Me inicio en las redes sociales (sólo en una, más de una sería demasié para una principiante tan poco entusiasta como yo), de las que tanto he oído hablar y las que nada me atraen… Pero en un momento blanco, de esos en los que todo lo previsto se trunca o simplemente lo que se trunca es la voluntad a favor de la escasa inquietud por saber de qué va eso sobre lo que todos tienen algo que decir, me registro en la más conocida por mis oídos.
Allí me encuentro (sorpresivamente) con casi todos mis contactos de mensajería instantánea, cuyo gusto por la variación social en internet desconocía, y oculto mi presencia, o más bien no la vocifero (pues oírme no podrían), con el fin de observar y aprender, antes de hacerme ver.
Descubierta soy por uno de ellos (ignoro cómo, dados mis nulos avances en tales lindes), y abordada al poco con una invitación de amistad (vamos a oficializar que somos amigos practicantes en la red, aunque en consideración mantengo, que la amistad es otra cosa, distinta a los vínculos que se establecen en la red, así estos celebren años).
El primer amigo virtual en este terreno, era el único que conocía mis aproximaciones hacia la sociabilidad en banda ancha, pues le había confesado mi acción registral, y en una semana, tengo dos amigos. Ya formo parte de la red, aunque no estoy muy segura de si me gusta la idea, incrédula de mí.
En exhaustiva investigación (curioseando), localizo a varios compañeros del instituto, y mientras van apareciendo nombres que me resultan familiares y cuya identidad de algunos de ellos voy confirmando al ver las fotos que los acompañan (el tiempo a veces es injusto), pienso en las personas a las que no me gustaría volver a encontrar. El pasado, pasado está, indagar en él, puede llegar a ser peligroso en el presente.
Me reconocen, o recuerdan y los mismos mensajes con breves variantes, me llegan cuando contactan conmigo compañeros (a los me unió una amistad pasajera o mal alimentada, en algún caso), más de doce años después: “No sé si eres tú, pero estudiamos en… “,“Creo que nos conocemos, fuimos juntos al instituto…”, “¿Me recuerdas? Soy … y si eres quien creo, íbamos a la misma clase…” Y yo pretendiendo pasar desapercibida… Debería haber dado un nombre falso.
Resuelvo sus dudas y su inquietud por saber si aún les recuerdo, si fueron lo suficientemente importantes en esa época como para que hayan permanecido en mi memoria, intuyo que intentando recuperar una parte de sí mismos perdida, y lo cierto, es que no he pensado en ellos hasta ahora (como ellos no lo habrán hecho hasta que me vieron), pero no me disgusta haberme reencontrado con ellos. A un paso ha estado de ser grato.
Poco a poco, voy haciendo uso de la virtualidad social, aún así, estos intercambios en red, siguen sin causarme mayor efecto que el ácido acetilsalicílico en dolores dentales.
Mi vida, ésta, no va a cambiar porque aparezcan en ella personas de mi otra vida, aquélla. Echar la vista atrás, te convierte en estatua de sal; mirar hacia delante, te permite ver los caminos que aún quedan por recorrer.