26 abril 2009

Rosas, libros y leyendas


Cuenta la leyenda, que en época de princesas y caballeros; de espadas y armaduras; y de hechizos y magos, en la falda de la montaña más alta que jamás cientos de ojos vieron, un malvado dragón, más verde que una frondosa lechuga, tenía aterrorizados a los habitantes de una aldea tan pequeña, que su localización en un mapa era una manchita de tinta.

Caprichosa voluntad la de la endemoniada criatura de colmillos puntiagudos, era comerse el ganado que tranquilamente pastaba en prados más verdes que el dragón y la frondosa lechuga. No contentado con su crueldad, divertiase quemando los cultivos con llamaradas y destrozando con la torpeza de su tamaño todo cuanto a su paso le salía, cada vez que visitaba la aldea con el fin de ver el miedo reflejado en las caritas de los aldeanos.

Preocupado por el empobrecimiento de sus dominios y el sufrimiento de sus gentes, el Rey, con sus bombachos de terciopelo azul marino, convocó a sus consejeros y entre todos resolvieron entregarle todos los días al dragón, uno de sus habitantes, elegido en sorteo celebrado ante notario real, y así calmar las ansias destructivas del escamado.

Todas las mañanas, padres, hermanos, esposas, hijos, lloraban la partida de un familiar que desolados les dejaba, cuando éste acudía al encuentro del dragón y así satisfacer su zafiedad con estoicismo, hasta que le llegó el turno a la princesa (que siempre vestía de rosa chicle), y el Rey y sus bombachos, compungido resignose a perder a su única hija y un reino sin herederos. Fue uno de sus consejeros quien le habló de un valiente caballero, capaz de enfrentarse al más tirano de los malhechores, y al mensajero más veloz enviaron en su búsqueda, para que éste salvara a la princesa de tan triste final.

Transcurrida la noche, la princesa de bucles cobrizos y piel de leche pasteurizada, se encaminó hacia la cueva donde el dragón habitaba, para cumplir su destino.

Éste, al verla llegar, pensó que con tan poca carne, poco se iba a alimentar, consolándose a la par, con la idea de que al menos sabrosa sería, pues los mejores manjares habría probado, por provenir de alto linaje.

Abriendo la boca se encontraba, cuando una lanza notó en su costado. Girose y vio a caballero con pluma roja en el yelmo. La princesa desmayose por la impresión. El dragón un sonido indescriptible profirió, y los aldeanos salieron corriendo hacia la montaña para ver que ocurría, encontrándose a un caballero luchando con agallas menos vistas por ojos que montaña alta, contra el dragón malo.

Herido de muerte, el dragón cayó al suelo, vertiose su sangre sobre la tierra, de la que surgió un rosal. El caballero de la armadura y la pluma roja, cortó una de las rosas por el tallo y se la entregó a la princesa, mucho más restablecida del susto cuando el joven se descubrió el rostro.

El Rey en agradecimiento, le concedió la mano de su hija, que el caballero rechazó amablemente (para fastidio de la princesa de rosa que en noches saladas pensaba) pues la de santo, (chapado a la antigua) era vocación del caballero llamado Jordi, y al que todos conocerían como San Jordi.

19 abril 2009

Divagaciones

Suponiendo que, NADA, es muy poco; TODO, demasiado; SIEMPRE, mucho tiempo y NUNCA, un intervalo muy corto...

NADA es más gratificante, que hacer TODO aquello que SIEMPRE se ha querido, y NUNCA se ha imaginado...
puesto que
es MUY POCO gratificante, hacer DEMASIADO aquello que MUCHO TIEMPO se ha querido, y un INTERVALO MUY CORTO se ha imaginado...


A buen entendedor, pocas palabras.
A entendedor bueno, palabras escasas.

12 abril 2009

El viaje


Todo empezó un domingo.
Un hombre viaja a Oriente Medio y es recibido por el comité de bienvenida con vítores, a la par que ramas de olivos y palmas son agitadas en señal de alegría.

El recién llegado visita al día siguiente un templo, pero un mercado se encuentra lleno de comerciantes en lugar sagrado, a los que reprende escandalizado por sus actividades y echa de allí, considerándolos irrespetuosos y precursores de negocios en vez de rendir culto.

A las pocas horas, en casa de un amigo una mujer le lava los pies, y el viajero ve en aquel gesto el desenlace de su vida y así se lo comunica a sus acompañantes, que le escuchan horrorizados.

Unas monedas de oro cuesta la vida de un hombre, cuyo carisma encandila a cientos de personas, que los que carecen de él, se encolerizan temerosos de que el poder se acumule en un solo hombre, el único con la sensatez suficiente como para remover conciencias anticuadas.

Fue después de una cena cuando el viajero se despide de su familia, antes de pasar unos momentos bajo las estrellas de la noche con los amigos que le acompañaban y ser arrestado sin motivo alguno.

El resto de la noche es interrogado y torturado para que confiese ser algo que no es, y así proporcionarles una razón a los mandamases para condenarlo rigiéndose por leyes establecidas, pero un hombre transparente, no oculta, es lo que muestra.

Al quinto día de su llegada, injurias y calumnias acaban con la vida del viajero, sin que éste entienda porque la incomprensión se extiende entre aquellos cuyas mentes se estrechan cuando cambios les acechan, y su vida entrega a favor del libre pensamiento.

Dos días transcurren. Dos días es llorado.
Al tercero, empieza a vivir de otra manera, permaneciendo en el recuerdo de sus allegados; trasmitidas sus vivencias de generación en generación; perdiéndose algunos detalles, añadiéndose otros que lo hagan más grande.

Sólo era un hombre; un hombre con historia, que en función de quien la cuente y como la cuente encanta a serpientes o repele a insectos.
El origen de la santa semana tuvo lugar un domingo y se prolongó siete días. Para algunos –la mayoría- son días vacacionales; para otros conmemorativos de un suceso y para mí, son días sorpresivos, en los que aquellos que le cierran la puerta (de un buen portazo) a un mendigo que sólo pide un poco de comida, se visten de nazarenos y caminan descalzos en procesiones, arrastrando cadenas, penitentes.

No tiene más fe el que se da golpes de pecho en determinadas épocas del año, que el que da de comer al mendigo aunque no practique religión alguna, ya que fe manifiesta por la persona a la que ayuda, en lugar de profesarla hacia un hombre que no es lo que algunos nos cuentan, sino lo que no interesa que se sepaSolo era un hombre.

09 abril 2009

Hoy


Ya no dispongo de cincuenta años para vivir. He consumido unos cuantos, y aunque mi vida se alargue hasta que toda yo sea una pasita, el centenar quedará aún muy lejos.

En días como éste, las reflexiones se suceden. Pasado y presente se entremezclan y el futuro no es pensable, porque no existe. Sólo existe éste momento y me gusta.

La caída de la tarde trae nostalgias que se prolongarán a lo largo de la noche. Esta noche también será distinta, como lo son los minutos que pasan.

Yo soy distinta porque cada segundo vivido no vuelve, y me enfrento a la providencia, que es señora caprichosa de gran sabiduría. Juntas, aún podemos hacer muchas cosas. Las que me dejen.

05 abril 2009

El visitante


Entró con sigilo, cuan fantasma sin cadenas estorbadoras del silencio, ni penitencia arrastrada.
Al oírle me giré sobre la silla en perpendicular en su dirección y le descubrí de pie delante de la mesa.

¡¡Daniel!! Le invité a que tomara asiento y le ofrecí mi ayuda después de escucharle, confeccionando mentalmente su perfil a través de las respuestas que iba dando a mis preguntas -introducidas éstas con suma discreción-, más que por motivos laborales, por motivos exclusivamente disipadores de una curiosidad inquieta, con la sensación de que ya sabía demasiado acerca de su vida y tenía información privilegiada sobre su futuro que no le desvelaría.

Era tal y como lo había pensado cuando leía sobre él. Cuarentón, de constitución fuerte (corpulento al estilo de uno de los monjes aceitunado de “El nombre de la Rosa”); no más alto de 1.70 metros (tomándome a mi misma como referencia); manos llenas de dedos regordetes; barriga pronunciada (a lo cervecera); pelo retraído en algunas partes de la cabeza y el más osado rizado; gafas de pasta negras y semblante serio -cara de tener más enemigos que amigos-, distando solamente de la imagen formada en mi cabeza, en que el clon de ojos pequeños que mi miraba, llevaba dos botones desabrochados de la camisa, dejando entrever varias cadenas de distintos metales y grosor apreciable, alrededor del cuello, con medallitas y crucifijos pendidos.

En la conversación, mientras reproducía sin querer algunas escenas del libro del que se había escapado (aquellas en las que la imaginación se había recreado especialmente), supe que era empresario, nada que ver con el doctor Daniel Ortiz, que de emprendedor tenía poco; y que aunque probablemente no en Second life (vida virtual que aparece en el libro “Instrucciones para salvar el mundo” de Rosa Montero), pero sin duda sí en un chat, había conocido a su novia, razón por la que quería arrendar un piso: “para ver qué pasa”.
Daniel se conformó con efectuar algunas llamadas al avatar que despertó su interés y lo que sucedió después, no se cuenta, se lee.

En resumidas cuentas, aquello que imaginamos –ya sea siguiendo las pautas de un escritor o por voluntad propia-cualquier día, el menos pensando, puede tropezarse con nosotros, haciéndonos tomar noción de que lo que crea nuestra mente, puede que no esté tan lejos de la realidad que conocemos.