“Secretario es la persona que guarda secretos. Ves, oyes y callas”.
Esto me lo dijo la Madre Superiora y directora del hospital geriátrico donde estaría un mes haciendo prácticas administrativas (… coger el teléfono, atender a los familiares de los “clientes”, realizar gestiones bancarias…), miles de tormentas atrás.
“Lo que veas u oigas no lo comentes con nadie más que conmigo. Los secretarios son discretos y tu función aquí es guardar secretos”.
Se me pasaron por la cabeza varias cosas, entre ellas que el hospital era la tapadera perfecta para acoger a los miembros de una comuna “secreta” con actividades arriesgadas (fuera de la ley) y que me secuestrarían para el resto de los días que pasara con vida… El escenario era inductor directo para hacerse peliculitas mentales (decoración de de postguerra), perfumado de añejo.
Empecé con mal pie, entré en el despacho preguntando por “Sor jefa” y una monjita (con la misma cara de Arévalo) se giró y me miró con desaprobación.
“Madre… hija”
Había degradado de rango a la superiora y no se lo tomé muy bien… o quizás es que se había clavado cien agujas en el trasero por pisar las heces de un camello y a consecuencia de ello la acritud de su rostro arevalesco… El caso es que estando en un lugar donde suponía los buenos sentimientos fluían así como el perdón y la bondad, emparentados todos como hermanos y hermanas, pues al mismo padre tenemos (ya… si acaso seremos hermanastros) me costaba creer que mi falta (de tarjeta roja y expulsión) pudiera resultarle una ofensa.
“Bienvenida a la casa del Señor”
Después definió “secretario” y cuando se convenció que me había quedado claro, me presentó a Keanu Reeves (o a su doble, pero a lo “hispalis brutote total”), médico de planta, más ”salao” que el agua del mar contenida en un vaso, que haría mi estancia allí, visualmente más atractiva. Le salvaba el porte.
La Madre Superiora Jefe era una “ejecutiva agresiva” a lo “Armas de mujer”, vestida con una bata azul hasta las rodillas y toga que suavizaba ligeramente su papel de “mandamásquenadie” dirigiéndose a sus hijos con “Dios te guarde” o “Dios esté contigo”, y que en aquel primer intercambio de impresiones (la Superiora relataba, yo otorgaba) me suscitó dudas acerca del funcionamiento de aquel sitio. En todas las empresas cuecen habas, y ésta era una empresa como cualquier otra donde ocurrían cosas.
Oí la “llamada” en varias ocasiones, cuando alguna de las monjitas (todas agradables menos Sor Gruñona, que ladraba como los perros cuando les intentan quitar un hueso de la boca) me encomendaba alguna misión, pero no para contraer matrimonio y dedicarme a la vida contemplativa.
En eso días confirmé lo que sospechaba, la bondad y comprensión reside en algún lugar de nuestro interior… pongamos que en el corazón, y que pertenecer a un gremio determinado (como el religioso) no humaniza, solo hace que ganes el dinero de otra manera y que finjas que la naturaleza te dio el don de entregarte a los demás, porque forma parte del trabajo.
Esto me lo dijo la Madre Superiora y directora del hospital geriátrico donde estaría un mes haciendo prácticas administrativas (… coger el teléfono, atender a los familiares de los “clientes”, realizar gestiones bancarias…), miles de tormentas atrás.
“Lo que veas u oigas no lo comentes con nadie más que conmigo. Los secretarios son discretos y tu función aquí es guardar secretos”.
Se me pasaron por la cabeza varias cosas, entre ellas que el hospital era la tapadera perfecta para acoger a los miembros de una comuna “secreta” con actividades arriesgadas (fuera de la ley) y que me secuestrarían para el resto de los días que pasara con vida… El escenario era inductor directo para hacerse peliculitas mentales (decoración de de postguerra), perfumado de añejo.
Empecé con mal pie, entré en el despacho preguntando por “Sor jefa” y una monjita (con la misma cara de Arévalo) se giró y me miró con desaprobación.
“Madre… hija”
Había degradado de rango a la superiora y no se lo tomé muy bien… o quizás es que se había clavado cien agujas en el trasero por pisar las heces de un camello y a consecuencia de ello la acritud de su rostro arevalesco… El caso es que estando en un lugar donde suponía los buenos sentimientos fluían así como el perdón y la bondad, emparentados todos como hermanos y hermanas, pues al mismo padre tenemos (ya… si acaso seremos hermanastros) me costaba creer que mi falta (de tarjeta roja y expulsión) pudiera resultarle una ofensa.
“Bienvenida a la casa del Señor”
Después definió “secretario” y cuando se convenció que me había quedado claro, me presentó a Keanu Reeves (o a su doble, pero a lo “hispalis brutote total”), médico de planta, más ”salao” que el agua del mar contenida en un vaso, que haría mi estancia allí, visualmente más atractiva. Le salvaba el porte.
La Madre Superiora Jefe era una “ejecutiva agresiva” a lo “Armas de mujer”, vestida con una bata azul hasta las rodillas y toga que suavizaba ligeramente su papel de “mandamásquenadie” dirigiéndose a sus hijos con “Dios te guarde” o “Dios esté contigo”, y que en aquel primer intercambio de impresiones (la Superiora relataba, yo otorgaba) me suscitó dudas acerca del funcionamiento de aquel sitio. En todas las empresas cuecen habas, y ésta era una empresa como cualquier otra donde ocurrían cosas.
Oí la “llamada” en varias ocasiones, cuando alguna de las monjitas (todas agradables menos Sor Gruñona, que ladraba como los perros cuando les intentan quitar un hueso de la boca) me encomendaba alguna misión, pero no para contraer matrimonio y dedicarme a la vida contemplativa.
En eso días confirmé lo que sospechaba, la bondad y comprensión reside en algún lugar de nuestro interior… pongamos que en el corazón, y que pertenecer a un gremio determinado (como el religioso) no humaniza, solo hace que ganes el dinero de otra manera y que finjas que la naturaleza te dio el don de entregarte a los demás, porque forma parte del trabajo.