26 diciembre 2015

Rennes le château




Rennes le château, Languedoc, Siglo XIX.

 

La marquesa d’Hautpoul Blanchefort, última señora de la villa de Rennes le Château, pues descendencia no tenía y su linaje desaparecía con ella, al ver acercarse la hora y desde el lecho, le desvela a su confesor y párroco de la iglesia de María Magdalena, Antonie Bigou, un secreto que habría permanecido silenciado en su familia durante siglos, y que aún, hoy en día, sigue siendo un misterio sobre el que se han hecho cientos de conjeturas, a cual más interesante (o descabellada).

Antoine Bigou, consciente del revuelo que causaría que tal secreto saliera a luz por la importancia del mismo, lo encriptó en dos pergaminos que escondió en la iglesia.

 
             Casi un siglo después, el nuevo párroco de la villa, Bérenger Sauniére, en las obras de remodelación de la iglesia que rendía culto a María Magdalena, encuentra en uno de los pilares que soportaba el altar, dos pergaminos cifrados.

Con ellos viajará a París para que un criptógrafo los descifre y así se desvelase lo que  la tinta con tino ocultaba. A su vuelta a Rennes le château, Sauniére podría haber descubierto el tesoro, en caso de que este haya existido, relacionado con el contenido de uno de los pergaminos, donde aparecía el árbol genealógico de la dinastía de los Merovingia, cuyo antecesores podrían haber sido Jesús de Nazaret y María Magdalena.

 
Aún tratándose de hechos no probados, lo que sí está constatado es que Sauniére de la noche a la mañana, empezó a gozar de cierto prestigio entre la alta sociedad y mandó edificar Villa Betanea, y en ella la Torre Magdala. Sus riquezas podrían deberse a supuestas  actividades corruptas (desvío de fondos para uso propio), por lo que habría sido juzgado y destituido de su cargo, lo que no le supuso un inconveniente para seguir dando misa en su capilla privada, a la que los aldeanos acudían con la misma devoción.

 
Como poco es curioso que la iglesia de Rennes le château, lleve el nombre de María Magdalena; que a la torre de Villa Betanea, se la denominase Magdala y que los pergaminos de Bigou tuvieran que ver, supuestamente con María Magdalena, según el secreto familiar de  la marquesa… ¿será el enigma de Sauniére la clave para desvelar un enigma aún mayor que cambiaría la historia que conocemos?

12 diciembre 2015

Dos amigos enemigos



Arles, Francia, Siglo XIX.

       Un holandés y un francés, amantes de la pintura, se van a vivir juntos durante un periodo, instigados por el hermano del holandés, para poner en común sus conocimientos e inquietudes artísticas, su forma de ver y capturar la vida en un lienzo, a una casa amarilla.

        El primero, siente verdadera admiración por el segundo, por lo que habiendo llegado antes a Arles, pinta y pinta sin desenfreno como el loco considerado por sus coetáneos que era, para decorar las paredes  y así sorprender a su colega (y amigo) con su arte.

        No sabemos si el segundo se sintió halagado o le entraron ganas de salir corriendo, lo que ha transcendido es que ese tiempo de intercambio pictórico y conexión de almas se volvió un calvario para ambos tras no llegar ni  a entendimiento artístico ni personal. Pintar, pintaron sin cesar en un diálogo de pinceles en que los dos eran sordos.

         Se aborrecieron tanto, tanto, tanto, que al final de la convivencia solo quedaron dos platos y el francés, llegó incluso a temer por su vida, pues el carácter del pelirrojo cada vez era más rudo probablemente porque no aprobaba que, el que debería estar dormido, pasara gran parte del día bebiendo en compañía femenina de alquiler, y le inquietaba que por la noche se colase en su dormitorio para verle dormir.

         Vincent al cerciorarse de que para Paul, Arles solo era un parada más antes de llegar a su ansiada Tahití y de que para él su estancia allí no tenía el mismo significado  y por lo tanto menor importancia, rabioso se cortó la oreja (solo un trocito), y se la envió envuelta en un papel a su admirado, que al verla tan impregnada en rojo, se fue despavorido.

         El holandés era Van Gogh, el francés Gauguin. En vida nunca congeniaron, a pesar de sus intentos, pero si hay algo que les une, es que las obras de ambos fueron valoradas por la crítica cuando ellos ya no podían rivalizar sobre su éxito.