa idea), o bien pasó por mi vida con distinta importancia que yo por la suya.

Elijo improvisar, a evidenciar mi confusión. Hay preguntas muy recurrentes que sirven de tanteo: ¿Qué tal la familia? Esperaba respuesta corta, pero me habla de sus padres jubilados de viaje en Cantabria con el Imserso, a los que no les ha dejado de llover ni un solo día; de que su hijo ya va al colegio (lo que me induce a pensar que al menos hace tres años que la conozco en caso de que sea así, pista); del nacimiento de su hija hace tres meses y de su marido…

¿Cómo va el trabajo? Se tenga o no, siempre hay algo que decir acerca de él. Me explica que pronto se reincorporará tras la baja maternal, pero no especifica a dónde (sus palabras no son nada esclarecedoras).

Continúo lejos del recuerdo de aquella extraña que no me suena nada, inmiscuida en una conversación de besugos a la que cada vez le encuentro menos sentido.

“¿Sigues allí?” Quiere saber. Deduzco que se refiere al trabajo. “Allí” tiene cierta connotación cómplice, como si ella supiera que estoy en alguna parte determinada o cree que lo estoy pensando que soy alguien que no soy. Me arriesgo… “Si, sigo allí”. "¿Y cómo va?" “Muy bien, todo va muy bien”. Nada va bien, oírla hablar de su vida era fácil, pero contestar a sus preguntas me hacen sentir ridícula porque no sé a lo que estoy contestando ni lo que espera que diga, y si descubre que no recuerdo o sé quién es, el ridículo se hará una gran bola de fuego que nos atrapará a las dos.

“¿Y los niños?” ¿¡Los niños!? Creciendo, creciendo en algún lugar lejos de mí. Tan lejos de mí que hace mucho tiempo que no los veo. De hecho, nunca los he visto porque no los he tenido, pero seguro que están en algún lugar, solo hay que buscarlos y traerlos… de allí.
“Bien, muy bien”. Miento. Tengo claro que no la he visto en la vida y que la desconocida conocida, me ha confundido con otra persona. No la saco del error. Se ha alegrado de verme. Le he alegrado el día a alguien sin proponérmelo. Las probabilidades de que nos volvamos a ver son escasas, espero.

Nos despedimos afectuosamente: “Tengo tú móvil, te llamo y nos tomamos algo” me dice empezando a andar en dirección contraria a la mía. Ya, tiene mi móvil… No sé como habrá conseguido el número, teniendo en cuenta que no se lo doy a nadie, porque no tengo. Sonrío. “Cuando tú quieras”.


Respiro sosegada. Mi memoria sigue siendo infalible.

10 enero 2010

A primera vista


No es el primero, antes han habido otros –inocentes flirteos causados por la inexperiencia y el fervoroso anhelo de hallarle por fin, como si el tiempo me apremiase- con los que me ilusioné, llevando a tal extremo mi enajenación, que incluso sobre alguno medité más de dos noches de insomnio, si sería adecuado formalizar lo que empezaba a expandirse si no lo frenaba, e intención de hacerlo no sopesaba.

La voz de mi conciencia (mi madre), que me persigue aunque distraída la crea, me mantenía pegada a la realidad (más triste no podía parecerme), enemiga de precipitaciones y desvaríos ocasionados por agentes externos. Ninguno de ellos era para mí. Ahora sé que valió la pena el sacrificio que me supuso (pobre de mí) abandonar abruptamente mis sueños, porque “lo bueno” estaba por llegar…

Y llegó en forma de fotos –sí, las instantáneas son engañosas porque reflejan un momento calculado que alguien eligió como el oportuno para que permanezca y nos perezca. Son poses que nada tiene que ver con todos los días- el primer contacto, luego lo conocí físicamente y, entonces, aún sabiéndole de otra (que no lo valoraba como yo, o de lo contario no lo hubiera librado de sus viles garras tras seis años de convivencia), me enamoré sin que remedio mediase entre razón y corazón.

Enamorarse de “lo material” es exagerado, pero a veces, cuando algo nos entusiasma más allá de la cordura, se hace inevitable no caer en exabruptos necesarios para satisfacer nuestra complacencia.

Relajadas mis ganas y mermadas mis esperanzas, vino (de repente) acompañado del pánico. Lo quería, pero la culminación de nuestro pacto secreto trazado en silenciosos diálogos - que es el más efectivo cuando ajeno al conocimiento quieres estar- me mareó, distorsionando el suelo bajo mis pies. Quizás no fuera suficiente para él y necesitara mucho más de lo que yo podía ofrecerle para que me perteneciera íntegro. Demasiado tarde para pensar, demasiado pronto para dudar, caladita hasta el tuétano me tenía.

Una, cuando cae, ha caído. Y no hay más.

Alejado de cómo mi mente le había creado -¡Craso error! dejar ir la imaginación a su libre albedrío, pues el diseño realizado dista mares del original encontrado- pero ya no veía su ser, sino sus posibilidades de ser como me gustaría. Ser a mi lado y ser sin mí es distinto. Falta mi concepción, mi voluntad y mis manos.

La voz de mi conciencia dudada, no porque no le gustase –no puede no gustar a nadie, pues encanta con sus artes-, sino porque me alejaba. Luchaba por conservarle a mi lado, aunque fuera más de otra que mío, aún.

Me reconvertí. Me reconvirtió, desbaratando mis credos. El amor no se amarra. No atas a quien quieres con rúbrica que corte las alas de aquel que quiere alcanzar el horizonte solo. Dejas que se vaya, que viva su existencia sin interponerte entre su deseo y su libertad.

Le até a mí sin que el pulso me temblara, en ceremonia no religiosa (nada más faltaba, hasta ahí sí que no llego por amor a nada).

Ya es mío. Ella desapareció después de entregármelo, cubiertos sus intereses por un puñado de especias. Todo se compra, aun lo que no se quiere vender tiene un precio, encontrarlo te abre las puertas….
La puerta está abierta, la cierro tras de mí y me apoyo en ella mirando con detenimiento a mi alrededor -repasando cada instante hasta llegar a éste- lo que ya es solo mío… mi pisito.


03 enero 2010

Controversia



Defiendo la pluralidad, pese a no compartir algunas opiniones singulares, pero cuando he visto la foto he sonreido maléficamente y he pensado que le estaba bien empleado al ursupador de ilusiones de Laponia.

Deteniéndome en ella me ha entrado el remordimiento. Sólo es un pobre anciano con su mochilita, intentado hacer feliz a unos niños... Los niños no entienden de benefactores (todavía), reciben regalos a cambio de sonrisas. Y esos tres zafios del Oriente aprovechan que son más para atacar al ancianito de rojo, con el fin de monopolizar la entrega de presentes, y ganar en protagonismo a su antecesor de deseos cumplidos.

Por una vez, me pongo del lado de Noël (el más débil), que en una sola noche, consigue lo que tres coronas no pueden. Y si este año no ha llegado a tiempo, es porque los tricolor le han dado aceite de ricino a los renos y Klaus ha tenido que tirar del carro solo.

Santas o Reyes, que cada cual elija quién le hace feliz y deposite en él/ellos, sus ilusiones. El mundo es grande, cuantos más repartidores hayan, más niños molejos sonreiran.