Veo un reportaje, digno de cualquier agencia de viajes, para promocionar el turismo en el Mediterráneo (testigo de mi nacimiento) a su paso por Barcelona y una historia simplona, con actores (de estatuilla dorada) anunciando frases en lugar de interpretando a personajes. Si Bardem (por su persistente inexpresividad) y Pe (por su voz floja y temblorosa) no me gustaban, doblados al castellano, resultan guiñoles gesticulando a la italiana, mientras Allen tocaba distraído el saxofón en algún garito de la ciudad, oculto detrás de una gafas negras.
Un poquito de Parque Güell; de La Pedredrera; de las Ramblas; del Barrio Gótico; de La Sagrada Familia; de Pedralbes (barrio pudiente barcelonés), de mar y de genuina botiga (tienda) barcelonesa de comestibles, amenizado con guitarra española (una sardana no hubiera estado de más, para terminar de hacer tierra), como guitarra española se toca en Oviedo, dónde van a parar los personajes, para dar a conocer un poquito más de España al mundo, y dónde también se muestran típicos lugares visitados por turistas y por alumnos en excursiones escolares.
Típicos tópicos, por una vez, sin toros ni tortilla de patatas, ni cerveza… eso sí, con rosado de buena bodega para las cenas.
Los pueblos, las ciudades, no son lo que cualquiera puede descubrir de un vistazo, sino lo que se oculta en sus calles; la historia que no se cuenta; la esencia no captada por el director que una vez se dejó seducir por un lugar para el que creó una pantomima comercial.
Lo que podrá llegar a hacer cuando su amor por un kiwi sea tan grande que sienta la necesidad de expresarlo en una película… En el papel de besugo que acompaña al Kiwi, se me ocurre que repita con cierto producto español con aires celestiales.