24 mayo 2009

Oscuridad

No tengo móvil. No me gustan, pero me veo obligada a utilizarlos en el trabajo, sí, en plural, “utilizarlos”, pues a falta de entender el manejo de uno, tengo que “vérmelas” con dos: el azul por las mañanas y el negro por las tardes. Tarifas especiales para aumentar el ahorro empresarial.

Desde hace varias semanas, además, el negro me acompaña a todas partes. Al jefe se le ocurrió que sería buena idea que estuviera siempre localizable, por si algún día se le olvidaban las llaves y tenía que llevárselas a casa. “Utilízalo como quieras, los fines de semana las llamadas son gratis”, me dijo, incentivándome a que diera botes te alegría y en uno de esos botes una triple voltereta mortal.

Era de noche, casi la media. Leía un libro, de esos que no son recomendables leer antes de ir a dormir porque luego la mente los reproduce con detalle en sueños (“La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina”, de Stieg Larsson, el segundo de la trilogía que a algunos nos ha enganchado).

Sola en casa. Sin vecinos. Se va la luz… Y yo leyendo esas cosas… Vuelve a los pocos segundos. Respiro aliviada. Sólo ha sido un mini apagón puntual. Sigo leyendo. El libro reclama mi atención. Tengo que acabar el capítulo, aunque el corazón siga disparado (tensión literaria). Ya se calmará.

Pasan cinco minutos. Apagón. Volverá otra vez, sólo es otro mini apagón… No creo en mis pensamientos, porque un presagio, uno muy malo, me dice esta vez no volverá hasta que el cielo no se encienda por la mañana. Cierro el libro. Palpo la cama no sé con que fin, mirando el horizonte con ojos de gata. Pero por más que miro y miro no veo nada. Oscuridad.

Sola en una casa con historia. Historia que agudiza mis sentidos. En la noche, los muebles se comunican entre sí. Ignoro sobre que versa su conversación, pero crujen en el silencio; y los fantasmas del pasado aparecen. Los que crea mi mente para mantenerme alerta. Instinto de supervivencia.

Me levanto de la cama y saco el móvil del bolso. Bendito móvil. Se ilumina cuando toco una tecla. Bendita idea. Abro la puerta. No me apetece adivinar los espacios que conozco, pero a lo Audrey Hepburn en “Sola en la oscuridad”, me envalentono y salgo de la habitación.

Me dirijo directamente a los contadores y los alumbro. Todo está bien. Voy a la cocina. La oscuridad dibuja formas, caras alargadas. Busco en los armarios velas. Alguien las ha cambiado de sitio sin avisarme donde encontrarlas en caso de emergencia. Esto es una emergencia. Quiero ver lo que ocurre a mí alrededor, aunque lo que ocurra no sea nada.

Vuelvo a la habitación. Antes paso por el baño, pero la parte de lo que ocurre allí me la salto, para evitar abundar en lo escatológico.

En mi deambular por el pasillo y resto de las estancias (para asegurarme de que continuo sola, y que ninguna “banda organizada” de “apropiadores de lo ajeno”, me acompaña, y que en los últimos tiempos está actuando en el pueblo, imitando lo que sucede en otros puntos de la geografía), voy tocando insistentemente las teclas del móvil para que no se apague…

Devuelta a la cama, con los muebles mandándose mensajes codificados que se escapan a mi entendimiento y el móvil bien cerquita de mí, bendito sea siempre, pienso seriamente (pues sueño no tengo) en lo vaga que es la mente a veces, pues confunde formas y sonidos con realidades inexistente, por no emplearse más a fondo y se queda con lo sencillo y lo sencillo siempre es lo que asusta porque resulta desconocido. TODO, tiene una explicación científica, y para lo que no lo hay, es que aún no se ha encontrado.

Siguen sin gustarme los móviles, pero desde esa noche, al menos ahora sé que pueden llegar a ser muy útiles como linternas.

6 comentarios:

sofíasaavedra dijo...

Una gran tormenta, con truenos de ultratumba, mucho viento y agua bien caida, hubiera hecho de tu noche, la más inolvidable de todas ;)

A mi tampoco me gusta la oscuridad demasiado, y más estando sola.

Un beso.

Uno dijo...

Se empieza por ahí, usando el movil como linterna y se acaba mandando sms para saber que está haciendo en este mismo momento Andreita, la hija de la Estebán y si se ha comido todo el pollo.

Muy bien contada la historia, pero que muy bien.

Zimbagüe dijo...

Me creo que no tengas móvil (siendo tu, no me extraña), pero eso de que no sepas "manejarlos", ya es dudoso. ¿No séra que nunca lo has intentado?

Cuidado con lo que lees por las noches, que luego, pasa lo que pasa ;)

Un beso.

Luna Azul dijo...

Pues en este caso el móvil lo hubiera usado para pedir que venga alguien a hacerme compañía.
Uffff por si acaso.
Un abrazo y feliz semana

La Frufrú dijo...

Esas formas raras que aparecen en la noche, yo también las he visto, será que las que imaginamos más de la cuenta tenemos una sensibilidad especial para captar "otros seres". Seres inexistentes por otra partes, Daniela querida, los fantasmas no existen. Solo son majaderías de nuestra mente.

Un beso.

Pd: si esto tenía que pasarte para valorar más las cosas necesarias (móvil) :)

Daniela Haydee dijo...

Gracias a todos por vuestros comentarios. Algunas de las sugerencias es probable que las ponga en práctica :)