
Tengo recuerdos que no sé si existieron, me los inventé o que voy olvidando (memoria selectiva), que cada vez son más difusos.
Ocurrió en una fiesta – despedida (ya entonces empezaba a sospechar, de lo que hoy no me cabe la menor duda, NO ME GUSTAN LOS JOLGORIOS), a esa edad en la que los niños lo son aún, por poco tiempo más.
Sala de actos del colegio, último curso de la E.G.B., dos clases (A y B, cuya rivalidad se fue acortando con el transcurso de los años, y la amistad reemplazó a la enemistad despectiva), alumnos italianos procedentes de un intercambio (que me llevó hasta Rivoli durante una semana) y profesores moderando el comportamiento de los más “exaltados” (echados para adelante).
Primavera (la sangre alterada); música italiana denotándonos como buenos anfitriones (Jovanotti, furor entre los de aquel país, sobre todo entre ellas) a todo pulmón; la tarde cayendo; víspera de una partida (la de los visitantes); puerta del aula cerrada; persianas bajas; calor; calor; mucho calor…
Aturdida, permanecía con un grupo de amigas (A y B) en un rincón, alejada de los gritones adolescentillos que bailaban en el centro de la sala, poseídos por un extraño enter, que les hacía desatarse como si hubieran acabado con todas las existencias de una cocktelería. La cabeza palpitándome cuan corazón desbocado... Entonces ocurrió. El graciosillo –gamberro que siempre se divierte de la misma forma en todas las fiestas (porque su cerebro no da para más) apagó la luz y ellas empezaron a gritar (como si les preocupara no ver nada), mientras ellos reían a carcajadas.
En esos breves segundos, alguien hizo algo que no me gustó… o sí (si hubiera sabido de quien se trataba) y le aparté o eso creo (salvaguardando mi recato). Recuerdo haber hecho topar mi brazo con un estómago, más bien barriguita (muy esclarecedora en mis pensamientos posteriores) de alguien que no era mucho más alto que yo (deduje por la altura a la que me llegaba su respiración). Me resultó tan desagradable esa inesperada proximidad con “lo invisible”, que en mi mente se formó la idea de lo que me hubiera gustado hacer (empujarle tan fuerte que cayera al suelo, desvelando así su identidad), y siempre he pensado que hice.
Las luces no tardaron en encenderse. Mis amigas permanecían en la posición en la que las había visto veinte segundos antes, ajenas (o conocedoras, dadas sus risitas) de que ese espacio circular que dibujábamos, había sido vulnerado. A sus espaldas mi mejor amigo y su mejor amigo ("el niño de mis ojos"), aparecidos de repente con la oscuridad, cuchicheando afablemente; cómplices de lo que nunca he querido saber, porque la verdad podría no gustarme.
Realidad, invención u olvido.