Tengo un sueño en el que aparece la versión actualizada de un antiguo
“agente” desestabilizador de mis emociones, saliendo de una churrería de
renombre (1) en mi pueblo
natal (el mismo que huele a salitre en verano (2)), poniéndose las gafas de sol y ajustándose el
cuello de la cazadora de piel (chupa de motorista (3)).
Observo la escena desde la
omnipresencia de estar sin estar, a escasos metros de él, pero siendo quien soy
hoy en lugar de la quinceañera del siglo pasado.
Le encuentro igual que hace poco más
de ocho años (y no por haberlo visto en mundos oníricos), antes de cambiar los
aires respirados del norte por otros renovados al sudoeste. Desaparece del
sueño en dos segundos, tiempo suficiente para inyectarme una dosis moderada de
curiosidad.
Y cuan investigadora bajo la premisa “¿qué habrá sido de…?”, me
pongo en marcha rescatando de la memoria retazos de información que me llegó cuando aún podía tener algún tipo de interés
hacia su persona, después de “todo aquello” (tragicomedia temática propia de la edad o escasez de
la misma, más cómica ahora que trágica entonces).
Es fácil encontrarle a través de las
redes: su profesión le ha otorgado cierto reconocimiento local y sus
inquietudes “artísticas”, inimaginables para mí veinte años atrás, le han
convertido en centro de interés en los medios escritos autóctonos. Le va bien,
o al menos es lo que parece uniendo los pedacitos menos íntimos de su vida, que
están al abasto de todo internauta.
Tirando del hilo llego hasta él
(foto, que es el meollo de tanta indagación improvisada).
Miro su imagen y percibo como los
años se le han caído encima de golpe, no demasiados, pero los indispensables
para que esté distinto, y hasta poco reconocible.
Nada que ver
con el chico del sueño ni con el chico de hace ocho años.
Probablemente antiguos conocidos
(él) verían en mí ahora a la adorable
ancianita en potencia que seré (en el mejor de los casos) mañana.
Aún no me cuelga el pellejo, ni se
me ha aclaro el color del pelo, ni he cambiado de talla en las últimas dos
décadas, pero pese a verme prácticamente igual que antaño (apreciación personal
totalmente subjetiva), es posible que haya quienes consideren que me he hecho
mayor… Y me he hecho mayor, pero no se me nota como a otras personas… Creo…
Espero (no haber envejecido prematuramente, que para estar arrugado hay tiempo)
Cambiamos, evidente es, y lo que nos
ha enamorado, sometido a virajes, nos puede desencantar (4).
El tiempo de los suspiros y los ojos
en blanco terminó.
De aquella época quedan historias (micro relatos al más puro y genuino
estilo Unoense (5), absurdos en apariencia, pero profundos todos
ellos) guardadas, a las que de vez en cuando les paso el plumero.
(1): el
establecimiento que aparece en el sueño es del todo circunstancial. No existe
ninguna conexión entre el mismo con el sujeto, objeto de la entrada, o conmigo
de la que tenga conocimiento. Alguna churrería y churrero ha habido en mi
trayectoria social a años luz de la que nos ocupa.
(2): el
aroma que se percibe en las tierras donde resido es de tomate quemado o en polvo,
procedente de la fábrica que los trata para su posterior venta envasada.
(3): prenda
que utilizaba con frecuencia cuando sustituyó las piernas por dos ruedas con
motor.
(4): estar
encantada a estas alturas no tendría demasiado sentido. El desencanto es del
todo procedente
(5):
pensante español que a través de la asociación de ideas sueltas, crea relatos
cortos, que no dejan indiferente al lector, desvinculándose de este modo de su
vertiente más prosista y abundante.
Inciso: el tema musical que ameniza la entrada ha sido elegido al azar. El azar es sabio.