25 octubre 2009

Brujas


“Todas las mujeres han pensado alguna vez sobre ellas mismas, que son brujas. Todas las mujeres han pensado alguna vez sobre otras mujeres, que son brujas” Algo así propugna Eugenia Rico en “Aunque seamos malditas”.

Las únicas brujas que conozco (literales, no figuradas), aparecen en cuentos infantiles o las he visto en la tele, vistiendo faldones grises, luciendo una monumental verruga en nariz aguileña, y acompañadas por una escoba (medio de transporte de bajo consumo y con ilimitadas funciones) o por un gato (fiel amigo).

Las brujas no existen. Se las inventó un “malideado” (la Inquisición), con insuficiente capacidad para asumir que las mujeres (algunas sobre todo) somos racionales (manipuladoras); honestas (malvadas); de pensamiento libre (perversas) y con infinitos recursos (amantes de las artes oscuras).

Pretexto para desnudarnos (en la búsqueda de la marca del diablo en nuestra piel); vejarnos (comprobación de si somos de carne y hueso) y someternos a su voluntad (hacernos respirar bajo el agua).

Tras la ardua jornada laboral, a las que sobrevivimos, nos queman en la hoguera, para que no queden huellas de lo que nos hicieron, no por ser brujas, sino por ser más inteligentes que muchos hombres que ponen en su boca, la palabra de un Dios, que nunca las pronunció.

La sabiduría es poder, el poder es peligroso en manos ambiciosas.
Hoy me siento un poco bruja. Hoy soy un poco más mujer.

18 octubre 2009

Al César, lo que es del César


Toda la vida engañada ¡Y de qué manera!
Viviendo en una mentira y mintiendo a los demás. Divulgando involuntariamente una verdad falsa. Responsable, en gran medida, de que una buena parte de conocidos o sencillamente de personas que se han cruzado en mi vida, crean en una quimera que no es cierta, sólo porque confiaban en mi palabra. Palabra incierta.

¡El “allioli” no es catalán! El alma se me cae a los pies. Un señora francesa me dice que el “Aïolli”, proviene de La Provenza, más exactamente de Marseille. Dudo, dudo muchísimo, no queriendo aceptar una posible realidad, que me mantiene al borde de la tragedia, mientras en mi interior una vocecita (la voz no existe, me la invento, una vez descubierta mi mentira, he quedado en evidencia de todos modos, independientemente del número de engaños a los que haya sometido al género humano e incluso animal), reivindica ¡Allioli catalán! ¡Allioli catalán! ¡Ra, Ra, Ra!

Consulto (con la esperanza de que la señora estuviera equivocada, y así librarme de la cruz que cargarán mis hombros hasta que me canse de ella y decida ponerle una ruedecillas para aligerar el peso) en Wikipedia, que tiene respuesta para todo, y descubro que en época romana, estos copiaron la salsa a los egipcios, a quienes se les concede la autoría (ya, será porque Ferran Adrià no había nacido aún), y los romanos, entre conquista y reconquista, desvelan la fórmula del “alhoyolio” a los andalusíes, que lo extienden a Valencia y a Cataluña (¡Allioli catalán! Ra, Ra, Ra) y que posteriormente pasará a ser utilizado en La Provenza (algo de razón tenía la señora francesa, aunque no quede eximida del mismo error cometido por mi persona por tanto tiempo) y en las Islas Baleares.

Traumatizada parcialmente (necesito una parte de mi intacta para seguir viviendo), me desgloso (que es muy fino) en pensamientos: con tantas personas habitando el mundo, en tantas épocas antecesoras a la nuestra, no es de extrañar que a más de dos o tres personas (mujeres, segurito pues, que eran mujeres) a la vez, se les ocurriera hacer una mezcla de ajo y aceite (por el momento no he querido saber si entonces mis paisanos utilizaban ajo y aceite de oliva en la cocina, o tenían que esperar a que los egipcios se lo importaran) en distintas partes del mundo, aunque luego no lo propagaran a los sietes vientos, por ausencia de afán protagonista.

Todos los domingos, preparo “allioli” (catalán, se pongan como se pongan los egipcios), que en su variente sudoestera es el “ajoyaceite extremeño”. Hoy, mezclando el ajo picado con el aceite en el mortero, esa vocecilla inventada mía gritaba, ¡Alioli, español! Como Gilbraltar… y los monos andaluces.

11 octubre 2009

Allí

Donde la vida me lleve, iré; donde se detenga, pararé.
En las últimas semanas, la causalidad (y sólo ella quiso que estuviera donde estuve, para saber lo que sé) ha tenido a bien poner en mi conocimiento hipotéticas realidades ajenas a mí, versadas sobre temas universales, con alto cariz trascendental, que rozan lo filosófico y hasta lo metafísico.

En el centro de un círculo con fisuras (como el corro de “el patio de mi casa es particular, cuando llueve y se moja no es como los demás”), observo que hay quienes se proponen cambiar de vida, porque la que tienen no les satisface; quienes reflexionan sobre si el camino tomado años atrás, fue el correcto o hubiera sido mejor seguir otro; también hay quienes evolucionan completando ciclos (a veces vitales); o a quienes les inquieta el porvenir (porllegar); y estoy yo, espectadora en la distancia (por no preocuparme estas cuestiones), viviendo un presente (que es lo único que tengo ahora) sin mañana, y formándome ideas objetivas (subjetivas, la experiencia no deja otra alternativa) acerca de lo que mis sentidos perciben. Yo no pienso tanto (al menos sobre ciertas cosas), como los demás.

Son sus circunstancias, sus razones, las que a todas esas personas les hace plantearse la vida o parte de ella, vivida o por vivir, entretanto, permanezco al margen de esas divagaciones, blindada (por voluntad propia) para que no me alcancen. Aún no.

Será que me he vuelto insensible (reconozco haber sido distinta); que cuanto más fuerte soy, menos vulnerable parezco; que una determinación firme del pasado me mantiene ausente de pensamientos profundos (de esos a los que no escapa nadie) o simplemente, que me limito a vivir hasta consumir el tiempo, viendo pasar la vida de los demás con sus incertidumbres y certezas… Donde la vida me lleve, iré; donde se detenga, pararé.


04 octubre 2009

Lluvia

Esta semana llovió, pero ni había amor, ni era pequeño, ni las gotas de agua se confundieron en el mar, si acaso en el rio. La lluvia limpia impurezas. Apaga fuegos cuando no sopla el viento.

Me mojé. El agua me golpeó la cara e intensificó los colores de mi indumentaria.
Bajo la lluvia nada permanece igual; cambian las texturas; los colores; los sabores; la forma en que percibimos los sonidos o las cosas.

Transforma y nos transforma para que a su vez transformemos lo que tenemos o tendremos. Purifica.

La primera lluvia del otoño cayó, y a través del cristal lleno de gotitas en camino descendente, que mueren al llegar al unirse con otras, la realidad se distorsiona y nada es como era.