Era la primera vez que quedábamos. La cita la organizó una amiga, que en las últimas semanas no había dejado de hablarme de él y de su interés hacia mí, nacido en un encuentro casual del que ambos salimos prendado del otro.
No siendo dada a las citas medio a ciegas, una nota manuscrita de su puño y letra, la insistencia de mi amiga para que le diera una oportunidad, y ese halo misterioso – morboso que envolvía la situación, fueron factores decisivos para que aceptara reunirme con un atardecer otoñal.
El contacto visual fue excelente, el gestual extraordinario, me gustaba más de lo que podía haber imaginado y todo iba bien hasta que de pronto tomó mi mano entre las suyas.
-¡Ah! ¿No es cierto ángel de amor, que en esta apartada orilla, más pura la luna brilla y se respira mejor?
-Pues la verdad es que…
-Esta aura que vaga, llena de los sencillo olores, de las campesinas flores, que brota esa orilla amena; esa agua limpia y serena que atraviesa sin temor la barca del pescador, que espera cantando el día, ¿no es cierto paloma mía, que están respirando amor?
Me deshice de sus manos para ajustárme el abrigo, simulando tener frío.
-Esa armonía que el viento recoge entre esas millares de floridos olivares, que agita con manso aliento; ese dulcísimo acento, con que trina el ruiseñor de sus copas morador, llamando al cercano día, ¿no es verdad gacela mía, que están respirando amor?
Después de llamarme por dos veces ave, la sangre me hervía. Intenté romper el soliloquio al que me sometía, respondiendo a su retoricismo, pero sus pausas eran imperceptibles.
-Y estas palabras que están filtrando insensible tu corazón, ya pendiente de los labios de don Juan, y cuyas ideas van inflando en su interior un fuego germinador, no encendido todavía, ¿no es verdad, estrella mía, que están respirando amor?
¿¡Don Juan!? Inmerso en la pedantería, decidí actuar, teniendo muy claro que tanta verborrea no era más que una táctica para que nos metiéramos detrás de los arbustos y entrar en calor juntos. Si fingía corresponderle, viéndose abrumado por el compromiso del que los hombres rehúyen como de la peste en las primeras citas, cejaría en su empeño de profanar mi cuerpo con engatusamiento.
-Y esas dos líquidas perlas que…
-Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!, que no podré resistir mucho tiempo sin morir, tan nunca sentido afán –Puse mi mano sobre la frente aparentando desesperación-. ¡Ah callad, por compasión, que oyéndoos me parece que mi cerebro enloquece y se arde mi corazón. ¡Ah! Me habéis dado a beber un filtro infernal sin duda, que a rendiros os ayuda la virtud de la mujer –En su cara se reflejaba la perplejidad-. Tal vez poseéis, don Juan, un misterioso amuleto que a vos me atrae en secreto como irresistible imán…
-Inés yo…
-¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí! sino caer en vuestros brazos si el corazón en pedazos me vais robando de aquí –Esa vez fui yo quien le cogió una de sus manos sudorosas y la acerqué a mi mejilla -.No, don Juan, en poder mío resistirte no está ya: yo voy a ti, como va sorbido al mar ese rio. Tu presencia me enajena, tus palabras me alucinan y tus ojos me fascinan, y tu aliento me envenena. ¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro de tu hidalga compasión, o arráncame el corazón o ámame, porque te adoro…
Con expresión contraída, mete las manos en los bolsillos y me mira con escepticismo.
-¡Silencio! ¿Habéis escuchado?
No, pero campanas celestiales replicaban en mi cabeza.
-¿Qué?
-Sí, una barca ha atracado… -se levantó del banco que ocupábamos en el parque, a orillas del lago -.Un hombre embozado de ella salta… Será el guarda camuflado… Debo irme ya… Perdonad, Inés bella.
-¿Tardarás?
-Poco ha de ser.
Y me dejó allí mismo, sola en medio de la noche en un parque con un supuesto enmascarado que no debía encontrarle.
Al poco tiempo me fui a vivir al norte, con un hombre de carne y hueso, y no un fantasma con bigote y perilla. A mis oídos llegaron, que durante una época fue diciendo que yo era una monja y que cuando me rechazó, me suicidé por no soportar vivir sin su presencia…
Lo último que supe de él, es que lo encontraron muerto en un cementerio, apestando a alcohol, delante del busto de una virgen.
6 comentarios:
Ja,ja, ja
Qué prepotente el tal don Juan, ese, eso sí, antes de pasar a mejor vida, lo dejó todo bien escrito para que todos no enteráramos firmando con pseudónimo.
Besos
PD: ¿Quien soy?
Las citas a ciegas o medio ciegas son peligrosas... te puedes encontrar cada cosa.
Ese Don Juan no parecia un muchacho noble y decente, sino un holgazan borrachuzo e indecente.
Un suerte que esa barca llegase, una verdadera suerte.
Saludos
Enhorabuena. Muy buena historia. Eso sí que es una revisión del mito y lo demás tontería.
Saludos desde el sur del sur.
Si es que el mundo está lleno de de Don Juanes de pacotilla y cartón-piedra.
En Macondo no hay Don Juanes de ese tipo...
un saludo :-)
Poca sensibilidad por parte de Inés, el muchacho al menos lo estaba intentado,puede que queriendo empezar la casa por el tejado, pero que más da si al final acaban viviendo en ella juntos.
Ahora ya nunca sabremos lo que hubiera sucecido si Inés se hubiera dejado llevar detrás de los martorrales...
Besos.
ANONIMO: Aunque te escondas detrás del anonimato, te reconocería de entre un millón, ideal mio.
Eso de contarlo todo, es muy típico de algunos don juanes, aunque la mayoría de las veces, se trata más de fantasía que de realidad.
Un beso, seas quien seas.
UNO: Una suerte para Juan, porque de no ser así, Inés desquiciada se violenta y lo ahoga en el lago. Mujer de armas tomar.
Saludos.
BREUIL: Gracias por tu benevolencia. Las historias varían en función de quien las escriba. en que momento de su vida lo haga Don Juan no sería nadie sin la figura de Doña Inés.
Saludos de una nordesteña.
AURELIO BUENDÍA: En Macondo todo es distinto ¿Cómo son sus don Juanes?
Un saludó ;)
LA FRUFRÚ: Obviamente a Inés no le atraía tanto como para yacer junto a él, de lo contrario, no le hubieran hecho falta unos matorrales a la muy exhibicionista.
En esto, estoy totalmente con la doñita, porque el doñito me produce desconfianza.
Un beso.
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