04 noviembre 2006
En mi infancia, solía hacerle la misma pregunta a Odon las veces que salíamos a caminar por la noche y nos sentábamos en unas rocas a mitad de camino a contemplar el cielo:
-Odon, ¿la luna llora?
Odon me miraba con una sonrisa dibujada en su rostro, y después decía:
-Mírala bien -fijaba sus ojos en la compañera de la Tierra durante milenios en una pausa que no prolongaba demasiado tiempo-. ¿Qué ves?
-Nada -Era mi respuesta tras auscultar el astro cuidadosamente para que ningún detalle se me pasara por alto.
-Entonces, la luna no llora.
Todos los años fui a caminar con Odon por las noches, y todos los años le hacía la misma pregunta cuando nos deteníamos a mitad de camino a sentarnos en las mismas rocas de siempre para contemplar el cielo:
-Odon, ¿la luna llora?
-Mírala bien -Y con los ojos entrecerrado por la edad apuraba la visión del astro blanco antes de continuar hablando-. ¿Qué ves?
-Veo unos ojos -dije esperando que esa vez Odon satisfaciera la curiosidad de años.
-¿Puedes ver los ojos de la luna?
-Sí, pero no están llorando.
-Entonces, es que la luna no llora aún.
Volví al cabo de muchos lustros de ausencia y cuando salí a caminar por la noche solo, y me detuve en las rocas en que acostumbraba a hacerlo con Odon a mitad de camino para contemplar el cielo, miré el vacio que Odon había dejado y pregunté en voz alta sin esperar respuesta:
-Odon, ¿la luna llora?
-Mírala bien -Oí de nuevo la voz de Odon tan pausada y serena como la recordaba-. ¿Qué ves?
Miré la luna y sonreí.
-Veo unos ojos y unas lágrimas brotar de ellos.
-Entonces, es que la luna llora -me dijo venciendo las fronteras que separan nuestros mundos.
Comprendí en ese momento lo que Odon había intentado explicarme durante años: la respuesta a mi pregunta siempre había estado en mí. Y en un instante también comprendí que el poder estaba en uno mismo, y que no bastaba con desear que ocurriese algo, había que querer que sucediese de verdad, y durante muchos años deseé que la luna llorase, pero hasta que quise que eso suceciera de veras, no vi sus lágrimas.
Cerré los ojos por unos segundos y al abrirlos vi a Odon sentado en el lugar dónde solía hacerlo las veces que salíamos a caminar por las noches y nos deteníamos a mitad de camino a contemplar el cielo. Nos levantamos de las rocas y juntos emprendimos el camino de regreso.
Pd: el otoño me ha traído a la memoria este viejo cuento que escribí hace muchos años, quizás porque esta es la época en la que tendemos a recordar y en la que cierta nostalgia se apodera de nosotros.
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