Camino por el muelle, pero esta vez es distinto, sé a dónde voy y hasta donde quiero llegar.
No he dejado de pensar durante todo el día en el encuentro casual de esta mañana.
Sabía que vendría al muelle, aunque no estoy muy segura de que él hago lo mismo.
Aquella víspera de mi boda, no solo me proporcionó un recuerdo que se extinguirá con mi existencia, también me dio parte de si.
Desde que supe que estaba encinta, sospeché que mi hija podía ser el resultado de nuestra conciencia distraída, pero hasta que no nació y vi en su rostro los ojos de su padre, no confirmé mis reservas.
Él está apoyado en la barandilla. Vuelve la cabeza en mi dirección y no deja de mirarme hasta que me detengo a unos centímetros de él.
-Te estaba esperando.
Tiende su mano hacia mí. La cojo sin titubear. Es el padre de mi hija y el hombre que amo. Tira de mí hasta la barandilla, a su lado, invitándome a contemplar todo cuando sus ojos ven.
No ha perdido el atractivo ni la armonía ha desaparecido de su tez.
Miro el alzacuello.
Esta mañana no lo llevaba puesto. No era necesario delimitar espacios susceptibles de ser invadidos. Ahora es prudente hacerlo.
-Ya sabes lo que hice al día siguiente.
Sonríe resignado, su temor se ha cumplido; descubrir que es demasiado tarde para rectificar algo que ya ha hecho, y el mío también.
Levanto el dorso de la mano y le enseño la alianza de mi dedo.
-Tú también.
Contemplamos el horizonte, o simulamos que lo hacemos para no tenernos que mirar.
No sabrá que tenemos una hija, ni cuánto le amo; lo que estaría dispuesta a hacer si me lo pidiera.
Está aquí en este momento, respondiendo a mis preguntas con su presencia. Ha pensado en mí en este tiempo de ausencia. No me dejé llevar yo sola; él se dejó ir conmigo.
-¿Sigues perdida?
-Acabo de encontrarme en ti.
-¿Y tú?
-Me encontré contigo hace veinte años.
Cinco segundos de profunda tristeza teñida de añoranza y un abrazo deseado en el que nuestros miedos alcanzan la libertad. Nos separamos despacio. Desciendo la mano por su pecho hasta alcanzar su mano a la altura de la cadera.
La besa.
Una última mirada y después... después nada.
Se queda en el muelle mientras me encamino a casa, dónde mi marido y mis hijos duermen.
Quiero girarme, pero no lo haré, porque sé que mi fuerza flaquearía y le haría flaquear.
He venido dispuesta a que ocurriera, pero he comprendido que no debe ocurrir; que nuestras vidas han de permanecer ajenas la una a la otra y que esta noche, nuestra historia termina donde empezó.
El vacio casi ha desaparecido.
Casi puedo sentir paz.
El muelle, no solo es una construcción que se alza sobre el mar en algunos casos, en el que las embarcaciones moran cuando no son de utilidad a sus propietarios, también es una espiral elástica que vuelve a su longitud habitual cuando no se la acciona intencionadamente, como un bumeran regresa al punto de partida.
Esta historia no tendría sentido sin esa doble acepción.
Hay relaciones "muelle", en las que cada uno de los integrantes de la misma, acaban volviendo al lugar del que partieron. Las circunstancias, los compromisos adquiridos, no les permiten desviarse de su estructura usual.
Por otra parte, "Stealing Home" además de una de mis películas emblemáticas más preciadas (MCNamaras a parte), describe perfectamente el vacio que deja la pérdida (del tipo que sea y por los motivos que sean) de alguien que nunca oirá lo que el tiempo no quiso que supiera.