Cuenta la leyenda, que en época de princesas y caballeros; de espadas y armaduras; y de hechizos y magos, en la falda de la montaña más alta que jamás cientos de ojos vieron, un malvado dragón, más verde que una frondosa lechuga, tenía aterrorizados a los habitantes de una aldea tan pequeña, que su localización en un mapa era una manchita de tinta.
Caprichosa voluntad la de la endemoniada criatura de colmillos puntiagudos, era comerse el ganado que tranquilamente pastaba en prados más verdes que el dragón y la frondosa lechuga. No contentado con su crueldad, divertiase quemando los cultivos con llamaradas y destrozando con la torpeza de su tamaño todo cuanto a su paso le salía, cada vez que visitaba la aldea con el fin de ver el miedo reflejado en las caritas de los aldeanos.
Preocupado por el empobrecimiento de sus dominios y el sufrimiento de sus gentes, el Rey, con sus bombachos de terciopelo azul marino, convocó a sus consejeros y entre todos resolvieron entregarle todos los días al dragón, uno de sus habitantes, elegido en sorteo celebrado ante notario real, y así calmar las ansias destructivas del escamado.
Todas las mañanas, padres, hermanos, esposas, hijos, lloraban la partida de un familiar que desolados les dejaba, cuando éste acudía al encuentro del dragón y así satisfacer su zafiedad con estoicismo, hasta que le llegó el turno a la princesa (que siempre vestía de rosa chicle), y el Rey y sus bombachos, compungido resignose a perder a su única hija y un reino sin herederos. Fue uno de sus consejeros quien le habló de un valiente caballero, capaz de enfrentarse al más tirano de los malhechores, y al mensajero más veloz enviaron en su búsqueda, para que éste salvara a la princesa de tan triste final.
Transcurrida la noche, la princesa de bucles cobrizos y piel de leche pasteurizada, se encaminó hacia la cueva donde el dragón habitaba, para cumplir su destino.
Éste, al verla llegar, pensó que con tan poca carne, poco se iba a alimentar, consolándose a la par, con la idea de que al menos sabrosa sería, pues los mejores manjares habría probado, por provenir de alto linaje.
Abriendo la boca se encontraba, cuando una lanza notó en su costado. Girose y vio a caballero con pluma roja en el yelmo. La princesa desmayose por la impresión. El dragón un sonido indescriptible profirió, y los aldeanos salieron corriendo hacia la montaña para ver que ocurría, encontrándose a un caballero luchando con agallas menos vistas por ojos que montaña alta, contra el dragón malo.
Herido de muerte, el dragón cayó al suelo, vertiose su sangre sobre la tierra, de la que surgió un rosal. El caballero de la armadura y la pluma roja, cortó una de las rosas por el tallo y se la entregó a la princesa, mucho más restablecida del susto cuando el joven se descubrió el rostro.
El Rey en agradecimiento, le concedió la mano de su hija, que el caballero rechazó amablemente (para fastidio de la princesa de rosa que en noches saladas pensaba) pues la de santo, (chapado a la antigua) era vocación del caballero llamado Jordi, y al que todos conocerían como San Jordi.