29 junio 2008

La roja


Desde que empezó la Eurocopa, he oído como en varios medios de comunicación se refieren a la selección española como “la roja”.
No sigo el fútbol, sólo oigo (ya que verlo me crea una de impotencia creciente que me transforma en superwoman “yo lo haría mejor por muchísimo menos y además desentrenada”), los partidos supuestamente importantes porque hay muchas posibilidades de volver a casa (como ha quedado evidenciado en nuestra historia futbolera). Todo lo más cuando gritan GOOOOOOOOOOOOL!, pongo la tele para ver como se fraguó el milagro, y cerciorarme de que no me están engañando.

¿En qué momento dejamos de ser España para ser “la roja”, con todo el despliegue de connotaciones que este color conlleva:

-Políticas: comunismo.
-Hormonales; lo de todo los meses en las féminas.
-Alcohólicas: sangría.
-Alimenticias: gazpacho.
-Astrológicas: mah jong.
-Festivas: domingos en el calendario.
-Asiáticas: bandera de Japón.
-Cinematográficas: Alerta roja.
-Astrales: marte
-Literarias: Stendhal.

Dicho lo escrito, no me identifico con “la roja” en absoluto, y si el que acuñó el término se estrelló con tan brillante (desafortunada síntesis) genialidad, a los que siguen utilizándolo inadecuadamente es para colgarlos un ratito de los pies para ver si se les ocurre algo mejor antes de que les llegue “la roja” a la cabeza… Y “la amarilla” tampoco sirve.

No sé que va a pasar esta noche, aunque lo presiento, y cuando ocurra (se vuelven de Viena seguro), preferiría no ser un color, sólo una habitante más del país dónde nací, España.

22 junio 2008

Incongruencias

-Sales por la puerta…

¿Esa matización la he hecho yo? Salir por la puerta… No iba a estamparse contra la pared y aprovechar el hueco originado para acceder a la calle, o volatizarse en el aire como un compuesto de dióxido de carbono, hidrógeno y metano, muy descriptivo del estado que observo delante de mí y me hacen decir cosas raras.

Un chico me ha pregunta en un centro comercial por una calle cercana al mismo y su rostro de dopado extremo me ha instigado inconscientemente a cometer semejante atropello del lenguaje poco habitual en mi tendencia a “lo correcto”. Él ni se ha percatado del sentido ni de la obviedad asumida en el verbo “salir”, sólo asiente a mis indicaciones , que acompaño con gestos y voz pausada ( a la vez que elevada), como si estuviera dirigiéndome a un extranjero, y sin que su expresión de “ido”, varíe un solo instante. Cuanto más le miro, más me esfuerzo por masticarle las palabras para que no se atragante con ellas y vomite aquí mismo, y es que la mente tiene una capacidad de adaptación fuera de lo común y funciona aunque nuestro inconsciente esté ausente.

Nos despedimos, me despido, él balbucea algo incomprensible por mi intelecto, dándome cuenta enseguida de que mis instrucciones no eran ni siquiera aproximadas, y que la tienda de videojuegos que buscaba se encuentra dos calles más arriba de dónde se supone que sabrá llegar solo… No creo que se haya enterado de nada de lo que le he dicho… Sale por la puerta… Bueno, de casi nada.

15 junio 2008

Desencuentro


Coincidimos en una plaza veinte años más tarde. Nos miramos unos segundos cuando se produce el encuentro causal, el tiempo suficiente para percatarme que aun habiendo cambiado su físico algo, persiste en su rostro el semblante que tanto me gustó durante una larga temporada.

“Él no sabe que guardo un folio suyo manuscrito a lápiz, que una amiga que iba a su clase me consiguió en la biblioteca disimuladamente, que de vez en cuando reveo retrocediendo al pasado; ni que me encantaba su camiseta granate con el número 56 en amarillo que tantas veces llevaba puesta; ni que cuando descubrí dónde vivía, una calle más abajo que yo, cada vez que pasaba por su portal tenía la esperanza de encontrarle y arrancarle una mirada de soslayo; ni tampoco sabe que envidiaba a su novia por estar siempre con él... No sabe que el curso se me hizo muy corto y que con su final, mi final se precipitó... Que todavía le recuerdo...”

“Ella no sabe que aquel día en la biblioteca me di cuenta de cómo una compañera de clase con la que solía estudiar, amiga suya, deslizaba en el interior del bolso de ella, a su paso por delante de su mesa, una de las bolas de papel que yo había acumulado encima de la mía, que había cogido con el pretexto de tirarlas a la papelera de camino a la salida; ni sabe que la camiseta que llevaba puesta aquella tarde, la usaba a menudo porque me recordaba ese momento; ni que muchas veces me asomaba a la ventana de casa para verla pasar; ni que la chica con la que siempre iba, era sólo una amiga de la infancia... No sabe que me gustaba, que esperé que las cosas se dieran por si solas, y que al terminar el curso, el último antes de ir a la facultad, lamenté no haberla conocido… Que aún la recuerdo...”.

Nuestra mirada acaba con el esbozo de una sonrisa improvisada, más que por una complicidad inexistente entre ambos, hacía nosotros mismos como respuesta a la añoranza de momentos que algún día dejarán de ser presente.

08 junio 2008

Naturaleza humana

Me detengo en el semáforo del cruce (sí un semáforo más en mi vida, ¿qué pasa?), y una vocecilla desde su cochecito me dice con una claridad asombrosa:
-Señora no cruce, que está en rojo.
¿¡Señora!? La educación de la rubita de ojos claros es colosal, pero su percepción sobre la realidad exagerada… “Señora” no era la palabra adecuada (aunque para enanitos de tres años, los que son más altos que ellos lo sean) y la criaturita en cuestión, debería haber incluido en su vocabulario asociativo (ya que inteligencia le sobra), términos más acertados como el de “jovencita”.
-Jovencita no cruces, que está en rojo.

La miro intercambiando risas con su madre, que poco después me confirma la edad de la angelita, algo repipi y parlanchina, pero lindísima.
Desvarío… un niño de la misma edad hubiera guardado silencio y tenido pensamientos catastrofistas: “el coche se rompe y boom ¡cataplás!”

Durante la espera roja, me fijo en el monigotito del semáforo, cansada de ver las caras de los de la acera de enfrente, y reparo en el alto grado de sexismo contenido en el mismo… ¿por qué no una monigotita con falda? El feminismo es desplazado por mi alma igualitaria… ¿por qué no los dos?

La sabijonda abuclada (y sin rastro de encrespamiento en su cabello) sigue enajenando acerca de las personas que no respetan a los monigotes y cuando el hombre maduro es sustituido (¿habré aprendido ya el funcionamiento de los semáforos? Es que los de éste pueblo son rarísimos) por el hombre torero, en mis oídos la vocecilla inicial vuelve a sonar:
-Ya puede pasar, señora.
¡Grrrrrrrrr!
-Ya puedes pasar, jovencita.
Me despido de ella con la absoluta convicción de haber conocido al futuro de mi pensión (¡para la que aún falta varias décadas!), sólo que entonces, no estará sentada en un cochecito remolcado, sino en un sillón de piel azul.

01 junio 2008

Shivá

-Si te quedas el libro, te leo la mano.
-Si me compras una pantalla de plasma, me quedo el libro y me lees la mano.
-Hecho.
El vendedor hindú deja un libro con imágenes de la India encima del mostrador.
Son casi la dos de la tarde, estoy sola en la tienda y a esta hora, las probabilidades de que entre alguien más (un nipón vendiendo refrescos de cola), son escasas.
Me hace un gesto con la cabeza para que le de la mano. La derecha. La toma entre las suyas y la estudia concentrado antes de pronunciarse.
-Eres fuerte, tan fuerte como vulnerable.-Me lanza una mirada tan negra como la noche más oscura ignorando que me está descubriendo las Américas con tan aguda visión… -En tu pasado hay mucho sufrimiento que hoy son recuerdos que te atormentan.-Después del sufrimiento son lo que quedan, malos recuerdos en la mente de quienes alguna vez se han quemado planchando.
-Lee algo que no sepa, está página la conozco.
Le reto impasible imaginándole con un turbante blanco en la cabeza... Sólo con el turbante.
Me desafía con el negro de sus ojos mientras sus dedos morenos siguen las líneas de mi mano.
-Eres inteligente, sabes abrirte camino en la adversidad, los demás pueden verlo…-Y sin la necesidad de cogerme la mano- Y eso es lo que hace que te quieran a su lado, en su equipo. Tendrás éxito en el trabajo.-La evidencia me asombra, tendré éxito mientras siga habiendo trabajo.
Calibra la expresión de mi rostro, buscando un resquicio desvelador que le abra otros caminos que explorar, pero me mantengo escéptica, infranqueable.
-En tu vida existe un hombre…
-¿Un hombre o amor?
-El amor de un hombre muy próximo a ti…
-¡Un momento! –Finjo interés -¿No puede tratarse de una mujer?
-¿Una mujer?-Su mirada es dubitativa, me inquiere con el azabache de sus soles una respuesta esclarecedora.
-Podría haberse operado…-Creo más confusión en su mente. Es uno de los mejores ratos que he pasado en mucho tiempo.
-¿Operado? Sí, sí, hombre-mujer-amor… -Hace una pausa frunciendo el ceño -¿Es mujer?
-Deberías prestar más atención a lo que les cuelga a la personas y dónde.
Se ruboriza levemente. Ahogo una carcajada con la mano.
-Continúa por favor, ¿quién es ese hombre…? ¿Mí marido?
-No, no, otro hombre… alguien que te ama en la distancia desde tiempos inmemorables.
Su acento hace que todo se torne solemne. Tiene un castellano muy bueno salpicado con seseos y vocales neutras.
-Bien, porque no estoy casada… ¿Y ese hombre –amor se delatará algún día?
-Está esperando el momento adecuado. Tú le asustas, le ahuyentas sin saberlo… -Soy un repulsivo- pero juntos recorreréis el resto de vuestros días.-No sé si eso es muy halagüeño…
-¿Ves algo más?
Guarda silencio. Sus palabras tienen un precio y ya ha sido demasiado generoso regalándome los oídos. Suelta mi mano.
-Ni tu vas a comprarme el plasma ni yo voy a quedarme el libro… Lo de la mano ha sido un error.
La seriedad mostrada hasta ahora se rompe con una sonrisa blanca.
-Que Shivá te proteja.
-Que tus ojos lo vean.
Al salir a la calle, tras apagar todas las luces, para cerrar la tienda, el hindú está esperando en la puerta.
-¿Ya no te asusto?
Niega con la cabeza, dejando entre ver la perfección de sus dientes.
-Partamos entonces a recorrer nuestros días juntos...