30 octubre 2011

Padres

Desde hace unos meses, por razones laborales, parte de mi mundo es un jardín de infancia, donde los niños disfrutan de su edad, en un espacio repleto de colores, música y fantasía.
A los papás de las criaturas, se les puede clasificar en cuatro categorías distintas, analizando el comportamiento que tienen respecto a sus hijos:

PADRES “PASODETÓ”: son los que creen que los “accidentes” se dan porque no se tiene los cinco sentidos puestos en lo que se está haciendo y si sus hijos lloran porque se han caído, les dicen enfurruñados: “Haber mirado por donde andabas, que ojos tienes en la cara”. Concluyen su alegato ajenos al padecimiento del niño con rotundidad: "¡Y no me llores más o te la ganas”.

PADRES PROTECTORES: Instintivos y los más comunes (para fortuna de muchos). Consuelan a sus hijos mimosos cuando lloran, hablándoles sobre algo que saben que les gusta, para que se olviden del motivo de su tristeza.
Si el llanto es motivado por una disputa con otro niño, instan a sus hijos a que solucionen las diferencias, promoviendo el concepto de amistad, o a que jueguen con otros niños menos “agresivos”, después de haber hecho uso del perdón.

PADRES SUPERPROTECTORES: son aquellos que no quitan el ojo de encima al niño y acuden a su encuentro desesperados, si estos se tropiezan, con un inmenso sentido de culpabilidad por no haberlo podido evitar, aunque el niño no se haya quejado.
Suelen fotografiarlo todo. Así, es habitual ver en sus álbumes “la primera caquita” o “el primer moquito” del niño, que enseñan a los invitados con orgullo y les explica cómo ocurrió emocionados.
Su lema es: “Que no roce el viento a mi niño/a o se las verá conmigo”.
Por sus hijos ma-tan.

PADRES SUPERHIPERMEGAPROTECTORES: para esta tipología, los hijos son reyes por gracia de Dios y aquel que ose mirarlos siquiera, serán ejecutados inminentemente.
Su sobreprotección es tan extrema, que no reconocen los errores de sus hijos y todo lo malo que les sucede es por culpa de los demás. Corruptos todos.
Los hijos son tímidos, llorones y faltos de gracia, algo semejante a un trozo de carne inerte con un dispositivo que se activa si pisan una piedrecita, haciéndoles llorar entre cien y ciento ochenta y tres veces al día. Estos niños nunca ríen.

Jardín de infancia.
Tres madres (A, B y C) amigas y con carrera universitaria (aunque no con profesión) van a recoger a sus retoños de cuatro años.
Los retoños “A” y “B” juegan a “buenos y malos”. “A”, es la buena; “B” es la mala. “B” ha raptado a “A” en un castillo (según la imaginación de ambas) y no la deja salir. “A” empieza a llorar al cabo de un rato (de impotencia por no ser tan astuta como “B”) como si la estuvieran depilando las ingles con cera.
Madre superhipermegaprotectora “A”, oye el llanto y se inquieta con cara de espanto (tragedia griega): “¡Qué llora mi niña, que llora mi niña! ¡¿Dónde está mi niña?!”
Grita a “B” que deje pasar a “A” y cuando está aparece detrás de “B” llorando a moco tendido, madre “A” corre a socorrerla cuan si se estuviera atragantando con un calamar y ese fuera el último aliento de la niña en la vida.
Madre “A” le grita a “B”: “¡Eso no se hace!”
Mi perplejidad aumenta (observando lo que acontece al lado de otros padres del tipo “protector”) al oír a madre “A”, decirle a “B”: “¡Pero cómo puedes hacer sufrir de esta manera a una niña de cuatro años!”.

“B” permanece desolada y en silencio. Su madre, “B”, la reprende disgustada: “Ya no volvemos más. Te estás portando muy mal. No me gusta tu actitud”.
El niño “C”, se pronuncia inoportunamente: “ “B” me ha tirado de la camisa”. Madre “C” mira a “B”: “Por tu culpa “C” no se lo ha pasado bien”.

Miro a los padres “protectores”, mudos y asombrados. Algunos se llevan las manos a la cabeza. Intervengo.
-Es un juego. “B” no ha hecho nada malo. Siempre se porta muy bien (conozco a la niña, es un sol).

Las madres “A” y “C”, me fulminan al instante, sobre todo “A” descendiente de Torquemada con toda seguridad.
Entiendo en ese momento que madre “A” padece algún tipo de desequilibrio mental serio, que la vuelve agresiva cuando a su “reina” le da por llorar (por pura impotencia, debo decir). De otro modo no me explico tanta crueldad y maltrato psicológico (por parte de las tres madres) a una niña pequeña, a la que en cinco minutos dejaron a la altura del asfalto.
Lo que vi en los ojos de “B”, sí fue sufrimiento, en los ojos de “A” solo “mamitis crónica”.

Si la madre “A”, cree que un juego es hacer sufrir a su hija, no conoce el mundo que le espera a su pequeña.

Solo me queda compadecerme del primer “amiguito” que tenga la niña, al que me imagino mutilado. Le acompaño en el sentimiento desde ya, por la gran pérdida de uno de sus miembros.

23 octubre 2011

Devaluación

“Avance” equivale a buscar la mínima expresión tecnológica existente, reducirla al máximo, y propagarla hasta que algún otro pensante se le ocurra hacer invisible aquello que nos hace más práctica (cómoda) la vida, para que parezca que todo ocurre por arte de magia (trucos).

Será que el hombre (entiéndase como género humano, no como ser con pellejos colgantes) se observa demasiado así mismo después de un largo baño y quiera imitar la rugosidad de su cuerpo (encogimiento) en la cotidianidad de su día a día.
Cada vez las cosas las hacen más pequeñas (ordenadores, cámaras fotográficas…). Ese hombre subido al avance, está obsesionado con el tamaño y minimiza todo cuando cae en sus manos. Lo mismo ocurre con el lenguaje, con lo que les costaría (supongo que fue un esfuerzo y que no nacieron lumbreras) a nuestros antepasados perfeccionar el sistema comunicativo que otros (venidos al mundo antes que ellos) crearon, llega la era moderna y nos cargamos el vehículo (idioma) de una patada.

Conversación con móvil (ese instrumento cuya función original era mantener en contacto a las personas, ahora hacen fotos; controlan tu casa; activan alarmas; te avisan de si los ladrones te están robando y te enseñan la imágenes; te dicen cuando el papel higiénico se ha acabado para que compres más… en fin un auténtico despropósito) entre chica y éter:

-… que paso de ti, tío, y de tus pollos…
-…
-… que lo dejamos y ya está.
Fin de la conversación.

Hago uso de la empatía: romper una relación es muy duro, sobre todo cuando llevas mucho tiempo (día y medio) junto a esa persona que tantas veces te ha hecho reír y los últimos diez minutos enfadar hasta considerar que es lo más odioso que te ha ocurrido en la vida y que desgracias mayores no imaginas (por corta, no porque no existan).
La rotundidad es esencial para que el contrario capte el mensaje y le quede bien claro que no habrán segundas partes…

Pienso en otras épocas, pienso en Goethe (en sus Afinidades electivas), en Sthendahal (“No soy de la madera de que están tallados los grandes hombres, puesto que temo que ocho años empleados en ganarme el pan puedan quitarme la sublime energía que impulsa a realizar grandes hazañas”. Rojo y negro); en Dickens (“Pero tú me dijiste (…) ¡Dios te bendiga y Dios te perdone” (…) y si entonces pudiste decirme eso, ya no tendrás inconveniente en repetírmelo ahora, ahora que el sufrimientos ha sido más fuerte que todas las demás enseñanzas y me ha hecho comprender lo que era tu corazón. El sufrimiento me ha roto y me ha doblegado, pero espero que me ha hecho mejor. Sé considerado y bueno conmigo como lo fuiste en otro tiempo, y dime que seguimos siendo amigos”. Grandes esperanzas) y hasta en Jane Austen (“Me temo que usted esté deseando desde hace un rato que la deje sola y no puedo alegar como excusa de mi permanencia aquí más que mi interés, verdadero, aunque inútil; ¡Ojalá pudiese decir o hacer algo que sirviese para consolarla en su aflicción! No quiero atormentarla con la expresión de unos deseos ineficaces, que parecerían buscar únicamente su agradecimiento (…)” Orgullo y prejuicio) y echo de menos la elocuencia de quien quiere ser escuchado; la elección de las palabras y el buen uso del idioma… ese que estamos matando, porque resulta más rápido simplificar que ejercitar (la mente).
Así andamos, con agujetas mentales cuando conjugamos dos verbos en una misma frase.

16 octubre 2011

Flautas

Silencio.

Como no puedo mejorarlo, voy a empeorarlo, consciente de que la flauta de pan para algunos es crispante... aun así me arriesgo.




Hay cosas que no me explico de mi misma, mi simpatía por esta flauta es una de ellas.

Los sonidos me envuelven (figuradamene, de otra forma sería agresión) en una tul suave que al rozar la piel se torna caricias (ahí queda eso, para consideraciones ajenas) y en el estómago aparece ese cosquilleo que algunos sentimos cuando nos peinan el pelo con los dedos (y no es el peluquero).







09 octubre 2011

Rom y Juli

Romeo y Julieta me parecian unos sosos hasta donde tenía conocimiento sobre ellos y pese a que me entusiasmó la visión de Baz Luhrmhann en la versión moderna del clásico (está claro, que por Romeo) que dirigió, mi consideración no varió demasiado.

En estos días estoy leyendo un libro que tiene mucho que ver con la historia de los simplones y que ahonda en la posibilidad de que Shakespeare (lo he escrito sin mirar, a mi misma me pongo por testigo), se sirviera de testimonios documentados para recrear el romance de los enamorados.

Divagando esta mañana sobre estas cuestiones mientras barria el balconcito de mi pisito (la altura a la que me encuentro del suelo es ideal para que un molzabete trepase por la hiedra de la pared en caso de que la hubiera... sino es fácil también acceder a través de helicóptero) veo a mi vecino pasar corriendo por la acera de enfrente (como hace todos los días del señor) y nos saludamos.

Pienso inmediatamente en Romeo y Julieta y en que hay personas que padecen su síndrome.
Pertenezco a la misma generación que el vecino atleta. Nos hemos criado en lugares distintos que han influido sobre nuestra percepción de la realidad.
Él cree que hay que casarse para tener una familia y no le importaría hacerlo por la iglesia, que es "lo suyo"; declarándome una romántica de la antingua usanza, el amor no se ata, se deja libre para cuando se quiera ir, solo cierre la puerta muy despacio, para que nadie lo oiga salir.

Conozco parte de su historia (la gente me cuenta sus vidas aunque yo no les pregunte sobre ellas), por eso sé que ha dado amores por perdidos solo porque las cosas no iban al ritmo que él marcaba y en lugar de esperar hasta que la otra persona le alcanzara, ha abandonado.

Ver imposibilidades donde no las hay porque no somos capaces de asumir determinadas situaciones adversas nos convierte en bobalicones orgullosos. No nos confundamos en ninguna fiesta de disfraces donde nada es lo que parece, y todo lo que parece es.
Si nos dan calabazas, tal vez haya que cambiar de táctica y si las calabazas siguen cayendo, otros peces habitan en los rios.