A los papás de las criaturas, se les puede clasificar en cuatro categorías distintas, analizando el comportamiento que tienen respecto a sus hijos:
PADRES “PASODETÓ”: son los que creen que los “accidentes” se dan porque no se tiene los cinco sentidos puestos en lo que se está haciendo y si sus hijos lloran porque se han caído, les dicen enfurruñados: “Haber mirado por donde andabas, que ojos tienes en la cara”. Concluyen su alegato ajenos al padecimiento del niño con rotundidad: "¡Y no me llores más o te la ganas”.
PADRES PROTECTORES: Instintivos y los más comunes (para fortuna de muchos). Consuelan a sus hijos mimosos cuando lloran, hablándoles sobre algo que saben que les gusta, para que se olviden del motivo de su tristeza.
Si el llanto es motivado por una disputa con otro niño, instan a sus hijos a que solucionen las diferencias, promoviendo el concepto de amistad, o a que jueguen con otros niños menos “agresivos”, después de haber hecho uso del perdón.
PADRES SUPERPROTECTORES: son aquellos que no quitan el ojo de encima al niño y acuden a su encuentro desesperados, si estos se tropiezan, con un inmenso sentido de culpabilidad por no haberlo podido evitar, aunque el niño no se haya quejado.
Suelen fotografiarlo todo. Así, es habitual ver en sus álbumes “la primera caquita” o “el primer moquito” del niño, que enseñan a los invitados con orgullo y les explica cómo ocurrió emocionados.
Su lema es: “Que no roce el viento a mi niño/a o se las verá conmigo”.
Por sus hijos ma-tan.
PADRES SUPERHIPERMEGAPROTECTORES: para esta tipología, los hijos son reyes por gracia de Dios y aquel que ose mirarlos siquiera, serán ejecutados inminentemente.
Su sobreprotección es tan extrema, que no reconocen los errores de sus hijos y todo lo malo que les sucede es por culpa de los demás. Corruptos todos.
Los hijos son tímidos, llorones y faltos de gracia, algo semejante a un trozo de carne inerte con un dispositivo que se activa si pisan una piedrecita, haciéndoles llorar entre cien y ciento ochenta y tres veces al día. Estos niños nunca ríen.
Jardín de infancia.
Tres madres (A, B y C) amigas y con carrera universitaria (aunque no con profesión) van a recoger a sus retoños de cuatro años.
Los retoños “A” y “B” juegan a “buenos y malos”. “A”, es la buena; “B” es la mala. “B” ha raptado a “A” en un castillo (según la imaginación de ambas) y no la deja salir. “A” empieza a llorar al cabo de un rato (de impotencia por no ser tan astuta como “B”) como si la estuvieran depilando las ingles con cera.
Madre superhipermegaprotectora “A”, oye el llanto y se inquieta con cara de espanto (tragedia griega): “¡Qué llora mi niña, que llora mi niña! ¡¿Dónde está mi niña?!”
Grita a “B” que deje pasar a “A” y cuando está aparece detrás de “B” llorando a moco tendido, madre “A” corre a socorrerla cuan si se estuviera atragantando con un calamar y ese fuera el último aliento de la niña en la vida.
Madre “A” le grita a “B”: “¡Eso no se hace!”
Mi perplejidad aumenta (observando lo que acontece al lado de otros padres del tipo “protector”) al oír a madre “A”, decirle a “B”: “¡Pero cómo puedes hacer sufrir de esta manera a una niña de cuatro años!”.
“B” permanece desolada y en silencio. Su madre, “B”, la reprende disgustada: “Ya no volvemos más. Te estás portando muy mal. No me gusta tu actitud”.
El niño “C”, se pronuncia inoportunamente: “ “B” me ha tirado de la camisa”. Madre “C” mira a “B”: “Por tu culpa “C” no se lo ha pasado bien”.
Miro a los padres “protectores”, mudos y asombrados. Algunos se llevan las manos a la cabeza. Intervengo.
-Es un juego. “B” no ha hecho nada malo. Siempre se porta muy bien (conozco a la niña, es un sol).
Las madres “A” y “C”, me fulminan al instante, sobre todo “A” descendiente de Torquemada con toda seguridad.
Entiendo en ese momento que madre “A” padece algún tipo de desequilibrio mental serio, que la vuelve agresiva cuando a su “reina” le da por llorar (por pura impotencia, debo decir). De otro modo no me explico tanta crueldad y maltrato psicológico (por parte de las tres madres) a una niña pequeña, a la que en cinco minutos dejaron a la altura del asfalto.
Lo que vi en los ojos de “B”, sí fue sufrimiento, en los ojos de “A” solo “mamitis crónica”.
Si la madre “A”, cree que un juego es hacer sufrir a su hija, no conoce el mundo que le espera a su pequeña.
Solo me queda compadecerme del primer “amiguito” que tenga la niña, al que me imagino mutilado. Le acompaño en el sentimiento desde ya, por la gran pérdida de uno de sus miembros.