21 diciembre 2006

Se habían ido a dormir sin mediar palabra, aunque ninguno de los dos había dormido en toda la noche. Él se levantó antes que ella, como todas las mañanas, para dirigirse a su trabajo. Antes de salir de la habitación se arrodilló delante de ella, que se fingía dormida, y depositó un beso sobre su frente, luego abandonó la estancia. Una lágrima rodó por la mejilla de ella, la primera de muchas otras que vendrían luego. Se levantó de la cama, fue hasta el espejo que había encima de la cómoda y al reflejarse en él, por un momento perdió la visión de si misma al aguase sus ojos.
“Ya no soy la misma para él, no reconoce en mi a la mujer de la que se enamoró”.
Durante la comida tampoco se dijeron nada. Sólo había mucho silencio. Silencio y dolor. Sufrimiento. Ella le miraba, y le hablaba secretamente: “te amo”.
Al caer la noche, se dio un largo baño de espuma con sales aromáticas, se perfumó, se peinó durante mucho rato y luego se puso su camisón celeste y la bata del mismo color. Dejó sobre el lado de él la mejor rosa que había encontrado en el jardín y se sentó en la cama mientras le esperaba.
Oyó la puerta de casa cerrarse y a los pocos minutos apareció en la puerta de la habitación.
Él miró la rosa roja y luego la miró a ella. Se echó las dos manos a la cara y empezó a llorar dejándose caer sobre sus rodillas.
-Lo siento.
Ella cogió la rosa y se arrodilló delante de él. Le apartó las manos de la cara y luego le limpió las lágrimas con sus propios dedos. Le obligó a que la mirara a los ojos.
-Sólo quiero que recuerdes aquella noche. Ninguno de los dos somos los de antes, hemos envejecido y se que ya no me parezco a la mujer a la que prometiste amar siempre. Recuerda cuando depositaste una rosa como esta sobre la cama mientras esperabas que yo entrara en la habitación… Llevo el mismo camisón de entonces, me he peinado de la misma forma y mi piel, algo más arrugada, huele del mismo modo; recuerda cuánto nos amábamos y las promesas que nos hicimos; recuerda cada uno de los besos, las caricias…; recuerda aquella noche y cree que es ésta. Olvida lo que harás mañana cuando te levantes y volvamos al ayer hasta que amanezca. Quiero que por unas horas nos reencontremos con aquellos jóvenes que fuimos, que cierres los ojos e imagines que es posible. Sólo por esta vez. Deja que te regale una noche como tú hiciste hace mil años. Voy a creer de verdad que me amas y cuando salga el sol despertaré del sueño, y lo guardaré muy dentro de mí.
Le dio la rosa. Él la cogió y luego le apretó la mano. Juntos caminaron hasta la cama. Como aquella vez, le desabrochó la bata. Ella rodeó su cuello con las manos y fundieron sus cuerpos hasta la eternidad…”

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El tiempo hace mella en todos y en todo y va haciendo que cada vez nos conozcamos menos.

Anónimo dijo...

Que verdad hay en cada una de tus palabras...

Uno dijo...

Prometer amor eterno a alguien es como si una duna se lo promete a otra en el desierto. El deseo, la ilusión existe en ese momento pero también la ceguera de que mañana ellas nos serán iguales o simplente no exisistirán. El amor se debe refundar cada día mientrás sea posible... hay que amar a las personas, no los sentimientos.

Me gustó tu escrito.