22 febrero 2009

Dos (2ª parte)

“Vas y vienes caprichosa como el viento que un pañuelo arrastra, ajeno a su libre albedrío.
Estás conmigo pero sin mí, tan altanera como vulnerable me haces bajo tu influjo maldito.

Te pienso sin pensar que pensándote estoy, y en mi mente permaneces, aunque ausente te encuentres.

Mi delirio te debo, mi lucidez eres en tu bondad; mi amargura, mi felicidad plena…Tu.

Sin ti todo acaba y empieza. Nada soy cuando te ocultas para que tras de ti vaya siguiendo la estela brillante que dejas. Contigo sigo siendo nada.

Lejos o cerca te necesito en la forma que elijas que te tenga. Saber que estas, que existes, me libera.
Fiel siervo de mi dueña; amante de lo que representas… Todo”.


Le dijo el genio a la musa.

15 febrero 2009

Dos

“Me hiciste un poema que publicaste en uno de tus libros, para que todos lo leyeran sin saber que lo habías escrito para mí, y luego me dejaste marchar.

Me entregaste tus versos, “mis versos” decías que eran, porque emanaban de mí y sin mi presencia en tu existencia, su esencia no sería la que aún perdura en ellos.

Prestados me los pediste, como si me pertenecieran, para otorgárselos a quien no amabas, pero a quien te uniste, amándome sólo a mí. Guardé en silencio el secreto de su origen. Callé lo que quería decir.

Me acusaste del distanciamiento entre ambos, pero sin embargo, no me seguiste cuando me alejé. Aturdido esperaste a que volviera mientras yo desesperaba por oír tu voz llamándome.

Tarde no es para recuperar lo que perdimos, aquello que conservar no supimos, si queremos que todo sea como cuando aparecí en tu vida y entero te entregaste; me diste tus días; me diste tus noches; me diste tu sueño; me diste tu hambre. Te di lo que era y lo que soy, lo que hiciste de mí, te lo ofrezco si lo deseas.

Búscame. Atrápame si me encuentras, y no me separaré de ti, si a tu lado mi espectro aún anhelas”.

Le dijo la musa al genio.

08 febrero 2009

El proceso

Bajó del andamio y me dijo todo cuanto quería que supiera. Al principio dudé de sus intenciones, seis meses recibiendo florituras e invitaciones delante de sus compañeros cada vez que pasaba por delante de la obra en la que trabajaba (y eso ocurría cuatro veces al día) me habían curtido, pero esta vez estábamos solos en la calle.


-Va siendo hora de que te explique la verdad acerca del amor. No puedes seguir maltratando de ese modo tan cruel a las neuronas de tu sistema límbico, negándote a reconocer que te gusto, ni tampoco llevarles la contraria constantemente.

“Me está tomando el pelo” Miré desconfiada hacia los andamios, del edificio en que trabajaba, esperando ver a sus compañeros mal disimulando sus escondites, pero fue en balde.

-No me gustas… -Intenté no resultar hiriente suavizando mi sentencia con una sonrisa-. Llego tarde.
-Sólo te pido que me escuches –Su súplica me detuvo-. Si después decides seguir engañándote creyendo que no estás enamorada de mí, te dejaré en paz.
“Prepotente, prepotente, prepotente…” Estaba jugando conmigo. No podía ir en serio. El chico que me hablaba, tenía muy poco que ver con el que me despertaba todas las mañanas con el repertorio al completo de Antonio Molina y sucedáneos. La idea de no tener que volver a oír sus arrebatos de inspiración a mi paso, me resultó atractiva. Acepté el desafío.

-Verás, corazón –Mal comienzo-, en la parte alta de la nuca se encuentran las neuronas amorosas, culpables de que me quieras tanto… Cada vez que me ves o escuchas mi voz próxima, esas mismas neuronas, habiendo clasificado como buena la emoción que estás sintiendo, mandan inmediatamente un mensaje al hipotálamo, que es el sistema que se encarga de distribuir las hormonas… -La naturalidad empleada era pasmosa, como si fuera un tema habitual en él-… el mensaje es claro y conciso: “ha llegado la hora de ser feliz”, y entonces es cuando te alegras de que esté a tu vera, como ahora.

-Supones demasiado… ¿puedo irme ya? –Hice ademán de caminar, pero volvió a tomar la palabra, con sonrisa pícara… ¡Detestable!

-Tus neuronas amorosas están un poco dormidas, pero no importa, yo sé de todas formas que me quieres, aunque no tanto como llegarás a quererme más adelante. Las neuronas son muy caprichosas y exigentes, por eso sólo se comprometen a aprender lo que se ama... Cariño, si deseas que seamos felices, hazlas caso, ellas están interesadas en conocerme y aprender de mí… ¡Tu hipotálamo ya ha empezado a fabricar noradrenalina!

No le pregunté que era la noradrenalina para no alargar más el momento, pero busqué su significado en la RAE: “hormona de la médula adrenal, que actúa como neurotransmisor en el sistema simpático”… Otro mensajero más.
Segunda intentona de huída. Esta vez, me cogió el brazo. Miré sus ojos negros. Mi concepto sobre él había variado. Antes me parecía un pesado, después de sus nociones de bioquímica bien aprendidas, un pesado con capacidad de decir cosas interesantes, lo que no me disgustaba.

-¿Lo notas? Entre nosotros hay química… -“Química… “

Tras el destripamiento del amor, por parte del incauto al que nunca perdonaré, dejé de creer en él y en el romanticismo. Tal vez no ocurriera así exactamente… En realidad no ocurrió así, pero a todos nos llega el día en que descubrimos una verdad que desconocíamos, y aquello que defendíamos enfáticamente deja de tener sentido.

El amor no es más que un proceso químico en el que nuestro cuerpo segrega substancias imposibles de pronunciar con un polvorón en la boca. Existe, pero anula nuestra sensatez, para embriagarnos de falsas quimeras, que hacen que todo parezca hermoso.

¿Química? Sin duda.

01 febrero 2009

Munt d'ossos


Barcelona, 1986. 6º E.B.G.


No recuerdo que día de la semana era; ni recuerdo a todos los compañeros de ese curso; ni con quien me sentaba esa vez. Tampoco recuerdo que ocurrió el resto de la jornada; pero sí que era por la mañana, y que el otoño había alfombrado, de hojas abatidas por el déspota viento, el patio del colegio.

Asignatura de Lengua Catalana. Habían transcurrido unos minutos de clase cuando Miquel (el profesor) se acercó a Pepe, el esqueleto que franqueaba la puerta del aula, al que en invierno le poníamos un gorro de lana para que no pasara frío (por la cabeza se pierde el 60% de calor), y empezó a decir que, (si hubiera pasado menos tiempo con las musarañas, tal vez ahora podría desvelar porqué se desvió del tema, pero será una incógnita que permanecerá oculta en la eternidad) cuando nos enamoramos, lo hacemos de un montón de huesos y que debíamos ver a la persona que nos gusta como lo que realmente es: un amasijo de vasos sanguíneos, vísceras y ramificaciones.

Con arcadas palpitándome en el estómago, pues susceptible soy, miré con suma discreción (guardar las apariencias se me daba bien, para salvaguardar mi intimidad del dominio público) al niño por cuyos huesos sentía gran interés (estrictamente sociológico, por supuesto), el más guapo de todos (no lo era, pero en estados enajenados, la práctica del subjetivismo es muy común, y a mí me parecía que era un hermoso Adonis. Años más tarde, pensaría lo mismo de otros), imaginándomelo desnudo… ¡MALPENSADOS TODOS! No sin ropa (en la mente de una niña de once años de mi época, las fantasías tenían límites que no se traspasaban. NUNCA. Ingenuas nosotras), sino sin piel. Una estructura ósea sentada en la fila de al lado, mirando al profesor con el mismo entusiasmo que yo había demostrado en mi paseo por el limbo al comienzo de la clase, y mi pensamiento se hizo poesía: egggs.
Mi breve desencanto duró lo que tardó el timbre en sonar.

Prosiguió Miquel (rodeando los hombros de Pepe con el brazo) con su exposición particular, custodiada por una sonrisa sarcástica… “cuando queráis olvidar a alguien, os resultará más fácil si pensáis en lo feos que somos todos por dentro (¡lo que daría por saber porqué introdujo esa variante en la lección!). Lo que amamos es solo fachada, lo que no vemos es lo que somos…”, son las palabras que pronunció (probablemente no con exactitud).

Es día fue decisivo para los que les seguirían.
A partir de entonces empecé a prestar más atención a la asignatura, por si a Miquel se le ocurría descubrirnos otra cruel verdad a nuestra tierna, temprana y añorada edad, pero ninguna fue como aquella, eso sí, mis calificaciones aumentaron; aprendí que todos, absolutamente todos, somos iguales, huesos y carne, y que la belleza es relativa (Pepe era el más guapo de todos, aunque pecaba de exhibicionista); desarrollé una mayor percepción: más allá de lo que vemos en los demás, puede ocultarse algo mucho mejor (o peor),y para conocerlo es imprescindible arriesgar…

Amor y desamor, eje (con frecuencia) de nuestra existencia, en el que intervienen factores en los que no entraré por el momento. Símil del que Miquel se valió (consciente de que empezábamos a despertar a lo que más adelante consideraríamos importante y de nuestra sensibilidad al respecto) para hacernos llegar un mensaje subliminal (el trasfondo de toda aquella perorata): por mayores que sean nuestras preocupaciones, nuestros problemas o nuestro sufrimiento, reducirlo a un munt d’ossos (montón de huesos), funciona… al menos temporalmente, ganándole la batalla al tiempo (equivalente a la capacidad de reacción ante las adversidades).