30 enero 2011

El muelle (2ª parte)


Camino por el muelle, pero esta vez es distinto, sé a dónde voy y hasta donde quiero llegar.
No he dejado de pensar durante todo el día en el encuentro casual de esta mañana.


Sabía que vendría al muelle, aunque no estoy muy segura de que él hago lo mismo.
Aquella víspera de mi boda, no solo me proporcionó un recuerdo que se extinguirá con mi existencia, también me dio parte de si.
Desde que supe que estaba encinta, sospeché que mi hija podía ser el resultado de nuestra conciencia distraída, pero hasta que no nació y vi en su rostro los ojos de su padre, no confirmé mis reservas.

Él está apoyado en la barandilla. Vuelve la cabeza en mi dirección y no deja de mirarme hasta que me detengo a unos centímetros de él.
-Te estaba esperando.
Tiende su mano hacia mí. La cojo sin titubear. Es el padre de mi hija y el hombre que amo. Tira de mí hasta la barandilla, a su lado, invitándome a contemplar todo cuando sus ojos ven.

No ha perdido el atractivo ni la armonía ha desaparecido de su tez.
Miro el alzacuello.
Esta mañana no lo llevaba puesto. No era necesario delimitar espacios susceptibles de ser invadidos. Ahora es prudente hacerlo.
-Ya sabes lo que hice al día siguiente.
Sonríe resignado, su temor se ha cumplido; descubrir que es demasiado tarde para rectificar algo que ya ha hecho, y el mío también.
Levanto el dorso de la mano y le enseño la alianza de mi dedo.
-Tú también.

Contemplamos el horizonte, o simulamos que lo hacemos para no tenernos que mirar.
No sabrá que tenemos una hija, ni cuánto le amo; lo que estaría dispuesta a hacer si me lo pidiera.
Está aquí en este momento, respondiendo a mis preguntas con su presencia. Ha pensado en mí en este tiempo de ausencia. No me dejé llevar yo sola; él se dejó ir conmigo.
-¿Sigues perdida?
-Acabo de encontrarme en ti.
-¿Y tú?
-Me encontré contigo hace veinte años.
Cinco segundos de profunda tristeza teñida de añoranza y un abrazo deseado en el que nuestros miedos alcanzan la libertad. Nos separamos despacio. Desciendo la mano por su pecho hasta alcanzar su mano a la altura de la cadera.

La besa.
Una última mirada y después... después nada.

Se queda en el muelle mientras me encamino a casa, dónde mi marido y mis hijos duermen.
Quiero girarme, pero no lo haré, porque sé que mi fuerza flaquearía y le haría flaquear.
He venido dispuesta a que ocurriera, pero he comprendido que no debe ocurrir; que nuestras vidas han de permanecer ajenas la una a la otra y que esta noche, nuestra historia termina donde empezó.
El vacio casi ha desaparecido.
Casi puedo sentir paz.




El muelle, no solo es una construcción que se alza sobre el mar en algunos casos, en el que las embarcaciones moran cuando no son de utilidad a sus propietarios, también es una espiral elástica que vuelve a su longitud habitual cuando no se la acciona intencionadamente, como un bumeran regresa al punto de partida.

Esta historia no tendría sentido sin esa doble acepción.
Hay relaciones "muelle", en las que cada uno de los integrantes de la misma, acaban volviendo al lugar del que partieron. Las circunstancias, los compromisos adquiridos, no les permiten desviarse de su estructura usual.

Por otra parte, "Stealing Home" además de una de mis películas emblemáticas más preciadas (MCNamaras a parte), describe perfectamente el vacio que deja la pérdida (del tipo que sea y por los motivos que sean) de alguien que nunca oirá lo que el tiempo no quiso que supiera.

23 enero 2011

El muelle (1ª parte)


Fui hasta el muelle caminando.
Por la tarde decidí que no iba a dormir esa noche, y esperé a que todos se acostaran para salir de casa. Al día siguiente me casaba y quería recordar aquellas horas previas, pasados unos años, como las últimas que pasaría a solas conmigo misma frente a donde mis pies me condujeran.
La noche era larga y me pertenecía.

Acercándome al embarcadero divisé una figura apoyada en la barandilla que contemplaba en actitud reflexiva las aguas calmas, en las que se reflejaban las luces del cielo.
Seguí caminando ignorando hacia donde quería ir, a pesar de la presencia del intruso, de momentos que había rescatado para mí.

A pocos metros de distancia, él volvió la cabeza en mi dirección y no dejó de mirarme hasta que me detuve a pocos centímetros de aquella silueta en la lejanía, con identidad en la cercania.
-¿Tú también estás perdida?

Asentí con la cabeza lentamente, sin saber por qué lo hacia.
No estaba perdida, al menos no era consciente de que lo estuviera hasta que el extraño me lo prenguntó.

Tendió su mano hacia mí.
Dudé antes de cogerla. Si hubiera sido espectadora de una escena similar, esperaría que ella saliera corriendo. Pero no fue eso lo que hice. Por alguna razón que no he tratado de explicarme, confiaba en él, notando que cada vez menos, era dueña de mí. Dejándome llevar. Reconociéndome poco o conociéndome más.

Tiró de mí suavemente hasta la barandilla, a su lado, invitándome a contemplar todo cuanto sus ojos veían, anfitrión en casa de nadie.
Solo entonces pude ver bien unos ojos claros, enmarcados en un armonioso rostro, bajo un cabello oscuro, no mucho mayor que yo.
Un hombre que no querido olvidar, aunque recodarle, en ocasiones, me haga sentirme culpable por el lugar que le he dado en mi vida, arrebatándoselo a quien pretendia que lo ocupara.

Mirar el horizonte y a mi acompañante de reojo de vez en cuando, no era suficiente; quería saber por qué había acabado en el mismo lugar que yo, en una noche como aquella. Las dudas que había sembrado en mi interior, ajeno a ello, crecían. Las suyas solo las intuía.
-¿Estás a punto de hacer algo que no estás seguro si deberías hacer?

Esta vez, quien asintió con la cabeza fue él.
La expresión de su rostro era seria y en sus ojos vi el mismo temor que los míos destellaban. Nos asustaba darnos cuenta en algún momento, que podía ser demasiado tarde para rectificar lo que aún no habíamos hecho.

Ocurrió.
Me besó sin que pudiera preverlo, cobijándose en mí en busca de respuestas o esperando encontrar una vía por la que escaparse.
No habrá nada que iguale ese instante en que le sentí tan cerca y dentro de mí; instigador de insospechadas vacilaciones.
-¿Estás dispuesta a perderte conmigo esta noche?
-Aún a riesgo de no encontrarme nunca.
Y nos perdimos juntos.
Cada segundo que transcurrió a continuación, fue el último que viviamos envueltos por ese extraño lazo que nos unió entre renuncias y anhelos, y que cortamos al amanecer.

Veinte años después he vuelto al muelle para pederme otra vez, aunque no he dejado de estarlo desde esa noche.
Él desapareció y yo desaparecí, llevándonos cada uno de nosotros una parte que le pertenecía al otro...
Salí ganando.


16 enero 2011

Quiero saber


Se me ocurre ir a la rebajas. ¡Una locura!
Las tiendas punteras (no las mencionaré, pero en esta parte del mundo TODO está franquiciado), abarrotadas; las menos punteras, solitarias (los habitantes de aquí se comuncan a través de telepatia, que consume menos y es más barato, y se quedan todos en los mismos sitios, a las mismas horas).

Llego a los vestuarios (entre la multitud avasalladora, mesas repletas de ropa desodenada, paredes llenas de perchas, y muy poco civismo), ¿cómo? solo tiene una respuesta, con astucia.

Las dudas me asaltan...

- ¿Por qué las cortinas nunca cierran del todo?
- ¿Por qué el espejo está justamente en la pared que hay enfrente de la cortina que no cierra y quien pasa por delante no solo ve la parte de detrás, sino también reflejada la de delante del sujeto (suele ser femenino)?
- ¿Por qué siempre hay alguien que pasa y mira?
- ¿Por qué ese alguien, suele ser chico-hombre, y casualmente está esperando que su chica-mujer salga del vestuario que se encuentra a dos metros del que dónde él espera?
- ¿Por qué los percheros son pocos y la ropa siempre se cae al suelo?
- ¿Por qué en algunas tiendas no ponen un taburete en los vestuarios para poner las cosas que no puedes colgar?
- ¿Por qué cuando le enseñas a alguien lo que te has probado, siempre hay un dependiente que te dice lo bien que te queda aunque no te favorezca nada lo que llevas puesto, ni le hayas pedido opinión?

La experiencia, mala; la compra, casi satisfactoria.

09 enero 2011

Nada tiene importancia


Llueve a cántaros.
La lluvia cae con tanta fuerza que las gotas de agua rebotan en el suelo, alzándose un palmo, para volverse a estrellar contra él y esparcirse en rios, que ya son mares sobre el asfalto.

Me pongo el impermeable para que la lluvia se precipite por él y salgo a la calle.
No me importa nada, si truena o diluvia, por más que me obceque, no me importa nada.

Nos encontramos y no me importa nada.
He amenecido condecendiene con la vida, hoy mí consentida, por eso, no me importa nada.

"Tú juegas a quererme, yo juego a que te creas que te quiero.
Buscando una coartada, me das una pasión que no espero, y no me importa nada.

Tú juegas a engañarme, yo juego a que te creas que te creo.
Escucho tus bobadas, acerca del amor y del deseo, y no me importa nada.

Nada, que rías o que sueñes, que digas o que hagas.
Y no me importa nada, por mucho que me empeñe, estoy jugando y no me importa nada.

Tú juegas a tenerme, yo juego a que te creas que me tienes,
serena y confiada, invento las palabras que te hieren.
Y no me importa nada.

Nada, que rías o que sueñes, que digas o que hagas.
Y no me importa nada, por mucho que me empeñe, que digas o que hagas.
Y no me importa nada.

Y no me impora nada, que subas o que bajes, que entres o que salgas.
Y no me importa nada."

Los domingos (y festivos), es un buen día para que dejen de importar las cosas, pero el lunes (o al dia siguiene de el del pasotismo) corresponde recuperar consideraciones y que vuelvan a importar cosas y personas, que vengan o que vayan, que entren o que salgan.


02 enero 2011

Seducción

Ella dice: "A las chicas nos gusta que nos seduzcan sin que parezca que nos están seduciendo".
En la mirada de él hay un halo de recelo y en su interior la certeza de que ha precipitado sus palabras y equivocado el camino memorizado de otras andanzas. Los atajos no son fiables, si acaso, la forma más rápida de llegar a ninguna parte.


Él pregunta: "¿Cómo?"
Ella piensa, decepcionada (una vez más), que él no ha entendido nada, mientras en su rostro se refleja la resignación de un esfuerzo realizado en balde (1), en el que puede descifrarse: "La comida la masticas tu solito".


Ella, de corazón blindado (lo más cómodo para no añadir complicaciones a la cotidianidad) y descreía del amor y derivados, preferiría que la deslumbrasen (sin grandes hazañas, solo con gestos distintos a los acostumbrados) a que el opositor, entre ir directo a lo que le interesa (2) y quedarse a medias tintas (3), opte por lo segundo para cubrirse las espaldas, en caso de recibir la respueta menos satisfactoria. Correr riesgos (4).

Detrás de las palabras hay intenciones: las de él, no revisten secretos; las de ella son esperanzadas: "algo distinto", "hay algo distinto a lo mismo de siempre", "lo sé", "lo he vivido".

Supongamos que ella soy yo (5) y que él es... No importa quién es, un él cualquiera, y que la providencia no has cruzado (no en sentido figurado) para que tomemos las riendas del azar.
Pensará que soy cortante porque reacciono con sequedad delante de los convencionalismos sociales:

"¿Quieres que vayamos al cine? ¿Cuándo nos tomamos algo?"
"No me preguntes sí quiero o cuándo, haz que quiera y elige el momento"

"¿Qué tengo que hacer para que te tomes un café conmigo?" (6)
"Cautívame".

Ella y yo podríamos ser la misma persona (me reservo la identidad de la misma para preservar su intimidad) y él, sí es él (un él que conozco), lo único que encontramos a faltar las dos es, SUTILEZA.

"A las chicas nos gusta que nos seduzcan sin que parezca que nos están seduciendo"
A chicas como nosotras, SÍ.



NOTAS ACLARATIVAS:
(1) Cuando no se entinde el "mensaje" hablado-oído, el lenguaje gestual (miradas, expresiones, gestos...) es el complemento. Interpretar el conjunto es esencial para la compresión completa.
(2) Confesar atracción o cierta condescendencia amorosa (gustarte alguien) hacia otra persona.

(3) Confesión de sentimientos - intenciones nula.

(4) Arriesgar a veces no sirve de mucho, pero cuando no hay nada ganado, partimos de tenerlo todo perdido.

(5) "Ser yo", presupone dureza, severidad, contención y manejarse estrictamente en la vida. Hay que imaginar a alguien con esta descripción para entender a "ella".

(6) De interés general: en estas tierras del sudoeste, que te inviten a tomar un café implica el deseo de iniciar una relación sentimental. Si se acepta, hay que saber a que atenerse.