En mi familia existe la tradición de poner los nombres de los abuelos a los nietos, siguiendo un ritual ancestral: al día siguiente del nacimiento de un recién llegado, se introduce en una bolsita de terciopelo (no importa del color que sea, solo la textura) los nombres de los abuelos, y la mano inocente, a veces pecadora , de la enfermera de turno (en tiempos de la Inquisición, la mano pertenecía a la partera y más tarde a la matrona), extrae un papelito con el nombre escrito que ocupará el primer lugar y que identificará al bebito.
Llevo los nombres de mis tres abuelas, y dos de ellas están casadas entre sí.
Sin entrar en detalles ni identificar a las partes, pues la historia familiar es uno de esos trapos que se prefieren lavar en casa en lugar de airearlas al sol para que se sequen rápido, al abuelo le gustaba ponerse ropa de mujer cuando se quedaba solo, y en una ocasión, la abuela, que sospechaba que tenía una amante por el extraño comportamiento que tenía en determinados momentos, le tendió una trampa, volviendo a casa de misa antes de lo habitual.
Sin entrar en detalles ni identificar a las partes, pues la historia familiar es uno de esos trapos que se prefieren lavar en casa en lugar de airearlas al sol para que se sequen rápido, al abuelo le gustaba ponerse ropa de mujer cuando se quedaba solo, y en una ocasión, la abuela, que sospechaba que tenía una amante por el extraño comportamiento que tenía en determinados momentos, le tendió una trampa, volviendo a casa de misa antes de lo habitual.
La abuela encontró a una mujer en su casa, pero no la que esperaba y mucho menos contorneándose desnuda, sino al abuelo bailando como una descosida sin freno. Al verle con aquella indumentaria se disgustó sobremanera y todos hemos pensado alguna vez que le ofendió mucho ver a su marido con ropa femenina que no era suya, como si ella no tuviera gusto en el buen vestir.
El abuelo no negó la evidencia liberándose al instante del peso que le tenía medio jorobado. Empezó a vivir la noche cantando y bailando cuan vedette del Moulin rouge, utilizando como nombre artístico “Cinta la explosiva”.
No me hubieran puesto su nombre (jamás de los jamases) si el abuelo en su lecho de muerte, no les hubiera pedido a mis padres como última voluntad, entrar en el sorteo y marcharse al otro mundo sabiéndose perdonado por ser la primera mancha en una familia muy limpia.
Accedieron a su última voluntad esperanzados de que el azar le dejara en tercer lugar y el nombre quedase en desuso, pero para horror de todos, el destino quiso que fuera la segunda “explosiva” en la dinastía de los Van Heley de Haut Pérez (no utilizo mi segundo apellido nunca, pero esta vez era necesario para no identificar a las partes).
El abuelo no murió, se hizo actriz de prestigio y ha ganado importantes premios por el realismo que le da a sus interpretaciones. No solo me ha legado su nombre, también su creatividad y una manera muy particular de afrontar la vida.
Cuando algo no nos gusta, hay que cambiarlo y no perecer en ello. Hay formas de vidas paralelas a la que tenemos, encontrarlas está en nuestras manos. No somos lo que pensamos, somos más de lo que vemos.
Cintia Aurora María Van Heley de Haut.
Historiadora.
Cintia Aurora María Van Heley de Haut.
Historiadora.