10 febrero 2008

Atmósfera


La puerta está entre abierta, la cierro tras de mí para que sepa que he llegado. Me encanta la luz de las velas aromáticas situadas en lugares estratégicos, rompiendo con la ocuscuridad de la casa. Me despojo del abrigo y del bolso y los dejo caer sobre una silla. Por el sonido, creo que han caído al suelo. Los recogeré luego, con el resto de las cosas. Recorro la corta distancia existente entre el vestíbulo y la sala de estar, dónde un perchero con una máscara dorada franquea la entrada.

Sonrió. Luz tenue, misterio… Me gustan los juegos… Estoy a punto de empezar la partida. Mi contricantre me espera al otro lado de la habitación. El clima es casi perfecto.
Con la máscara sobre mi rostro, empujo la puerta y le busco con la mirada. Miro a través de los dos orificios de los ojos con insistencia, pero no le hallo. Sé que está cerca, lo noto, lo siento… Pero aún no quiere que le descubra. Hay velas de colores en el suelo, no son muchas, sólo las suficientes para no ver demasiado, y también las hay sobre una mesa con dos platos… Me acerco a ella.

Tengo sed. Estoy inquieta. Quiero que no alargue más el momento del encuentro. Que lea en mi mente que le espero mientras desespero, que las ganas me pueden, pero esto forma parte de la atmósfera que ha creado para mi, de la que me ha hecho cómplice. Vuelvo a mirar en todas direcciones, pero no aparece… No pienso en nada más que en él y no dejo de hacerlo desde que le conocí, pero esta vez no es igual que las otras. Esta vez él sabe lo que discurre por mi imaginación.

Aparece su mano con una copa antes que él. Está a mis espaldas, invitándome a beber. Respiro su perfume, suave, delicado, como sus manos sobre mis hombros cuando me dan la vuelta para que le mire y yo le admiro. Admiro sus faciones, su piel bronceada, sus ojos de cristal marino, su sonrisa. La misma que esboza para mí en este instante.

Coge mi mano y me conduce a la mesa, dónde cenamos langosta. No tengo hambre, pero sin embargo estoy hambrienta y saboreo cada pedacito de carne blanca que entra en mi boca. No puedo dejar de mirarle. No puede apartar la vista de mí. Este es mi momento. Es el momento que ha escogido para mí, éste y otros que sé que llegaran y que anhelo con exaltación. Jamás conocerá la magnitud del significado que tendrá para mis días, pero este va a ser mi recuerdo, el único que conserve de él cuando me vaya.

No sospecha que no soy la misma que se despertó esta mañana a su lado, sólo trata de hacer feliz a quien cree que conoce muy bien, de impresionarla para que permanezca a su vera, y ella nunca se iría si estuviera en mi pellejo, pero yo sí partiré con mi nuevo cuerpo.

El tiempo transcurre. Cada minuto que se aleja es uno más que no me queda.
Tengo prisa, pero no quiero que se acabe. Al mirarmos comprendo que el resto no es necesario, aunque yo lo desee y él quiera complacerme. Me pierdo mientras me va encontrando y si sigue descubriéndome conocerá mi verdad y mi engaño.

Es un juego, estoy jugando. Apago la llama de las velas una por una, con un soplido ligero.
Ahora sí es posible. Es una noche distinta.
Nunca lo sabrá.
Ya.

Enciendo la luz. Aún no es la hora de levantarme, pero no tengo sueño. Mi marido todavía duerme. Pienso en la noche de ayer y en lo diferente que podría ser todo, pero aunque se lo intentara explicar, nunca lo entendería.
Esta mañana no voy ducharme. Siento sobre mi piel la esencia que quiero que permanezca conmigo un día más… Me visto y desayuno tranquilamente. Tengo tiempo de sobras.

Nos encontramos en el ascensor. Nos saludamos como todas las mañanas que coincidimos en el rellano y me cede el paso cuando las puertas se abren. Está serio, ausente, desconcertado, confundido… Preocupado. Nunca sabrá que fui yo.
Fue un golpe de suerte que apagara el móvil y descolgara el teléfono… Creando ambiente… Ella me llamó cuando no pudo contactar con él y me pidió que fuera a su casa a decirle que no llegaría antes de las doce porque su vuelo se había retrasado dos horas… Benditas compañías aéras… Cuando fui a transmitirle el mensaje de vuelta del trabajo, la puerta estaba entre abierta y el resto, el resto es mío.

El ascensor llega a la planta baja. Nos despedimos. Sonrío. Intenta sonreír pero no puede y mientras observo como se encamina hacia la salida del edificio, pienso en lo afortunada que soy por vivir a su lado, a pesar de que un tabique y miles de sentimientos nos separen.

Dulce y amarga antítesis.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Algo pasa con Daniela... ¡Un poco más de recato, niña! ;)

Voy a empezar a fantasear con la vecina de abajo, a lo mejor, su marido un día se queda atrapado en un atasco en medio de una tormenta y me llama para proteja a su esposa de los rayos...Primero me haré amigo del marido,decidido.

Ay Danielita, tu si que eres poeta.

Besos, besos, besos.

Anónimo dijo...

Uy, nena, que osada, entrar en casas ajenas y aprovecharse del buen hacer del que espera a la que no llega.

Pues mira sí,las ocasiones hay que aprovecharlas cuando se presentan y si además has estado esperando que algo así ocurriera más razón todavía para sacar toda la lujuria de dentro.

No me gustaría tenerte como vecina, abusadora ;)

Un besazo, cuentista.

PD: quilla, que te estás destapando.

Anónimo dijo...

Habiéndote leido Daniela (con algo de intriga)me planteo si la casualidad da como fruto la causalidad o es al contrario...

Sea por casualidad o causalidad, cuando llega el momento de hacer algo,hay que atraparlo para que nos de tiempo...

¿O es mejor dejarlo escapar, para mantener el misterio de cómo sería, a arriesgarse y llevarse una decepción?

Hoy estoy algo dubitativa.

Un abrazo.

Pd: me ha encantado (una vez más)

Uno dijo...

Yo soy el vecino y en la próxima junta de propietarios del inmueble me quejo muy seriamente sobre las vecinas que se cuelan en los pisos y camas ajenas.

El relato está muy bien, un pelín impreciso el final y peca de ser demasido casto.

Saludos

Anónimo dijo...

Dos días llevo dejando la puerta abierta y lo único que entra es el aire... Será que ninguna de mis vecinas está loca por mi, pero tiempo al tiempo, cuando empiece a prodigarme un poco más, seguro que hacen cola para asediarme.

Lo que se quiere llega, puede que en una espera desesperante, pero no hay que perder la esperanza.

Muy bueno, Danielita.

Un besazo, linda.

Daniela Haydee dijo...

CARLOSIDEAL: También puedes esperar que tu vecina se deje la puerta abierta... Sea como fuere, sí, hazte amigo del marido para aumentar las posibilidades.

Un beso.

PD: más que poeta, plumilla.

LA FRURÚ:¡Justo! Cuando llega algo, disfrutalo muy mucho por si resulta ser fugaz.

Un beso.

SOFÍA SAAVEDRA: Tú si que sabes leer entre lineas... No había tanto de filosófico como de sencillo en el relato, aunque ahora que planteas estas cuestiones, me dejas pensativa...

Si al final, todo acaba llegando, mejor no arriesgarse demasiado, siempre y cuando no seas una aventurera, claro. En ese caso, lánzate sobre ellas.

Gracias por tu buen gusto ;).

Un par de abrazos.

UNO: Más bien, no estabas receptivo y mentalmente agotado (con tanto test de inteligencia), y por eso no has sabido captar la claridad del final y sólo lo sospeches...

Casto no, sutil, la cosas se perciben sin necesidad de escribirlas, que cada uno tenga la libertad suficiente para imaginar lo que le venga de gusto, sin que la autora imponga los límites.

Estoy de acuerdo, el relato está muy bien ;)

Un saludo.

ZIMBAGÜE: Tirar la basura en ropa interior es muy recurrente, y seguro que llamarías la atención a más de una.

Eso sí, procura no dejar muy a menudo la puerta abierta, a ver si lo que puede entrar te desvalija la casa mientras duermes.

Un beso, lindo.