27 marzo 2011

Desvelo

En mi última noche de desvelo, esto es lo que ocupó mis pensamientos.

He heredado

el verdor de la hierba

cuando anochece,

en los ojos.

El cobrizo del amanecer

y las olas del mar,

en el pelo.


La arena clara de la orilla,

en la piel.


El acento habanero neutro,

en la voz.


He heredado

los colores y sonidos de la tierra.

Mi tierra soy yo.

20 marzo 2011

Nombres

“¿Por qué todos llevaran su nombre?”
Una historia más.
Chica conoce a chico en la secundaria.
A chica le gusta chico inmediatamente (flechazo). Alma de chica enamoradiza, se hubiera podido enamorar de casi cualquiera, porque en su interior se había iniciado el proceso de olvido de un amor colegial, que duró toda la primaria y estaba receptiva a nuevos sentimientos.

Chico piensa en la chica con la que ha pasado el verano. Intenta reconquistarla, pero chica segunda no está interesada en prorrogar, solo en rescindir historia de flirteo sin importancia y entonces a chico le empieza a gustar seriamente chica primera. La venda se le ha caído de los ojos y puede volver a sentir por alguien más que por quien no le hace ni caso.
Chico se mantiene cauto. No quiere volver a cometer los mismos errores de su corto pasado.
Chica se desespera porque chico le da una de cal y arena. Cuando cree que ya es suyo, chico retrocede por temor a salir malherido.
Chica se pregunta porque todos los chicos con los que tropieza, se llamaran igual que él único que le interesa. Y eso no favorece demasiado las cosas, no solo piensa en él a cada instante, también aumenta su impotencia.

Al final chica y chico… y sus caminos se separan, aunque aún, de vez en cuando, se sigan preguntando qué hubiera sido de ellos si hubieran caminado juntos veinte años.

Como a chica, me parece que hay demasiadas personas que llevan el mismo nombre. El nombre de una persona que se detesta o no se detesta nada; que se atraganta por representar lo que se quiere desechar de la vida o se quiere que esté en ella, o se anhela.
Convencida de que “todo ocurre por alguna razón”, no hay consuelo cuando afecta, aunque se crea y si los nombres se repiten en trozos de nuestra existencia, es porque no deben ser olvidados.

13 marzo 2011

Conversaciones

Conversación con amiga en tarde fría de invierno. De la religión pasamos a las uniones en general, y de las uniones, al matrimonio (no necesariamente eclesiástico).
Afirmo contundente que “nunca me casaría...”. Amiga piensa que “no puedo decir eso porque no lo sé”. Razón no le falta, no sé lo que va a pasar dentro de dos segundos, pero sé lo que no va a ocurrirme en la vida, mientas esté bajo mi control. De ahí el uso del condicional en la conjugación del verbo “casar-se”.

Para ella el acto de “enmatrimoniarse” significa “el compromiso adquirido por la pareja y el reconocimiento social de la relación. Un proyecto conjunto”. Para mí es “atar y atarse a alguien, arrebatándole (voluntaria o involuntariamente, dependiendo de las intenciones) lo mejor que tenemos y podemos ofrecer: libertad. Un trámite burocrático innecesario si se cree que es la consagración del amor”.

Amiga (con tintes románticos) apostilla que “es bonito y hace ilusión”. Matizo, “bonitas son las cortinas que me he comprado con tanta ilusión (y esfuerzo). Casarse es como renovar el carné de identidad; puedes vestirte como quieras; hay mucha gente que te ve y “legalizas” una situación”.
Amiga me da por imposible. Doy por imposible a amiga.

Conversación con conocido. Rato distendido en la oficina, donde el volumen de trabajo es nulo. Tarde anodina. El cine (“El amor en tiempos de cólera”, una monstruosa adaptación de una genialidad literaria), nos conduce al matrimonio. La película le gustó “después de cincuenta años, el amor permanece intacto”. Me sorprende que utilice un tono entusiasta en tamaño despropósito. “No te ha gustado la película, te ha gustado la historia”. Sentencio. Reflexiona. Le ha gustado la película y la historia. Insólito.

Para él lo “normal” es casarse, no porque “sea bonito y haga ilusión”, ni siquiera porque le gustaría hacerlo, sino porque “es lo que hay que hacer cuando se encuentra a la persona adecuada”.
Le pregunto quién es esa persona, “la que sientes que tiene que estar contigo”.
Tengo la sensación de que el amor no pinta mucho en esta concepción del matrimonio y que hay quienes se casan únicamente “para hacer bien las cosas"; para no estar solos o por comodidad.

“Atar y sentirse atados” da a ciertas personas seguridad (estabilidad emocional pasajera).
Me pronuncio irremediablemente “no creo en el matrimonio, solo en el compromiso entre personas, sin escenografías ni registros”. Sabe que vengo de otra parte, que he respirado otros aires, que soy incorregible en mis concepciones. Mi procedencia ha sido en numerosas ocasiones nuestro tema de debate.
Intenta hacerme entender que “tendré a alguien y querré casarme y tener niños...”. El orden de los factores no altera el producto: ley de vida… ¿Por qué no empezar la casa por el tejado?

Me mantengo expectante. Después de diez minutos desmenuzando “amor, tiempos y cólera”, “tendré a alguien”, no me enamoraré, solo tendré a alguien al que considere “adecuado” en mi vida. Es como encontrar unos cojines para el salón que hagan juego con el resto del mobiliario. Eso es el matrimonio.

Amiga es soñadora y se casará en ceremonia sencilla (reflejo de su persona), cuando quien tiene al lado se lo proponga formalmente. Ella nunca se lo pedirá, aunque le apetezca hacerlo, “son cosas que tienen que hacer los hombres”. Esto da para otra entrada.

Conocido es “pasota” (entiéndase el término como que le da igual lo que ocurra en su vida porque tiene capacidad suficiente para adaptarse a las circunstancias) y se casará cuando los años le apuren o encuentre a la "adecuada", salvo que se enamore y abra los ojos. “Hacer bien las cosas”, no es seguir el rebaño, es desviarse del camino libremente.

Como diría mi buena amiga Cintia Aurora María Van Heley de Haut, antes de cumplir su sueño: “la única razón por la que me casaría, sería para divorciarme”.
No tengo nada en contra del matrimonio, pero tampoco a favor de él.

06 marzo 2011

Reciclaje

Me estoy actualizando (modernizando) en los últimos tiempos, entendiendo por estos, los veinte años anteriores al que nos ocupa, (día arriba, día abajo). Quién me ha visto y quién me ve (los que me han visto, ya no pueden verme porque están lejos y los que me ven ahora, no me vieron antes, porque aún no vivía aquí).

Los avances tecnológicos no me gustaban, convencida de que “donde llega la mano, no llega el aparato” y entre ellos aún se encuentran el lavavajillas (la forma más eficaz de conservar la comida…); la secadora (imitar el Delphos de Fortuny en toda la colada no me seduce); el móvil (perturbador de la tranquilidad) y libros electrónicos (deshinibidor de emociones. No abandono mis lecturas tradicionales por ningún simulador. Los libros hay que tocarlos, olerlos; hay que pasar las páginas preguntándote que pasará esta vez, hay que sentirlos).

Llegó la era internet, un invento raro que probé y me descubrió que el mundo viaja por cables conectados entre sí, que facilitan la vida. Caí.

Cronología de mi reciclaje

1º Diez años ha: Dejé de escribir cartas… manuscritas. Empecé a escribir correos electrónicos. La extensión no ha variado y puedo corregir sobre la marcha sin tachones. No gasto en papel, sobres ni sellos.

2º Nueve años ha: Dejé de consultar libros en la biblioteca. Todo cuanto quiero saber, puedo encontrarlo en internet y además en varios idiomas. Mención especial para la “Encyclopedia Britannica”, tan consultada en mis inicios, antes de conocer a Wikipedia. Esta época coincide con la creación de una web que en el olvidó quedó (los blogs llegaron luego).

3º Ocho años ha: Propagué entre amistades ancladas en el clasicismo y tan descreídas como yo, las ventajas de tener internet en casa. Convencí a algunas.

4º Cuatro años ha: Desvestí el alma, no del todo solo una parte, y entré en la blogesfera como una “exhibicionista” más. Ya no solo escribo para mí, sino que lo público aún arriesgo de que los demás lo lean. He perdido ciertos pudores.

5º Tres años ha: Uso del microondas. Un minuto y listo. No hay que fregar recipientes ni tontear con el fuego (gran detractora del electrodoméstico tres años y un día ha).

6º Un año ha: Utilizo los cajeros automáticos en las entidades bancarias para evitar colas y horas perdidas, por motivos laborales.

7º Nueve meses ha: Empiezo a pedir citas por internet… Que a nadie se le cruce un pensamiento frívolo, la renovación del D.N.I. está exento de connotaciones lúdico-amorosas.

8º Unos meses ha: Me atrevo con operaciones bancarias pequeñas, sin moverme de casa, si acaso dentro de casa, para picotear en la cocina. En cualquier momento a cualquier hora.

El proceso de reciclaje sigue su curso. Si ya estoy tan avanzada (para mí, probar, ya es un avance), en veinte años más, mis inodoros tendrán un pequeño dispositivo informático, que estudien mi cuerpo y me indiquen cuando debo utilizarlos… ¡Cómo me gusta ser moderna!