23 marzo 2008

Primavera


Llego al semáforo de todas las mañanas con el peor de los humores. Si pudiera abofetearme la cara con la suficiente fuerza como para hacerme mucho daño, lo haría en este momento. En la acera hay cuatro personas más esperando a que los coches se detengan. Un yupi trajeado me examina deliberadamente en un recorrido que va desde mis tobillos hasta mi rostro, deteniéndose en la parte intermedia que comprende la zona delimitada entre la clavícula y el estómago. Nos separan dos personas pendientes del cambio de color, tan concentrados en dicho viraje, como los atletas al pistoletazo de salida en una competición.

Miro al auscultador con altivez, casi sintiéndome ofendida por la satisfactoria evaluación a cuya conclusión ha llegado a juzgar por la sonrisa que esboza. De la altivez paso al desprecio cuando nuestras miradas se cruzan, pero el muy insolente no se da por aludido y paso directamente a una mirada impregnada de odio. Justamente en ese instante el semáforo se torna ámbar y luego verde en acciones consecutivas.

El trajeado empieza a caminar adelantándome con la ventaja que le proporcionan dos piernas de zancadas gigantescas. Le sigo por la alfombra a rayas blancas que los vehículos respetan a nuestro paso y le doy alcance como un león sediento de hambre a su presa.
-Oye, tú –le digo con un deje verdulero. Si le había causado buena impresión estoy convencida de que he perdido todo el atractivo que ha visto en mí tras haber abierto la boca-. ¿Crees que puedes mirar a las mujeres de la forma obscena en que lo haces sólo porque la naturaleza las ha favorecido dotándolas de sugerentes virtudes? ¿Acaso te has planteado alguna vez cómo nos sentimos nosotras cada vez que alguien tan patético como tú nos mira de esa forma? ¡Objetos! Así es como nos sentimos. Como si todo lo que hemos conseguido hasta el momento no tuviera sentido porque una mirada indecorosa hace que se desvanezca hasta convertirse en nada. ¡En nada! Y gracias a gestos tan poco afortunados como el tuyo, las consultas psiquiátricas están abarrotadas de mujeres que han decidido darse una oportunidad antes de practicar el vuelo libre desde el tejado de su casa. ¿Te das cuenta hasta qué punto puede hacernos daño un comportamiento primitivo como el tuyo? Te sugiero que la próxima vez que sientas la necesidad de ver cuerpos, lo hagas desde tu casa en la madrugada, estoy segura de que si además las llamas, sabrán agradecértelo.

Le miró por última vez con exasperación antes de retomar de nuevo el camino. En todo mi discurso no ha osado pronunciarse. Me miraba con interés, como si de verdad le importara lo que estaba diciendo, aunque creo que en realidad no era más que una pose improvisada para no descubrirse delante de mí y que yo supiera que le estaba haciendo sentir mal por su aptitud. No es cierto que las mujeres no sintamos objetos cada vez que nos miran, todo depende de la persona que lo haga y de cómo lo haga. A veces podemos incluso llegar a sentir placer al sabernos contempladas, y sin lugar a dudas, la mayoría de las veces arregla nuestros peores días, pero hoy es el primer día de primavera, la gente parece más feliz de lo normal y sus sonrisas me rebasan. Estoy enfadada, muy enfadada y a cualquiera que se atreva a retar mi estado emocional, aunque sea con una mirada, le pongo en su lugar.

-Espera…-Oigo una voz detrás de mí. Quizás piense en disculparse después de todo. Me giro y le miro manteniendo la dureza en mi rostro. No me voy a asolanar porque haga algo que no esperaba y que le hace mejor de lo que pensaba -. ¿Tú también ves los anuncios líneas eróticas en la madrugada?

Aprieto los dientes instintivamente, y si no me abalanzo sobre él es para no darle el gusto de restregarse contra mi cuerpo, pero en milésimas de segundos pienso en mil y una formas de hacerle desaparecer de la faz de la Tierra. Mi cabeza es como una olla express echando humo por las orejas. Le arrancaría la piel lentamente para que sufriera hasta que el dolor le hiciera desmayarse y entonces le afeitaría la cabeza para tatuarle en ella “Soy imbécil”. Cuando empiezo a disfrutar de este pensamiento, me doy cuenta de que me encuentro sola en medio de la calle, con cara de circunstancia y el yupi ha desaparecido. Debería maquinar más deprisa...

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Danielita.

Si ya dicen que la primavera, la sangre altera, y por lo visto a algunas las desquicia... Es mejor que pensar que son así durante todo el año ;)

Besotes.

Anónimo dijo...

Seguro que la "desatada" del relato tiene alergia y por eso está todo el día enfada.

Mirar sí, pero depende de como y el qué...

Besos.

Anónimo dijo...

Hola Daniela.

Muy engreido el yupi, seguro que pensaba que con su mirada la pobre muchacha caería rendida a sus pies.

¡Más heroinas como ellas necesitamos!

Un beso.

Anónimo dijo...

Sólo es un reojo, no hay para tanto.

Un beso.

Anónimo dijo...

A veces miro donde no debo cuando no debo, pero ¡tampoco es para ponerse así!

Un beso,Da.

Uno dijo...

Esta clarísimo... la protagonista iba "mu mal follá".
Ays, que suceptible...

Saludos

Daniela Haydee dijo...

CARLOSIDEAL: preciso, algunos también se alteran, que la primavera llega para todos Carliños.

Besitos.

L: estoy de acuerdo en lo de al alergia y en lo de mirar, como y el que.

Besos.

PD: gracias por tu visita.

LA FRUFRÚ: con mujeres tan genuinas, la incomprensión entre "ellos" crecería, metiéndonos a todas en el mismo saco... ;)

Un beso, Fru.

SOFIA SAAVEDRA: A saber como era el reojo, para que la muchacha se pusiera así...

Besos.

ZIMBAGÜE: ¡Es para mucho más! ;)
Claro, que si miran con esos ojitos tuyos, todo se perdona.

Un beso.

UNO: Algo machista me parece el comentario. Hay más razones que las típicas de siempre, aunque sean poco recurrentes.

Saludos.