“Todas las mujeres han pensado alguna vez sobre ellas mismas, que son brujas. Todas las mujeres han pensado alguna vez sobre otras mujeres, que son brujas” Algo así propugna Eugenia Rico en “Aunque seamos malditas”.
Las únicas brujas que conozco (literales, no figuradas), aparecen en cuentos infantiles o las he visto en la tele, vistiendo faldones grises, luciendo una monumental verruga en nariz aguileña, y acompañadas por una escoba (medio de transporte de bajo consumo y con ilimitadas funciones) o por un gato (fiel amigo).
Las brujas no existen. Se las inventó un “malideado” (la Inquisición), con insuficiente capacidad para asumir que las mujeres (algunas sobre todo) somos racionales (manipuladoras); honestas (malvadas); de pensamiento libre (perversas) y con infinitos recursos (amantes de las artes oscuras).
Pretexto para desnudarnos (en la búsqueda de la marca del diablo en nuestra piel); vejarnos (comprobación de si somos de carne y hueso) y someternos a su voluntad (hacernos respirar bajo el agua).
Tras la ardua jornada laboral, a las que sobrevivimos, nos queman en la hoguera, para que no queden huellas de lo que nos hicieron, no por ser brujas, sino por ser más inteligentes que muchos hombres que ponen en su boca, la palabra de un Dios, que nunca las pronunció.
La sabiduría es poder, el poder es peligroso en manos ambiciosas.
Hoy me siento un poco bruja. Hoy soy un poco más mujer.
Las únicas brujas que conozco (literales, no figuradas), aparecen en cuentos infantiles o las he visto en la tele, vistiendo faldones grises, luciendo una monumental verruga en nariz aguileña, y acompañadas por una escoba (medio de transporte de bajo consumo y con ilimitadas funciones) o por un gato (fiel amigo).
Las brujas no existen. Se las inventó un “malideado” (la Inquisición), con insuficiente capacidad para asumir que las mujeres (algunas sobre todo) somos racionales (manipuladoras); honestas (malvadas); de pensamiento libre (perversas) y con infinitos recursos (amantes de las artes oscuras).
Pretexto para desnudarnos (en la búsqueda de la marca del diablo en nuestra piel); vejarnos (comprobación de si somos de carne y hueso) y someternos a su voluntad (hacernos respirar bajo el agua).
Tras la ardua jornada laboral, a las que sobrevivimos, nos queman en la hoguera, para que no queden huellas de lo que nos hicieron, no por ser brujas, sino por ser más inteligentes que muchos hombres que ponen en su boca, la palabra de un Dios, que nunca las pronunció.
La sabiduría es poder, el poder es peligroso en manos ambiciosas.
Hoy me siento un poco bruja. Hoy soy un poco más mujer.