Para combatir la presumible audiencia, de una sonada entrevista al ex –alcalde de una tonadillera, que saca colmillos aconsejado por la del “canto jondo”, con el objetivo de hacer el acto sexual con la prensa, o algo así…, otra cadena privada trae a un programa al primer hombre embarazado (que se sepa), nuevamente en estado de gestación.
Frente al feliz papá de ojos rasgados, expresión serena y sonrisa conciliadora, propia de personas sencillas, se sientan un presentador de inteligencia ausente, cuyas palabras pronunciadas resultan apocalípticas, y cinco periodistas (a cual más “rarito”) con “dos o tres patadas en la cabeza” como poco, causantes de la brillantez de sus intervenciones.
Tras el resumen de la vida del invitado en una introducción sensacionalista acompañada de imágenes del tipo... “Nació mujer, siguió un proceso hormonal para conseguir su sueño, que vio cumplido cuando se practicó una mastectomía, pero conservó sus órganos femeninos para ser padre…”, empieza la retahíla de preguntas, fruto de inquietudes periodísticas.
-¿Cómo se siente un padre, cuando por fin tiene a su hijo entre los brazos?
“Como se sentiría cualquier padre o madre que tiene lo que más ansia a su lado”
El entrevistado obvia el alto grado de estupidez de la pregunta y se limita a responder educadamente.
En el plató, los presentes fingen una actitud de naturalidad, que según va transcurriendo la noche no pueden mantener blindada. La periodista gritona se remueve en el asiento cuando oye que fue inseminado por su esposa, después de haber acudido a un banco de donantes, con una jeringuilla.
-¿Cómo te inseminó tu mujer?
Su compañero de pupitre, que al menos pedía prestado los apuntes cuando no iba a clase, le explica por lo bajito: “se pone el sem…”. El presentador, con lista de prioridades distorsionada, creyendo que no le enfoca el cámara (que en realidad está deseando pillarle en un renuncio), hace señales al experto sexólogo para que guarde silencio.
“Hasta donde yo sé, cada uno/a introduce en su vagina lo que le apetece, y si lo hace en el momento propicio, a lo mejor sale un niño”
La de la vena hinchada con aires de flamenca, hace una aportación inestimable al periodismo más genuino
-Cuando te mirabas en el espejo desnudo, con la barriga y los pechos gordos, ¿no te dabas asco?
“Mandan varias docenas de eggs, que esto lo pregunte una madre, tiene delito, pero que además insista en ello después de que le aclaren que el pecho no crece cuando se extirpan las mamas, es de mujer aventajada en lindes desconocidas.
El pecho le creció a la mujer, del infinitamente paciente, invitado. Todos se alborotan en sus sillas, cuan perro con pulgas.
-¿Qué el pecho le creció a tu mujer durante tu embarazo?
Tantos años ejerciendo de cardiólogos cotillas, que al resto del cuerpo lo tienen olvidado. Lactancia inducida… No ocurre con frecuencia, pero la posibilidad de que una mujer produzca leche sin haber estado en cinta existe (Ciencias Naturales, 7º de E.G.B, del siglo pasado).
El embrión de once semanas, se pega cabezazos contra el cordón umbilical dentro del vientre de su papá, que encaja las impertinencias de los presentes sin que su sonrisa desaparezca de su cara.
Llega el turno del que tira los tejos al presentador pelo pincho (por si éste un día se confunde), de disipar todo tipo de dudas sobre la sexualidad del entrevistado.
-Las relaciones con tu mujer, ¿son de hombre a mujer o cómo son?
“No, de gallifante a gallifante, que resulta más morboso por lo de la dualidad”
Animado por el tema, el rubiales teñido continua.
-¿Cómo son tus partes?
“Probablemente tan apermanentadas como las tuyas…”
No contentos con sus genialidades, ponen al santo varón una encuesta, en la que se les pregunta a señoras de la edad de Matusalem, qué les parece que un hombre esté embarazado, y éstas, despavoridas, sueltan todo tipo de barbaridad por su boca sin cuidar las formas, consecuencia de una educación de mente estrecha…
Cambié al canal de la entrevista estrella, ya que la estrellada, había acabado con mi dosis de benevolencia diaria y mientras miraba al que aspira a hacer una orgia con los Licenciados en periodismo, me preguntaba, ¿serán postizos?
30 noviembre 2008
23 noviembre 2008
Lo que sé, sobre lo que desconocía
Relatan que Cata se enamoró de Quique, el hermano de su difunto marido, cuando salían en pandilla siendo ambos muy jóvenes. Quique (que por entonces buscaba mujer seria para formar una familia, que además se ocupara de la casa y de tener preparado el plato de comida caliente encima de la mesa, cuando llegara cansado del arduo trabajo de todos los días), encontró en su cuñada a la candidata perfecta (pues Sarah Palin permanecía suspendida en la nada) para sus fines.
Mujeriego por naturaleza, su condición de hombre casado no era incompatible con el placer que mujeres de moral distraída le proporcionaban, fascinadas por sus músculos de Schwarzenegger.
Cata, que los pelos que tenía no eran de tonta, sospechaba que su marido, aquejado de fuertes jaquecas en los últimos tiempos, alternaba con mujeres de pensamiento libre y cuerpos dispuestos, sufriendo en silencio (como sólo se pueden sufrir las hemorroides cuando no se comparten con un confidente) su amargura.
Teniendo su hija Mari edad suficiente para ir a preescolar, contrataron a una asistenta que ayudara a Cata en las tareas domésticas y así dispusiera de más tiempo para hacer ganchillo.
Ana, Licenciada en Turismo, era joven, muy guapa y dominaba tantas lenguas como países había visitado, lo que hizo que Quique pronto sucumbiera a los encantos de la muchacha, de forma distinta a como lo habría hecho ante cualquier mujer que no fuera ella, por lo que debía emplear otros métodos para conquistarla. Así, empezó a dejarle notas con versos escritos colgados de la pared o en el interior de los armarios, con la precaución de que Cata no las encontrara y se hiciera ilusiones sobre el fuego de la chimenea.
Al principio Ana se mostraba desconfiada y altiva, pero paulatinamente fue predisponiéndose hacia Quique, hasta que transcurridos unos meses, no pudo ocultar más tiempo que estaba enamorada de su jefe, y en un encuentro fortuito en el aseo se lo comunicó.
-He luchado contra un sentimiento que gustosa recrearía en ti, y que en la distancia seguiré padeciendo, pues no soy mujer de segundos platos. Decide si deseas para nosotros el platonismo que conocemos, o la consagración de nuestro amor en actos que ignoramos.
Quique no tomó más de dos instantes en decidir ponerle fin a su casorio con Cata, y esa misma tarde, interpuso la demanda de divorcio en el juzgado número uno de su pueblo.
Obtenida la nulidad eclesiástica (las cosas bien hechas, bien parecen), Quique y Ana se casaron, tuvieron a la bebita Isa, y como todo lo fugaz con cimientos inciertos sobre tierra poco firme, los días felices pasaron. Llegaron las desavenencias; las discusiones; los rumores malintencionados; la falta de confianza y el arrepentimiento de ella por dejarse seducir, hasta el punto de perder la cabeza por un hombre.
Quique se volvió a casar de nuevo con Jenny, (sabido es por muchos que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra), y después de enviudar tras el alumbramiento de su hijo Edu por parte de su tercera esposa, reincidente, contrajo matrimonio con Anita, mujer pudiente que aumentaría sus bienes, pero cuyas marcas de varicela mal tratada, le alejaron de su marido, encontrando éste en los brazos de Cata H. un matrimonio más que le facilitara el camino hacia el record Guiness. Enterado de las infidelidades de su esposa, determinó cortar por lo sano... una vez más.
Haciendo borrón y cuenta nueva, concluyó su peregrinaje hacia el lado femenino con la tercera Cata (P) que en matrimonio se unió, y debido a que su vida se acabó antes de formalizar una tesis sobre “El comportamientos de la mujer en el matrimonio”.
Convencida de que para entender el presente hay que conocer el pasado, veo en sesión intensiva la primera temporada de Los Tudor, y cuando los títulos de créditos aparecen al finalizar el último capítulo, soy experta en chismorreos de palacio, y sé un poquito menos de Historia, y es que ésta varia, dependiendo de quién la cuenta, como la interpretes y como la trasmitas.
Mujeriego por naturaleza, su condición de hombre casado no era incompatible con el placer que mujeres de moral distraída le proporcionaban, fascinadas por sus músculos de Schwarzenegger.
Cata, que los pelos que tenía no eran de tonta, sospechaba que su marido, aquejado de fuertes jaquecas en los últimos tiempos, alternaba con mujeres de pensamiento libre y cuerpos dispuestos, sufriendo en silencio (como sólo se pueden sufrir las hemorroides cuando no se comparten con un confidente) su amargura.
Teniendo su hija Mari edad suficiente para ir a preescolar, contrataron a una asistenta que ayudara a Cata en las tareas domésticas y así dispusiera de más tiempo para hacer ganchillo.
Ana, Licenciada en Turismo, era joven, muy guapa y dominaba tantas lenguas como países había visitado, lo que hizo que Quique pronto sucumbiera a los encantos de la muchacha, de forma distinta a como lo habría hecho ante cualquier mujer que no fuera ella, por lo que debía emplear otros métodos para conquistarla. Así, empezó a dejarle notas con versos escritos colgados de la pared o en el interior de los armarios, con la precaución de que Cata no las encontrara y se hiciera ilusiones sobre el fuego de la chimenea.
Al principio Ana se mostraba desconfiada y altiva, pero paulatinamente fue predisponiéndose hacia Quique, hasta que transcurridos unos meses, no pudo ocultar más tiempo que estaba enamorada de su jefe, y en un encuentro fortuito en el aseo se lo comunicó.
-He luchado contra un sentimiento que gustosa recrearía en ti, y que en la distancia seguiré padeciendo, pues no soy mujer de segundos platos. Decide si deseas para nosotros el platonismo que conocemos, o la consagración de nuestro amor en actos que ignoramos.
Quique no tomó más de dos instantes en decidir ponerle fin a su casorio con Cata, y esa misma tarde, interpuso la demanda de divorcio en el juzgado número uno de su pueblo.
Obtenida la nulidad eclesiástica (las cosas bien hechas, bien parecen), Quique y Ana se casaron, tuvieron a la bebita Isa, y como todo lo fugaz con cimientos inciertos sobre tierra poco firme, los días felices pasaron. Llegaron las desavenencias; las discusiones; los rumores malintencionados; la falta de confianza y el arrepentimiento de ella por dejarse seducir, hasta el punto de perder la cabeza por un hombre.
Quique se volvió a casar de nuevo con Jenny, (sabido es por muchos que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra), y después de enviudar tras el alumbramiento de su hijo Edu por parte de su tercera esposa, reincidente, contrajo matrimonio con Anita, mujer pudiente que aumentaría sus bienes, pero cuyas marcas de varicela mal tratada, le alejaron de su marido, encontrando éste en los brazos de Cata H. un matrimonio más que le facilitara el camino hacia el record Guiness. Enterado de las infidelidades de su esposa, determinó cortar por lo sano... una vez más.
Haciendo borrón y cuenta nueva, concluyó su peregrinaje hacia el lado femenino con la tercera Cata (P) que en matrimonio se unió, y debido a que su vida se acabó antes de formalizar una tesis sobre “El comportamientos de la mujer en el matrimonio”.
Convencida de que para entender el presente hay que conocer el pasado, veo en sesión intensiva la primera temporada de Los Tudor, y cuando los títulos de créditos aparecen al finalizar el último capítulo, soy experta en chismorreos de palacio, y sé un poquito menos de Historia, y es que ésta varia, dependiendo de quién la cuenta, como la interpretes y como la trasmitas.
“Crees conocer una Historia, pero sólo sabes cómo termina… Para llegar al núcleo de la
Historia, tienes que volver al principio…”
(Guionistas de Los Tudor).
16 noviembre 2008
En tierra extraña
En una de esas vueltas de peonza que da la vida, salí despedida hacia otras tierras, con costumbres nada habituales allí de donde procedo.
Sus gentes tienen un aspecto muy saludable (mofletudos), pues su gastronomía goza de un alto contenido calórico. Morcillas, chorizos, lomos, solomillos, al más puro estilo casero, cuelgan de los techos de cocinas matanceras en toda casa que se tercie. Los lugareños compran un cerdito nan (enano), lo alimentan con las sobras de las comidas durante un año, y cuando el pobre cree (porque no sólo rumia, también tiene pensamiento profundo) que su vida será tan buena como la del difunto porquet (puerquecito) vietnamita de George Clooney, lo ejecutan al llegar el invierno… A saber a cuantos amigos habré abandonado en la taza del váter, tras un proceso descendente de mi naturaleza.
La elegancia en la vestimenta es evidente. Lejos de mi chándal y mis zapatillas de felpa, las féminas barren la puerta de la calle, o van a tirar la basura, ataviadas con trajes chaquetas; perlas alrededor del cuello; pendientes brillantes de bisutería en las orejas y como toque distintivo, “enlacan” sus cabellos, para que con el movimiento propio de una conversación establecida con la primera persona que se cruza en sus caminos, no les traicione un solo pelo y se salga de sitio.
Hombres y mujeres se cortejan siguiendo un curioso ritual ancestral… El “macho” aborda a la “hembra”, pronunciando las palabras claves, para que ésta intuya las intenciones del primero: “Te invito a tomar un café”. Si la “hembra” está receptiva, aceptará el cortejo y tendrá lugar el segundo asalto: el “macho” pide una cita a la “hembra”, cuyos sueños de niña se materializan en ese instante… Yo soñaba con ser escritora, pero me he quedado en escribiente.
Del transcurso de ese encuentro, surge la petición de mano, ya que finalidad de ellos y ellas es el matrimonio… ¡Sorprendente!
La ceremonia (normalmente religiosa, salvo que los contrayentes vayan de “progres” y se lleven al oficiante a un lago, en la búsqueda desesperada del romanticismo), se celebra ante una multitud portadora de todo el oro de sus hogares (y prestado también), que cubre cada milímetro de piel. Las “muchachas” lucen como Sisí emperatriz y los “muchachos” como su partner, Francisco José I… Llegados a este punto, me doy cuenta de lo absurdas que eran mis consideraciones respecto al amor, al que pensaba que no había que amarrar con lazos burocráticos, por si se acababa, dejarlo volar libremente sin necesidad de deshacer lo hecho, pero resulta mucho más rentable casarse en régimen de bienes gananciales y sacar buena “tajá”, del contrato firmado en su día, como recompensa al martirio padecido durante la supervivencia.
Por estos lares, la religión tiene un papel fundamental en todo evento transcendental en la existencia humana (según percepciones eclesiásticas), distinguiéndose dos modos operativos; en el primero, el personal cualificado por la Iglesia (curas), ofician actos en la casa de Dios (que es la de todos, de 8 de la mañana a 9 de la noche, ininterrumpidamente), con la deferencia para con los feligreses, de no añadirles el I.V.A a los precios “manejados”; y en la segunda variante, el “profesional” se desplaza a impartir sus bendiciones allí donde es reclamado, con las dietas pagadas… Siempre en beneficio del prójimo, por supuesto.
Cuan E.T. descubriendo la Tierra, veo la vida con los ojos de un extraterrestre. Observo todo cuanto ocurre a mí alrededor; me relaciono con terrícolas; aprendo lo que no sabía, pero sobre todo, si algo bueno tiene vivir lejos de Marte, es haber nacido allí.
Sus gentes tienen un aspecto muy saludable (mofletudos), pues su gastronomía goza de un alto contenido calórico. Morcillas, chorizos, lomos, solomillos, al más puro estilo casero, cuelgan de los techos de cocinas matanceras en toda casa que se tercie. Los lugareños compran un cerdito nan (enano), lo alimentan con las sobras de las comidas durante un año, y cuando el pobre cree (porque no sólo rumia, también tiene pensamiento profundo) que su vida será tan buena como la del difunto porquet (puerquecito) vietnamita de George Clooney, lo ejecutan al llegar el invierno… A saber a cuantos amigos habré abandonado en la taza del váter, tras un proceso descendente de mi naturaleza.
La elegancia en la vestimenta es evidente. Lejos de mi chándal y mis zapatillas de felpa, las féminas barren la puerta de la calle, o van a tirar la basura, ataviadas con trajes chaquetas; perlas alrededor del cuello; pendientes brillantes de bisutería en las orejas y como toque distintivo, “enlacan” sus cabellos, para que con el movimiento propio de una conversación establecida con la primera persona que se cruza en sus caminos, no les traicione un solo pelo y se salga de sitio.
Hombres y mujeres se cortejan siguiendo un curioso ritual ancestral… El “macho” aborda a la “hembra”, pronunciando las palabras claves, para que ésta intuya las intenciones del primero: “Te invito a tomar un café”. Si la “hembra” está receptiva, aceptará el cortejo y tendrá lugar el segundo asalto: el “macho” pide una cita a la “hembra”, cuyos sueños de niña se materializan en ese instante… Yo soñaba con ser escritora, pero me he quedado en escribiente.
Del transcurso de ese encuentro, surge la petición de mano, ya que finalidad de ellos y ellas es el matrimonio… ¡Sorprendente!
La ceremonia (normalmente religiosa, salvo que los contrayentes vayan de “progres” y se lleven al oficiante a un lago, en la búsqueda desesperada del romanticismo), se celebra ante una multitud portadora de todo el oro de sus hogares (y prestado también), que cubre cada milímetro de piel. Las “muchachas” lucen como Sisí emperatriz y los “muchachos” como su partner, Francisco José I… Llegados a este punto, me doy cuenta de lo absurdas que eran mis consideraciones respecto al amor, al que pensaba que no había que amarrar con lazos burocráticos, por si se acababa, dejarlo volar libremente sin necesidad de deshacer lo hecho, pero resulta mucho más rentable casarse en régimen de bienes gananciales y sacar buena “tajá”, del contrato firmado en su día, como recompensa al martirio padecido durante la supervivencia.
Por estos lares, la religión tiene un papel fundamental en todo evento transcendental en la existencia humana (según percepciones eclesiásticas), distinguiéndose dos modos operativos; en el primero, el personal cualificado por la Iglesia (curas), ofician actos en la casa de Dios (que es la de todos, de 8 de la mañana a 9 de la noche, ininterrumpidamente), con la deferencia para con los feligreses, de no añadirles el I.V.A a los precios “manejados”; y en la segunda variante, el “profesional” se desplaza a impartir sus bendiciones allí donde es reclamado, con las dietas pagadas… Siempre en beneficio del prójimo, por supuesto.
Cuan E.T. descubriendo la Tierra, veo la vida con los ojos de un extraterrestre. Observo todo cuanto ocurre a mí alrededor; me relaciono con terrícolas; aprendo lo que no sabía, pero sobre todo, si algo bueno tiene vivir lejos de Marte, es haber nacido allí.
09 noviembre 2008
Masonería
Tengo alma masona y no lo he sabido hasta que Obama ha ganado las elecciones en Estados Unidos (Yes, We Can).
Informaciones procedentes de aquellos lares, hablan de la expectación creada entorno a la toma de posesión del nuevo presidente, ya que se espera que su saludo esclarezca la sospecha generalizada, de que pertenece a una logia masona, así como a que jure su cargo sobre una biblia de la misma organización, como ya hiciera el propio Bush años “a”, aunque más que por masón, por manso, al olvidársele el librito bíblico sobre el que debía blasfemar la primera vez que lo hizo.
Me “inicio” en el tema gestual, desde sus orígenes, la Masonería, que no es más que una formación filantrópica y filosófica, en búsqueda de la verdad y dispuesta a fomentar el desarrollo intelectual y moral del homo sapiens, aparecida a finales del siglo XVII.
Lejos de tratarse de una secta, por esas estructuras en que sus miembros se dividen dependiendo del grado adquirido o por los rituales practicados, los masones fueron perseguidos por temerosos a perder el poder y control de los países que gobernaban.
Lejos de tratarse de una secta, por esas estructuras en que sus miembros se dividen dependiendo del grado adquirido o por los rituales practicados, los masones fueron perseguidos por temerosos a perder el poder y control de los países que gobernaban.
Es entonces cuando nace la comunicación sorda entre sus miembros, el diálogo simbólico a través de gestos, y es ahí donde descubro mi verdadera naturaleza, y la secreta comunicación que mantengo con otros masones sin ser consciente de ello. Ajustarse las gafas a la cara por la patilla; cogerse el cuello cuando nos duele al tragar en un proceso infeccioso; apoyar la mano sobre la barbilla; pedir un donuts con el dedo orientado hacia el cielo, como en el anuncio; o dejar descansar una mano sobre el pecho a lo Napoleón Bonaparte, significa mucho más que lo que creemos, y es que a buen entendedor pocas palabras.
Haga lo que haga Obama en enero, bajo miles de ojos escrutiñadores, siempre habrá quien piense, que su carisma se debe a factores externos que tratará de desvelar, aunque masón o no, mientras no ponga los pies sobre una mesita de centro en un rancho, todo irá bien.
02 noviembre 2008
La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad
Era la primera vez que quedábamos. La cita la organizó una amiga, que en las últimas semanas no había dejado de hablarme de él y de su interés hacia mí, nacido en un encuentro casual del que ambos salimos prendado del otro.
No siendo dada a las citas medio a ciegas, una nota manuscrita de su puño y letra, la insistencia de mi amiga para que le diera una oportunidad, y ese halo misterioso – morboso que envolvía la situación, fueron factores decisivos para que aceptara reunirme con un atardecer otoñal.
El contacto visual fue excelente, el gestual extraordinario, me gustaba más de lo que podía haber imaginado y todo iba bien hasta que de pronto tomó mi mano entre las suyas.
-¡Ah! ¿No es cierto ángel de amor, que en esta apartada orilla, más pura la luna brilla y se respira mejor?
-Pues la verdad es que…
-Esta aura que vaga, llena de los sencillo olores, de las campesinas flores, que brota esa orilla amena; esa agua limpia y serena que atraviesa sin temor la barca del pescador, que espera cantando el día, ¿no es cierto paloma mía, que están respirando amor?
Me deshice de sus manos para ajustárme el abrigo, simulando tener frío.
-Esa armonía que el viento recoge entre esas millares de floridos olivares, que agita con manso aliento; ese dulcísimo acento, con que trina el ruiseñor de sus copas morador, llamando al cercano día, ¿no es verdad gacela mía, que están respirando amor?
Después de llamarme por dos veces ave, la sangre me hervía. Intenté romper el soliloquio al que me sometía, respondiendo a su retoricismo, pero sus pausas eran imperceptibles.
-Y estas palabras que están filtrando insensible tu corazón, ya pendiente de los labios de don Juan, y cuyas ideas van inflando en su interior un fuego germinador, no encendido todavía, ¿no es verdad, estrella mía, que están respirando amor?
¿¡Don Juan!? Inmerso en la pedantería, decidí actuar, teniendo muy claro que tanta verborrea no era más que una táctica para que nos metiéramos detrás de los arbustos y entrar en calor juntos. Si fingía corresponderle, viéndose abrumado por el compromiso del que los hombres rehúyen como de la peste en las primeras citas, cejaría en su empeño de profanar mi cuerpo con engatusamiento.
-Y esas dos líquidas perlas que…
-Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!, que no podré resistir mucho tiempo sin morir, tan nunca sentido afán –Puse mi mano sobre la frente aparentando desesperación-. ¡Ah callad, por compasión, que oyéndoos me parece que mi cerebro enloquece y se arde mi corazón. ¡Ah! Me habéis dado a beber un filtro infernal sin duda, que a rendiros os ayuda la virtud de la mujer –En su cara se reflejaba la perplejidad-. Tal vez poseéis, don Juan, un misterioso amuleto que a vos me atrae en secreto como irresistible imán…
-Inés yo…
-¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí! sino caer en vuestros brazos si el corazón en pedazos me vais robando de aquí –Esa vez fui yo quien le cogió una de sus manos sudorosas y la acerqué a mi mejilla -.No, don Juan, en poder mío resistirte no está ya: yo voy a ti, como va sorbido al mar ese rio. Tu presencia me enajena, tus palabras me alucinan y tus ojos me fascinan, y tu aliento me envenena. ¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro de tu hidalga compasión, o arráncame el corazón o ámame, porque te adoro…
Con expresión contraída, mete las manos en los bolsillos y me mira con escepticismo.
-¡Silencio! ¿Habéis escuchado?
No, pero campanas celestiales replicaban en mi cabeza.
-¿Qué?
-Sí, una barca ha atracado… -se levantó del banco que ocupábamos en el parque, a orillas del lago -.Un hombre embozado de ella salta… Será el guarda camuflado… Debo irme ya… Perdonad, Inés bella.
-¿Tardarás?
-Poco ha de ser.
Y me dejó allí mismo, sola en medio de la noche en un parque con un supuesto enmascarado que no debía encontrarle.
Al poco tiempo me fui a vivir al norte, con un hombre de carne y hueso, y no un fantasma con bigote y perilla. A mis oídos llegaron, que durante una época fue diciendo que yo era una monja y que cuando me rechazó, me suicidé por no soportar vivir sin su presencia…
Lo último que supe de él, es que lo encontraron muerto en un cementerio, apestando a alcohol, delante del busto de una virgen.
No siendo dada a las citas medio a ciegas, una nota manuscrita de su puño y letra, la insistencia de mi amiga para que le diera una oportunidad, y ese halo misterioso – morboso que envolvía la situación, fueron factores decisivos para que aceptara reunirme con un atardecer otoñal.
El contacto visual fue excelente, el gestual extraordinario, me gustaba más de lo que podía haber imaginado y todo iba bien hasta que de pronto tomó mi mano entre las suyas.
-¡Ah! ¿No es cierto ángel de amor, que en esta apartada orilla, más pura la luna brilla y se respira mejor?
-Pues la verdad es que…
-Esta aura que vaga, llena de los sencillo olores, de las campesinas flores, que brota esa orilla amena; esa agua limpia y serena que atraviesa sin temor la barca del pescador, que espera cantando el día, ¿no es cierto paloma mía, que están respirando amor?
Me deshice de sus manos para ajustárme el abrigo, simulando tener frío.
-Esa armonía que el viento recoge entre esas millares de floridos olivares, que agita con manso aliento; ese dulcísimo acento, con que trina el ruiseñor de sus copas morador, llamando al cercano día, ¿no es verdad gacela mía, que están respirando amor?
Después de llamarme por dos veces ave, la sangre me hervía. Intenté romper el soliloquio al que me sometía, respondiendo a su retoricismo, pero sus pausas eran imperceptibles.
-Y estas palabras que están filtrando insensible tu corazón, ya pendiente de los labios de don Juan, y cuyas ideas van inflando en su interior un fuego germinador, no encendido todavía, ¿no es verdad, estrella mía, que están respirando amor?
¿¡Don Juan!? Inmerso en la pedantería, decidí actuar, teniendo muy claro que tanta verborrea no era más que una táctica para que nos metiéramos detrás de los arbustos y entrar en calor juntos. Si fingía corresponderle, viéndose abrumado por el compromiso del que los hombres rehúyen como de la peste en las primeras citas, cejaría en su empeño de profanar mi cuerpo con engatusamiento.
-Y esas dos líquidas perlas que…
-Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!, que no podré resistir mucho tiempo sin morir, tan nunca sentido afán –Puse mi mano sobre la frente aparentando desesperación-. ¡Ah callad, por compasión, que oyéndoos me parece que mi cerebro enloquece y se arde mi corazón. ¡Ah! Me habéis dado a beber un filtro infernal sin duda, que a rendiros os ayuda la virtud de la mujer –En su cara se reflejaba la perplejidad-. Tal vez poseéis, don Juan, un misterioso amuleto que a vos me atrae en secreto como irresistible imán…
-Inés yo…
-¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí! sino caer en vuestros brazos si el corazón en pedazos me vais robando de aquí –Esa vez fui yo quien le cogió una de sus manos sudorosas y la acerqué a mi mejilla -.No, don Juan, en poder mío resistirte no está ya: yo voy a ti, como va sorbido al mar ese rio. Tu presencia me enajena, tus palabras me alucinan y tus ojos me fascinan, y tu aliento me envenena. ¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro de tu hidalga compasión, o arráncame el corazón o ámame, porque te adoro…
Con expresión contraída, mete las manos en los bolsillos y me mira con escepticismo.
-¡Silencio! ¿Habéis escuchado?
No, pero campanas celestiales replicaban en mi cabeza.
-¿Qué?
-Sí, una barca ha atracado… -se levantó del banco que ocupábamos en el parque, a orillas del lago -.Un hombre embozado de ella salta… Será el guarda camuflado… Debo irme ya… Perdonad, Inés bella.
-¿Tardarás?
-Poco ha de ser.
Y me dejó allí mismo, sola en medio de la noche en un parque con un supuesto enmascarado que no debía encontrarle.
Al poco tiempo me fui a vivir al norte, con un hombre de carne y hueso, y no un fantasma con bigote y perilla. A mis oídos llegaron, que durante una época fue diciendo que yo era una monja y que cuando me rechazó, me suicidé por no soportar vivir sin su presencia…
Lo último que supe de él, es que lo encontraron muerto en un cementerio, apestando a alcohol, delante del busto de una virgen.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)