Francia, siglo XII.
Leonor de Aquitania, poseedora de belleza,
inteligencia y cultura era además una mujer segura de sí misma, lo que
probablemente hizo que las piernas de muchos hombres temblaran con tan solo
pensar en su nombre.
Heredera de Condado de Poitiers y del Condado de
Gascuña y Aquitania, tras la muerte de su padre, Guillermo X, duque de
Aquitania, contrae matrimonio a los dieciséis años con el futuro rey de Francia,
Luis VII, rodeándose en una corte fría, triste y austera de trovadores que recogía
en palacio, quienes con sus versos la deleitaban y con los que ejerció de mecenas. Se le atribuye el origen de la corte del amor en el que se habría ensalzado el amor cortés, pero se desconoce que esta corte existiera realmente.
La joven pareja
acusa las primeras tensiones en su relación, cuando Leonor apoya el matrimonio
de su hermana Petronila, con Raúl de Vermandois, primo del Rey, -mientras éste
manda a su hermano Roberto a invadir el dominio de Vermandois, por bígamo-,
llegándose incluso a enfrentar al Papa, por lo que su liberalismo sería
criticado por el clero e incluso se sospecha que también por su suegra Adelaida
de Saboya, quien habría persuadido a su
hijo de las intenciones de su nuera. Luis VII hizo oídos sordos, priorizando el
amor a las habladurías.
El rey participó
en la Segunda Cruzada acompañado de Leonor, a la que no pudo convencer de que
esperara su regreso en la corte, pues
era mujer de armas tomar, y montada sobre su caballo, vio las lanzas pasar por
delante de su hermoso rostro y escudos desviando su fatal trayectoria.
La cercana
relación que Leonor mantenía con su tío Raimundo de Poitiers, durante su
estancia en Antioquía (Tierra Santa), del que era gobernador, fue objeto de rumores que a Luís VII no gustaron un ápice,
tomando la determinación de volver a Francia. Esto unido al hecho de que Leonor
alumbrara por segunda vez a una niña, provocó que el matrimonio se rompiera
definitivamente. El parentesco entre ambos fue el pretexto que pusieron para
obtener la anulación.
A los pocos meses
Leonor de Aquitania, quien aún conservaba los dominios heredados de su padre,
casa con Enrique II (Enrique de Plantagenet), que pronto se convertiría en rey
de Inglaterra, dando lugar la unión de las posesiones de ambos al Imperio
angevino, mucho mayor que los territorios controlados por Luis VII, para
fastidio de este.
Al descubrir la de Aquitania que su marido tenía
una amante y no gustándose nada en el papel de mujer engañada, se marchó con
los ochos hijos habidos en el matrimonio
a Poitiers, e instó a Enrique II a que entregara a su hijo Ricardo Corazón de
León los dominios de Gascuña, Poitou y Aquitania, propiedad suya.
Tal era la
inquina que Leonor le tenía a Enrique II, por la deshonestidad con la que se
había conducido en su relación, que le pidió a Luis VII, su anterior marido, que
apoyara a tres de sus hijos en contra de su padre, a lo que el rey de Francia
no se negó, pensando que esto podría ser beneficioso si resultaban los
vencedores para la obtención de la primacía europea.
La rebelión entre hijos y padre fue reprimida por
el progenitor y Leonor encarcelada
acusada de traición.
Quince años después, a la muerte de Enrique II
y Ricardo Corazón de León habiendo
tomado el relevo de su padre, Leonor no solo recupera la libertad sino también
la regencia del Imperio angevino durante la ausencia de Ricardo, al partir éste
a la Tercera Cruzada.
Sintiéndose fuerte, pero sobre todo con un sentido
del deber muy desarrollado, con ochenta años Leonor de Aquitania, que aún
conservaba su belleza, viajó a Castilla desde Poitiers para elegir entre sus
nietas, las Infantas de Castilla, a la que sería esposa de Luis III. Blanca de
Castilla ocuparía el lugar, destacando por el asesoramiento que le daría a su
marido derivado de su buena destreza política.