15 mayo 2011

Ondas



Me asaltaron, pero no de la forma en que un ladrón se apropia de las pertenencias de otra persona, o un seductor se queda con el corazón que no se le ha entregado voluntariamente, no, me asaltaron en la calle con un micrófono, volviendo a casa un mediodía del instituto.

Mi relación con la radio empezó siendo muy niña con Elena Francis y después continuó cuando mi antecesor de sangre participaba en los concursos de la radio local de mi pueblo, un día sí y al otro ¿cómo no?, y me ponía al teléfono cuando excedía el cupo de llamadas semanales, para que fuera la portavoz de sus conocimientos... o al menos así lo recuerdo.

Gracias a la radio y a la sabiduría fraternal, comimos muchos domingos en los jardines de un antiguo y enorme caserón hecho restaurante, entre árboles frondosos y aroma a pino, al que la persistencia de nuestros aciertos (como representante vocal ocasional, eran míos a medias...), hacía que nos trataran con cierta familiaridad.
La radio también me regaló un anillo de metal precioso, que perdí a las pocas semanas en el colegio, al quitármelo para lavarme las manos. No volví a saber nunca más nada de él.

La época “responda otra vez” terminó, pero la radio continuó a mi lado.
Antes de abandonar definitivamente la infancia, un programa me enseñó la radio por dentro.
Todas las tardes, después del colegio iba a la emisora local, donde acudían niños de otros colegios con las mismas inquietudes radiofónicas que yo (retrasar la hora de hacer los deberes).
Me pasó desapercibido un locutor de los Principales 40, cuya etapa televisiva le llevó a Marte a explicar marcianas crónicas y a ponerse unas gafas negras conjuntadas con el traje, al estilo del chico Martini, en aquella época... al menos al principio. Ya se sabe que a fuerza de hacerse visible, hasta lo pequeño se hace grande, y ahora lo es y mucho, porque hace lo que quiere.
Ni todos los que perseguimos nuestros sueños, los alcazamos, ni todos somos perseguidores de sueños.

Me puse delante del micrófono con unos cascos demasiado grandes para mi cabeza de bombilla (mi cabeza sigue siendo pequeña, pero ya no parece una bombilla), en los que el productor tuvo a bien ponerme sardanas durante gran parte de mi intervención, y durante diez minutos, en el espacio del mismo programa “Pequeños locutores”, me convertí en una locutora nerviosa, de voz temblorosa (las sardanas influyeron sobremanera), a la que los oyentes hicieron ganadora (hermano, hermano otra vez imitando a Heidi, amigos y vecinos).

Prosiguiendo con el asalto a horas poco adecuadas para hacer concursos en la calle, al reportero le conocía del instituto, de hecho, en mi fuero interno le llama “el chico de la bici”, porque era su medio de transporte habitual, y hacía algunos meses habíamos compartido un baile en un “guateque noventero” que organizó una compañera de clase en el sótano de su casa, y al que me invitó, además de por tener cierta amistad, para “unirme” al chico que me gustaba a través de juegos inofensivos, a los que no sucumbimos ninguno de los dos... aunque sucumbimos con otras personas.
Fue la segunda y última fiesta a la que he asistido. Las fiestas no son mi lugar.
En la primera, celebrada por una cumpleañera, descubrí que algunos niños-hombres se comportan como rumiantes hocicudos, y en la segunda, hasta que punto podía ser así.

El chico de la bici me vio, y me hizo su presa. No había nadie en la calle a esa hora (todos comían en sus casas) y con la mirada me suplicó que no hundiera su siguiente conexión en directo... “por los viejos tiempos” (breves, pero haberlos, los hubieron).
-Te hago una pregunta y respondes cuando te de paso... Es fácil.
En antena: ¿qué película española de época, ha ganado recientemente un Oscar?
Conocía la respuesta, pero me distrajo el chico de la bici vocalizando exageradamente el nombre de la película.
-Belle Époque.

No recogí las dos invitaciones a una consumición gratis en un nuevo Pub que habían abierto en el pueblo, ni siquiera lo hice para volver a ese pasillo estrecho que había en la emisora por el que siempre había alguien con quien chocarse, ni para oler el vinilo de los discos ni las fundas de cartón que los guardaban.

Me gusta oír voces (por la radio, claro, si las oigo sola en casa, no salgo del baño), no tener la imagen de sus propietarios, solo dejarme envolver por sus sonidos. Eso es la radio.



5 comentarios:

Uno dijo...

Como pate semi-implicado y aportador de descuentos para ese restaurante que aun existe( ... y que como vengas a visitarme no te libras de volver a pisar, os invito yo), también tuve mi relación con la radio, más ligerita en mi caso.

Creo que acabó con la participación humillante en directo y en forma presencial en un concurso de sabiduria infantil sobre las materias que se impartían en el colegio. Yo que creía saberlo todo, y que posiblemente me sabía los de los libros que estudiaba, descubrí que había otros libros que no conocia y otros saberes sobre la misma materia que aun no alcanzaba.

Fue un despertar.

Ahora, cuando puedo escucho la radio. No se limpiar, fregar o cocinar sin ella. Es más condiciono las tareas a la hora de emisión de determinados programas.

La radio es una fuente de sabiduría, tiene una magia que nunca tendrá la televisión y el cine.

Saludos desde tu pueblo.

la frufrú dijo...

No me acordaba de "el de la bici". Un año fue a la clase de al lado y tampoco lo he vuelto a ver desde el instituto ¿qué habrá sido del reportero?

Escucho poco la radio, suelo poner música cuando estoy en casa y si la oígo también cadenas musicales.

Por cierto que hace unos años, el marciano de gafas negras dio el pregón de las fiestas en el pueblo, creo que aun parabas por aquí.

Un beso.

zimbagüe dijo...

Muy bien concretado lo de "rumiantes hocicudos" solo "algunos" se "comportan" así, pero no porque lo sean solo porque les ha dado por ahí.

Pongo la radio cuando voy conduciendo y en casa algún programa deportivo de vez en cuando. A quien si escuché alguna vez fue a la hortera de Francis. La musiquita tiene delito ¡si el autor levantara la cabeza! :)

Un abrazo.

carlosideal dijo...

Hombre, Danieluski, le salvaste la vida a ese pobre reportero. No son horas para hacer concursos, no señor.

No te hacia con tanto camino recorrido en la radio, lo tuyo es vocacional está claro y ya sabes que nunca es tarde si la dicha es buena ;)

Lo de las sardanas es muy bueno. Muy divertido el productor.

Un beso, locutora potencial.

Daniela Haydee dijo...

UNO: "Todo" es demasiado. Yo nunca he sabido tanto de nada, o lo que es lo mismo, he sabido muy poco siempre. Es que cuando el interés escasea, se acaba siendo como yo, una "ilustre" sabelonada.

No recuerdo esa intervención tuya, pero imagino que ya habría nacido. De todas formas, los directos desconcentran y lo que se sabe se olvida.

Que ricas las patas de la Font del Pi, que gusto y que textura.Mira esto: http://www.fontdelpi.es/ :P

Saludos desde tu pueblo soleado.

LA FRUFRÚ: Oír música es otra forma de oír voces.

Sí "L" sigue viviendo en el pueblo eldía menos pensado me cuentas que ha sido de su vida :P

Un beso.

ZIMBAGÜE: Totalmente de acuerdo contigo, Elena Francis era un programa horrendo.

En cuanto a los porcinos, es una visión de niña agrandando los ojos :P

Buen fin de semana.

CARLOSIDEAL: Para todo hay un momento y el mio ya ha pasado. Un programa nocturno, con voz pausada y dulce; con poemas leidos y canciones melódicas... ideal para dormir a los que no tuvieran sueño :P

Un beso.