17 junio 2007

Ayer


Ayer volveré a pasear por cálidas aguas,

mis pies se hundirán en la arena,

emprenderé el camino de regreso al mañana.

Hoy retrocederé sobre mis pasos,

el salitre salará mi piel

y el sol teñirá de dorado los ropajes de mi ser.

Ayer uniré mi mano a la del viento,

sentiré la suavidad de sus dedos,

bajo los que me estremeceré.

Hoy pensaré que nunca me he ido

que aún mi lugar es mío

y que el ayer es mi hoy perdido.

16 junio 2007

Desvelos


Me desvela el sueño,

en ti hay luz y oscuridad,

hay caos y paz.

Filigrana frágil

que rompe con seda

mi vulnerabilidad.

Me desvela el pensamiento,

sin ti la noche es eterna,

las ansias infinitas.

Sin ti dejo de ser

para ser lo que no soy.

Seré lo que hagas de mí.

Me desvela el recuerdo,

visiones de ayer

anhelos del mañana.

Vas y vuelves,

voy y vengo contigo.

Mi esperanza, mi ilusión, tú.

08 junio 2007

La importancia de las cosas sencillas

Me perdí.
De pronto no sabía dónde estaba ni cómo había llegado allí. Tampoco sabía por qué había querido llegar tan lejos ni por qué me volví pretenciosa al intentarlo. Y esa maldita canción que está sonando no deja de recordarme que habrá algo que no podré olvidar nunca. Esa letra que alguien entregó al mundo con melodía agresiva para almas desiertas, relata una verdad que desearía que no fuera cierta.

“No hay nada más bello, que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí”

No conoceré mayor belleza que la que sé que existe. Tampoco amaré tanto nada como lo que ya no tengo, pero aquí sigo. Soy la misma de ayer para todos, aunque mi interior sea un extraño al que odio por haberme perpetrado tan cruelmente.

Hace dos semanas estaba muy lejos de imaginarme sentada en un bar sola, a las doce menos cuarto de la noche bebiendo cerveza hasta eructar, pero si pudiera controlar el porvenir, también tendría el poder de ligar a mi vida, con una cuerda invisible, a quienes quiero y sin embargo, lo que más he querido en mucho tiempo, se ha ido.Y esa canción que alguna vez me pareció hermosa, ahora amartilla mis oídos con poca delicadeza, agujereando con premeditación ese algo que arde dentro de mí.

“Tus recuerdos son, cada día más dulces, el olvido sólo se llevó la mitad, y tu sombra aún, se acuesta en mi cama, con la oscuridad, entre la almohada y mi soledad”

Le amo, pero ese amor tan inmenso que siento hacia él no hará que las montañas dejen de ser inamovibles. Por más amor que le haya entregado y le profese, no puedo cambiar ni hacer que nazca lo que no existe dónde quiera que él sienta el amor. Después de dos años compartiendo nuestras vidas, descubro que nunca me ha querido y que en realidad lo que sentía hacia mí era una admiración de tamaño monumental tallado en mármol. Le impresioné tanto aquella tarde de abril en que nos conocimos, que en poco tiempo en su precario vocabulario sólo existía una palabra para definirme: maravillosa. Yo era esa octava maravilla inexistente y tras encontrarme decidió conservarme a su lado. Entonces no pensó que hasta las grandes obras maestras, cuando se las desgasta mucho, dejan de interesar y pierden su valor. Demasiado me adoró; demasiado tarde se dio cuenta que abusaba del placer que le producía que formara parte de su vida. Tan orgulloso se sentía de esta desvalida adquisición, que me engañó por completo y creí que en verdad era amor. Y si amor no sabía lo que era hasta ese momento, me abrió un abanico lleno de tonalidades rosadas que colorearon mi vida de pastel.


Consignamos nuestras vidas esperando que si no era para siempre, al menos sí para los próximos cien años. Y era feliz creyendo que los dos estábamos seguros en nuestra precipitación y por entera me entregué, quedándome tan poco, que ni mío consideraba que fueran los restos.
Cuando no ha podido disimular más lo que no había sentido nunca, la verdad apareció en sus ojos helándome la sangre con un frío glacial. Ni siquiera podía sospechar que esos sentimientos no existieran en él, aceptar que esa era la única realidad desde nuestro inicio en común me mató despacito haciéndome mucho daño y la desesperación se abrió paso y con ella el absurdo. Prolongar el desamor no tenía sentido. Para él hubiera sido injusto negarle la posibilidad de sentir todo lo que yo había sentido a su lado, y para mí demoledor sufrir porque no me hubiera querido nunca y luego mirarle y saber con certeza que por más que forzara las posibilidades, no sería un fénix resurgiendo de sus cenizas.
Aquella tarde de abril llovía a cántaros. Nos encontramos en el aparcamiento de unos grandes almacenes mientras yo inútilmente intentaba arrancar el coche. Su vehículo estaba estacionado al lado del mío y los dos habíamos llenado el maletero de bolsas tan deprisa como nos había sido posible para no seguirnos mojando bajo aquellas frías gotas de agua que caían mal intencionadas. Cuando se dio cuenta de que el motor no se ponía en marcha salió de su coche y se ofreció a echarme una mano, pero sus conocimientos de mecánica eran tan escasos como los míos. Me miró deteniéndose en mis ojos un buen rato y luego miró hacia las puertas de los grandes almacenes.

-Tenemos dos alternativas –me dijo mirándome de nuevo a los ojos con los brazos en jarra-. Podemos volver y esperar a que escampe mientras nos tomamos un café e intentar entonces poner el coche en marcha.
-¿Cuál es la segunda alternativa? –pregunté cuando guardó silencio.
-La segunda alternativa no te va a gustar y te la desaconsejo.
-Me gustaría saber cuál es de todas formas y si es posible antes de que el agua comience a calarme.
-Hacer un sitio en mi maletero para guarda tus compras y llevarte a casa en mi coche.
-Te agradezco de veras tu ayuda y estudiando tus alternativas la primera me parece la más acertada, pero no es necesario que te quedes conmigo. Podré esperar sola a que deje de llover.
Le eché la llave al coche y me ceñí la chaqueta al cuerpo para protegerme de la lluvia.
-No voy a dejarte sola después de haberte conocido, me crearía cargos de conciencia y prefiero dormir bien a no hacerlo por no dejar de pensar en por qué no hice todo lo que estaba en mis manos para ayudarte.
-En ese caso, vete tranquilo, te libero de tus cargos de conciencia.
Pasé por delante de él para dirigirme a la entrada de los grandes almacenes pero su voz me detuvo.
-Lo mínimo que podías hacer por mí es invitarme a un café –me gritó-. Por intentar ayudarte me estoy empapando y si no tomo algo caliente cogeré un resfriado y entonces serás tú quien tenga cargos de conciencia.
-Haz lo que te parezca, yo me voy dentro.Me siguió a unos pocos centímetros hasta llegar a la primera cafetería que encontré en el camino y cuando fui a entrar me extendió la mano abortando mi paso.
-Roberto.
Le estreché la mano. No le conocía demasiado, pero era simpático, y era cierto que estaba muy cerca de coger un resfriado. En su nariz vi una gotita brillante y transparente salir apurada de uno de los orificios.
-Claudia.


Aquella tarde, otra era la canción que bailó en mis oídos en la cafetería que fue testigo del inicio de un romance desahuciado.

“Esta vez quiero que estés cerca, olvidar la tristeza que dejó el ayer, déjame creer que esto no es un sueño, ni otro intento contra la pared”

Durante dos meses fuimos pegamento, y transcurrido ese tiempo nos volvimos tan inseparables que era inconcebible la vida de uno sin el otro. Ambos nos llenamos de pretensiones y fiándonos únicamente de lo que sentíamos en los momentos que pasábamos juntos, concluimos en lo absurdo que resultaba convertirnos en esos legendarios amantes de novela rosa, que se separaban al amanecer después de haber pasado toda la noche juntos y remediamos las circunstancias con la precipitación que provocaron nuestras ansias.
Me perdí, pero él se perdió antes que yo. En algún momento se desorientó por completo y no supo encontrar el norte. Guardó silencio para no bajarme de las nubes que habíamos amueblado entre los dos, y me dio lo mejor de sí, para seguir construyendo mi felicidad con piedras de baja calidad que un soplo de aire hubiera destruido en un solo instante.
Esta es la última cerveza que me tomo. Estos son los últimos momentos que pienso en él. Me concedo dos minutos más de recuerdos, pero después de esta noche, la tristeza se volatilizará cuando vomite en el baño.
Esta mañana, cuando ha alzado la vista para mirarme en la cocina mientras preparaba café, he visto la verdad reflejada en sus ojos y sentido una profunda tristeza.

-Roberto... –he susurrado caminando hacia él.
-Qué –ha dicho con aire distraído apartando la cafetera del fuego.
-Tus ojos... No hay luz en ellos. No son los ojos que conocí en el aparcamiento de unos grandes almacenes.
Roberto agachó la cabeza apesadumbrado. No me hacía falta volverle a mirar a los ojos para saber que la luz que no veía en ellos hacía mucho tiempo que se había extinguido, pero aun así le levanté la barbilla con suavidad.
-¿Desde cuándo no me quieres?
-De la forma en que mereces y debería haberlo hecho... –bajó la mirada-. Nunca. -¿Nunca me has querido? –pregunté lentamente, más sintiendo pena por él que por mi misma.
-No te amo.
-¿Y pensabas seguir viviendo conmigo sabiendo eso? –mí desconcierto era evidente.
-Lo último que te haría en este mundo es daño.
Le abracé con fuerza, pero lo que me impulsó a hacerlo, no fue el amor, sino la ternura que suscitaba en mí la calidez de su voz. Cuando me separé de él le cogí de las manos.
-Este es el final.
-No quiero que nos separemos. Dame tiempo, enamorarse de ti es muy sencillo... -Pero no lo es para ti. Mientras te abrazaba, me he aferrado a una esperanza, pero esa esperanza no existe. Daría todo porque permaneciéramos juntos, pero no quiero vivir con alguien que se tiene que esforzar en quererme.
Le besé en la mejilla muy suavemente, sabiendo lo que ese amistoso gesto significaba para nuestras vidas venideras.

Apuro la última gota del vaso. Lo exprimiría como a una naranja para extraerle todo el zumo sino fuera de vidrio. Tengo ganas de emplear todas mis fuerzas en apretar, un trapo, una bota, lo que sea, pero algo que pueda retorcer hasta que mis manos se vuelvan rojas.
Son las doce y media. Acordamos que esta tarde recogería sus cosas y se instalaría en casa de un amigo hasta encontrar un lugar dónde vivir a partir de ahora. Para mí hubiera sido más fácil desprenderme de sus recuerdos marchándome yo, pero ha insistido tanto en que me quedara en el piso, que no he podido negarme a colaborar en su redención. Él se quedará más tranquilo y a mí me servirá de terapia para vencer los dos maravillosos años que me estuvo engañando. Ha transcurrido el tiempo suficiente para que su perfume haya desaparecido en el aire de nuestro hogar. Cambiaré la ropa de la cama y desinfectaré toda la casa con lejía. No quiero que nada huela a Roberto. Voy a olvidarme de que algún día existió, y si le recuerdo, que sea muy levemente; de soslayito; como el murmullo de una cascada lejana. De ahora en adelante desconfiaré de los hombres que me ofrezcan su ayuda en un abril torrencial en los aparcamientos de unos grandes almacenes porque no consiga hacer arrancar el coche. Encontraré el modo de arreglármelas sola.

“Otro amor vendrá, si hoy estoy muriendo, otro amor vendrá, otro amor mejor...”

Empieza a gustarme la música que ponen en este sitio. Y es que algo tan sencillo como una canción puede hundirte en la miseria más profunda o lograr que salgas de ella para elevarte a un cielo tan alto que nos es desconocido por su lejanía. Y si esa sencillez es capaz de atribuirse tantos triunfos, debe ser importante... Sonrío con ganas de hacerlo por un rato más…Si algo esta claro, es lo que a alguien se le ocurrió decir con música…

“... Otro amor vendrá, porque voy a dedicarme a vivir sin ti, para ser feliz, otro amor vendrá”